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Texto y fotos actuales: Karen Esquivel
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
EL UNIVERSAL entrevistó a cuatro camoteros de la ciudad quienes nos hablaron de este oficio y de su gusto por su trabajo. Gerardo Máximo, quien lleva 20 años en el oficio explicó que “las ventas han bajado bastante, yo me acuerdo que los carros eran más grandes y cargaban más mercancía; el tambo era de 200 litros de agua y permitía cargar hasta 60 piezas de camote y 50 de plátanos. Ahora ya los redujimos por lo mismo de que la venta ya no es la misma y la capacidad del tambo es de 20 o 50 litros”.
Incluso Iván Jacinto de 22 años, con menos trayectoria en el oficio, recuerda que “ya no se vende como antes”, en un día normal se cose lo de un bote de 20 litros de camotes y entre 20 y 30 plátanos.
“Antes costaban 15 pesos y se vendía más, pero ahora que están a 25 ya casi no se venden, ya es muy poca la gente a la que le gusta”, detalla.
“Sí se saca, pero en más tiempo”, dice Rafael Cruz para quien la situación no es distinta, pues expuso que “antes se vendía más, se vendía bastante, ahora ya no mucho, pero sí sale”. De las 80 piezas de plátano y 60 de camote que vendía, han pasado a ser 20 piezas de ambas frutas y los fines de semana siguen siendo los de mayor venta.
Con el tiempo, Iván ha aprendido en qué colonias se vende más, al sur de la ciudad, recorre al día dos o tres colonias. “La mayoría de la gente me pregunta qué días paso y ya sé qué día me compran porque hay días que pasas y no se vende”, reiteró.
También para Delfino Mosqueda las ventas han disminuido en la zona de Santo Domingo, en la delegación Coyacán. “Ahorita las ventas están más bajas, comenta. Ya te imaginas cada cosa que salió, la gente ya no compra, ahora prefieren las papas, los pescuecitos, las alitas”, aun así ésta es su fuente de empleo.
La mayoría hace sus carritos
Aunque quienes se dedican a este oficio son mayormente conocidos por vender camotes, también venden plátanos machos, ambos son cocidos al vapor y para su venta se colocan en una charola desechable, son bañados con dulce de leche y canela o azúcar. Gracias a la leña con la que funciona el carrito, ambos alimentos se conservan calientes y pueden disfrutarse a cualquier hora.
El señor Rafael compró su carrito en poco más de ocho mil pesos; sin embargo, Iván y Delfino los fabricaron.
“Mi abuelo fue quien me ayudó a construir mi carrito, él sabe hacerlos porque tenía muchos años en este oficio”, dice el joven Iván de 22 años.
A Delfino fue su concuño quien le enseñó cómo se armaban, dice que no es muy difícil y que es cosa de saberle. Por esa misma razón Gerardo comentó que él prefirió comprarlo. “Nunca aprendí a hacerlo. Tanto doblez de lámina, es lámina negra, calibre 18 y los que saben, pues saben. Con un medio centímetro que uno falle, ya se echó a perder”, expresó.
Estos carritos tienen un volante que permite maniobrarlos, además de tres llantas y un peso de entre 100 y 150 kilos, ya con la fruta y la leña. Cuentan con un tambo metálico del cual existen cuatro tamaños o capacidades diferentes: hay de 200, 100, 50 y 20 litros de agua.
Están hechos de lámina galvanizada o negra para resistir altas temperaturas, funcionan con leña y tienen un tubo vertical que simula una chimenea, también de lámina, a través de la cual se libera el humo que evita que el producto se ahúme al interior del horno.
Tienen dos cajones, uno se utiliza para cocer la fruta y el otro solamente para mantenerlos a temperatura; un pequeño tanque horizontal donde se almacena el agua. Al abrir la llave de paso, una pequeña cantidad del tanque se desliza por el tubo y al alcanzar cierta temperatura y vaporizarse, sale a presión por el tubo con una abertura que produce el nostálgico y tradicional silbido en la parte delantera.
Para poner a cocer la fruta, ambos cajones se cubren con una capa de la cáscara de los plátanos, ¡nada se desaprovecha durante la preparación! La fruta se introduce en el cajón de abajo, los camotes tardan en cocerse un promedio de tres horas y una vez que se encuentran listos, se suben al cajón de arriba y se meten los plátanos que tardan hora y media.
