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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Foto actual: Uriel Gámez
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
La entrada en circulación de los famosos taxis colectivos llamados "cocodrilos" en los años cincuenta marcó el inicio de una época muy peculiar en la historia del transporte público capitalino, convirtiendo a las vialidades en un zoológico de asfalto ya que gran parte de los medios de transporte tenían nombres de animales.
El exacerbado crecimiento de la marcha urbana obligó, de cierta manera, a que el gobierno de la ciudad actualizara, pensara y realizara proyectos que mejoraran la movilidad para millones de personas. Así, nació el Metro a finales de la década de los sesenta y para 1971 se creó la Dirección General de Ingeniería de Transportes, con el fin de implementar estudios tanto cualitativos como cuantitativos que permitieran conocer las necesidades de transporte público por parte de la población.
Los cetáceos del zoológico
Para complementar el servicio del Metro y acaparar el mayor número de rutas a nivel terrestre, a inicios de los años sesenta diversos sindicatos de transportistas concesionados se fusionaron y crearon la "Alianza de Camioneros de México" —mejor conocida como "pulpo camionero"—misma que financió la realización del "Delfín" en 1973.
“Dentro de los grupos integrantes de las primeras fusiones de transportistas, quedó autorizado un nuevo tipo de autobuses de avanzado diseño, que operan ya en varias rutas con gran beneplácito del público usuario. Se trata de los modernos vehículos de transporte colectivo llamados ‘delfines’, cuyo número se espera llegará a 1500 unidades, en el curso de este año (1973)”, se puede leer en el libro Carreteras y Transportes de México.
En su mayoría con carrocería blanca, el Delfín fue aceptado rápidamente por el público ya que además de ser fabricados en el país, ofrecían un servicio casi de lujo: asientos acolchonados para que 41 pasajeros fueran cómodamente sentados, sin la opción de que se viajara de pie.
A su vez, fue de los primeros transportes en contar con motor de diesel —que ayudaría a reducir los niveles de contaminación ambiental y los costos del pasaje—, timbres distribuidos a lo largo del pasillo para poder avisar sobre un descenso, un torniquete de acceso, un gran letrero que indicaba la ruta o si el camión iba lleno y su signo distintivo: un par de delfines metálicos a los costados, uno junto a la puerta de ingreso y otro debajo de la ventana del chofer.
Uno de los mitos que se originaron con el Delfin fue el del “21”, ya que al subir el chofer entregaba un boleto foleado y, según la tradición, si la suma de sus dígitos daba veintiuno, el usuario podría intercambiarlo por un beso. Ese mito sigue en boca de pasajeros de trolebús o de la Red de Transporte de Pasajeros (RTP), cuyos boletos siguen teniendo numeración.
Los delfines se popularizaron y hacia finales de la década de los setenta ya habían dominado el panorama vial, convirtiéndose en un ícono de la ciudad. Como era de esperarse, el trato de "lujo" que quisieron manejar se fue disolviendo con la demanda y, llegado el momento, los conductores empezaron a permitir que ascendieran más de 41 personas y que se acomodaron en cuclillas o sentados sobre el estrecho pasillo. Para los años ochenta, ya se permitía que los pasajeros fueran de pie tal y como se puede apreciar en esta escena de la película Retrato de una mujer casada.
Como una ruta alternativa al Delfín, empezaron a circular las "Ballenas" y a pesar de muchas similitudes, como el ser fabricados por las mismas empresas (DINA-CASA), no fueron tan exitosos.
En abril de 2014, José Luis Luegue afirmó que aquél "servicio era eficiente, de buena calidad —tomando en cuenta las condiciones de la época—; los camiones eran de modelos recientes, los operadores tenían capacitación, con uniforme, entregaban boleto en fin [...] infinitamente superior a lo que hoy tenemos con los nefastos microbuses".
El desbordado éxito de las rutas concesionadas, llevó a las empresas responsables a caer en prácticas ilícitas y a subir excesivamente los precios del transporte, por lo que en 1981 el gobierno de José López Portillo decretó que todas las compañías camioneras serían operadas por la Federación, creando así la Ruta 100.
El proyecto ha sido calificado como el mejor sistema de transportes que ha tenido la ciudad, ya que los encargados planearon cautelosamente “el diseño de rutas, tipo de autobuses, la circulación en contrasentido de los Ejes Viales, los módulos de servicio y estacionamiento de los camiones, almacenes y talleres, etc. Sin lugar a dudas respondió a una verdadera ingeniería de transporte urbano”, explicó José Luis Luege. Sin embargo, en 1995 el gobierno lo declaró en quiebra.
La extinción del delfín citadino
Después de la quiebra de Ruta 100, muchas de los delfines y demás unidades prestadoras de servicios dejaron de tener refaciones o mantenimiento, lo que originó una nueva forma de transporte: las peseras, que consistían en taxis “piratas” que empezaron a ofrecer servicios de transporte colectivo por un peso –de ahí el mote de peseros— y en vez de una sanción, tuvieron el apoyo para adquierir vans y permisos como operadores de rutas, saliendo a la luz las combis.
Desde la entrada de camiones como medio de transporte colectivo en la capital, existieron problemas de contaminación ambiental, el ruido y accidentes viales. Los delfines y las ballenas no fueron la excepción, en 1979 la revista Contenido reportaba que la empresa que los fabricaba instalaba “motores (el modelo Cummins 210, de patente británica) que están prohibidos en el resto del mundo por ruidosos, contaminantes e ineficientes” y que sobrepasaban el límite de los 100 decibeles.
En la década de los noventa, Manuel Camacho Solís intentó deshacerse del elevado número de combis con los microbuses, pero estos eran —y siguen siendo— más contaminantes e inseguros que las combis. Hoy, el transporte público es el principal responsable de la degradación de la calidad del aire en la ciudad e impacta de manera negativa la calidad de vida de sus habitantes.
Por ello, la administración de Miguel Ángel Mancera ha manifestado desde inicios del año 2016 que para el final de su mandato, en 2018, todos los microbuses desaparecerán de la Ciudad de México y en su lugar habrá camiones híbridos y ecológicos, operados por el gobierno capitalino y concesionarias comprometidas con el medio ambiente.
En la actualidad, tanto en calles como en Ejes Viales citadinos ya no hay transportes con nombres chuscos o con identidad propia, todos tienen nombres oficiales y son sumamente similares a los existentes en otras ciudades del mundo.
Esperamos que en este nuevo proyecto de reestructuramiento de los autobuses de transporte colectivo, las autoriades se tomen el tiempo necesario para diseñar las rutas y modelos de transporte que requiere la ciudad y que no sólo sea una copia de otras urbes, teniendo como objetivo principal su funcionalidad muchos años después del 2018.
Fotografía antigua: Colección Villasana–Torres y John Lebeau.
Fuentes: Libro Carreteras y transportes de México de la Asociación Mexicana de Caminos. Revista Contenido, octubre de 1979. Artículos "Combis y Ruta 100 primera parte" de José Luis Luege, EL UNIVERSAL.