El pueblo de los camoteros
En el pueblo de San Lorenzo Malacota, Toluca, en el Estado de México que alberga poco más de 3 mil habitantes, la mayoría se dedica a ser camotero. Tanto Iván como Gerardo y Delfino son originarios de este lugar y llegaron a la Ciudad de México a continuar con esta tradición. Hay quienes se quedan a vender allá y la tradición aún se conserva; sin embargo, al ser un pueblo pequeño, no se vende lo que se puede vender en las colonias de la ciudad o el Estado de México.
En agradecimiento por las ventas, cada 13 de agosto se hace en la Parroquia de San Lorenzo una misa, las personas llevan sus carros y los adornan.
“De donde soy originario –detalla Iván– todo el pueblo se dedica a eso, todos, todos, dice. El día de la celebración se les hace su bendición a los carritos, bendicen las camionetas y ese día en la iglesia se paran los carros y empiezan a regalar la fruta para agradecer”.
A pesar de que Gerardo también es de ahí y visita el pueblo en la fecha de la celebración, no lleva su carrito porque no tiene un medio de transporte para trasladarlo y el viaje le costaría más dinero, mientras que Delfino no siempre acude, pero recuerda que es una “bonita tradición”.
Un trabajo diario, de todo el día
Además de las horas que invierten en recorrer las calles, trabajar en esto requiere de la mayor parte del día. Desde irse a surtir a la Central de Abasto, regresar a lavar y cortar los camotes y plátanos, hasta preparar la leña para cocerlos y esperar el tiempo que requieren para entonces sí, salir a vender diario.
En un día de trabajo normal Iván se levanta a las 4:30 horas de la mañana para ir a la Central de Abasto a comprar los plátanos y camotes. Regresa a su casa alrededor de las 9:00 de la mañana a lavar los camotes y ponerlos a cocer. Mientras eso sucede, pela los plátanos y los corta. Una vez que los camotes se cocieron, los sube a la charola de arriba para meter los plátanos.
“Hacer eso no es pesado porque todo lo hacemos sentados”, aclara Iván.
Después, entre las 4:30 de la tarde y las 5:00 pasan a dejar a quienes trabajan a una misma zona, pero en diferentes colonias. “Se trata de andar caminando, pararse en cada esquina unos cinco minutos para ver si alguien compra”.
Camina entre cuatro y cinco horas y alrededor de las 10 de la noche espera a que pasen a recogerlo en una camioneta.
Gerardo también se levanta para ir a surtirse a la Central; sin embargo, sale a vender a las 4:00 de la tarde aproximadamente y termina una hora antes de la medianoche.
Después de realizar el procedimiento para que los plátanos y camotes estén listos y cortar la leña, Rafael Cruz sale a la calle entre las 4:00 y 5:00 de la tarde. Recorre algunas zonas del Centro de la ciudad como Balderas, Arcos de Belem, Independencia y termina una vez que vende la última pieza.
“Me gusta, ya me dedico a esto, ya me acostumbré. Lo bueno es que se puede platicar con la gente, ando viendo a los que venden en los locales. Hay gente y mucha ya me conoce y me compran”, reconoce Rafael.
Oficio por gusto y herencia
Ya son 37 años los que Rafael Cruz lleva recorriendo las calles del Centro Histórico como camotero. A sus casi 60 años de edad cuenta que empezó cuando tenía 18 años, trabajando con un señor que se dedicaba a lo mismo.
“Cuando yo trabajaba con él me gustó mucho, él me decía cómo se preparaban y cuando aprendí bien me dio a trabajar un carrito y él se quedó otro”. Al cabo de unos años, su patrón le vendió uno de sus carros porque dijo que estaba aburrido; don Rafael siguió recorriendo calles de la capital, resguardando la tradición que acompaña a este oficio.
Iván Jacinto tiene 22 años y a su corta edad ha dedicado ocho de ellos a este oficio. Fue su abuelo de quien lo aprendió. “Cuando yo iba en la primaria mi abuelo me traía, tenía como cinco o seis años, me traía en las vacaciones y los fines de semana”, detalla Iván y añade que ayudarlo tenía como recompensa un poco de dinero que utilizaba para gastarlo en la escuela.
“Me gustó y empecé a trabajar por mi cuenta a sacar un carrito yo solo”, eso sucedió a los 14 años, por el dinero que se ganaba. “Estaba chico, pero me daba 30 o 40 pesos diarios y eso fue lo que me llevó a querer dedicarme a esto”. Y aunque Iván ha aprendido diferentes oficios como albañil, aluminero y vidriero, ser camotero es el que más le gusta “en parte por la necesidad, pero también porque ando recorriendo las calles de noche, conocer personas y seguir con este oficio que me heredó mi abuelo, argumentó Iván.
Gerardo Máximo heredó este oficio de su padre, a quien desde niño veía preparar la fruta y salir a recorrer las calles a vender. Ahora él tiene 42 años y, en promedio, se ha dedicado a esto 20 años. “Yo cuando salí de la secundaria me vine acá a la ciudad y este ha sido mi oficio”, comenta.
Recorriendo las calles aledañas al centro de Coyoacán alrededor de las 19:00 horas, Gerardo comenta que ha encontrado en este oficio un modo de vida. Al caminar por las calles abre una llave de paso para lanzar el silbido y advierte que se trata de un sonido fuerte. “No se asuste ¿eh?, le voy a silbar”, previene.
Pese a que Coyoacán es considerado un lugar turístico de la Ciudad de México, Gerardo comenta que eso no siempre es determinante, pues como en otras colonias que recorre como Portales, Del Valle, Taxqueña y Portales, en este oficio “a veces te va bien y a veces está mala la venta, lo que pasa es que este es mi trabajo, mi modo de vida, me gusta porque este es un oficio de muchos años y es lo que me da de comer y pues aquí ando”.
Delfino Aron Mosqueda ha recorrido las calles de Santo Domingo con su carrito de camotes durante 10 años. “Yo era ayudante de albañil, y eso es un trabajo muy pesado, un día mi concuño me preguntó si quería trabajar siendo camotero, y le dije que sí”.
Volverse camotero, para Delfino fue un cambio positivo en su vida, pues a diferencia de ser albañil, ser camotero es mucho “menos pesado y gracias a Dios (mi familia y yo) vivimos de esto”, es por eso que le gusta y desde entonces continúa haciéndolo.
Aunque se trata de un trabajo pesado y de todos los días, a Delfino le gusta “porque andas en la calle, ves cosas buenas como la convivencia de las familias, la solidaridad entre vecinos, y también cosas malas, como peleas o asaltos ya en la noche. Sobre todo en Santo Domingo, hay mucho movimiento siempre”, alude.
El camote y sus atributos para la salud
El camote nos permite no sólo disfrutarlo como postre tradicional, sino que además nos aporta sus propiedades naturales que son benéficas para la salud.
Contiene propiedades anticancerígenas ayudando a “reducir el riesgo de desarrollar cáncer de mama en mujeres premenopáusicas y de ovario en mujeres postmenopáusicas”, según datos de la revista Muy Interesante.
De acuerdo con información proporcionada por la nutrióloga de la clínica Nutrest, Laura Romero, en México existen tres tipos de camote: blanco, amarillo y morado, este último es originario del centro de nuestro país (Estado de México, Sierra Norte de Puebla, Sierra Zongolica de Veracruz, Jalisco y Guanajuato).
Su aporte principal es un antioxidante que permite mantener la salud. Además de ayudar a combatir el estrés, y el síndrome metabólico que podría provocar el desarrollo de una enfermedad cardiaca y diabetes tipo 2. Los componentes de esta raíz también mejoran padecimientos en los ojos y contienen sustancias que permiten controlar la diabetes.
El camote es rico en vitamina B y C, además de metabolitos secundarios que pueden prevenir enfermedades a largo plazo siempre y cuando su ingesta sea frecuente.
Oficios como el de los camoteros siguen dándole vida y tradición a la ciudad en la que vivimos. Un oficio que se niega a desaparecer y, dado que todo un pueblo se dedica a esto, esperemos que los camoteros sigan recorriendo colonias enteras anunciándose con el tradicional silbido de su carrito.
Fotos antiguas: Archivo EL UNIVERSAL y EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
Fuentes: Entrevista para EL UNIVERSAL con los camoteros Iván Jacinto, Delfino Aron, Gerardo Máximo y Rafael Cruz. Información proporcionada por la nutrióloga Laura Romero de Nutrest. Gaceta Oficial de la UNAM del 18 de enero de 2016. ¡Camote milagroso! En la Revista Muy Interesante.