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Texto y fotografía actual: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Diciembre en la capital se traduce en compras, tráfico, calles colapsadas y también en posadas, comida rica y magia. En la actualidad, es muy común que los vecinos de cualquier calle se pongan de acuerdo para adornar su calle o también ser el único que ilumina, pero no siempre se tuvo esa oportunidad.
Los invitamos a un recorrido de cómo era pasar una tarde o noche, en la decoración navideña del centro hace cincuenta años y cómo es que nos relacionamos con ella hoy en día.
El alumbrado decembrino en los años sesenta
Rosalía tenía siete años cuando su abuelito, Néstor, la empezó a llevar a ver la decoración decembrina de los aparadores de las tiendas departamentales ubicadas en el corazón del Centro.
Recuerda que esa salida era una negociación entre sus hermanos, sus primos y su abuelito, quien les decía que eligieran entre una caminata de una hora de su casa al Centro o llegar en transporte. Siempre preferían la primera opción, caminar con él por las calles de la ciudad significaba detenerse en el Mercado de la Merced y comprar galletas.
Una vez que estaba listo el refrigerio favorito, seguían su camino hacia Venustiano Carranza y la Avenida 20 de noviembre. Rosalía y los niños de su familia quedaban atónitos ante los estantes con figuras mecánicas que se movían al ritmo de algún villancico o canción conmemorativa de las últimas fiestas del año. Los aparadores tenían una magia decembrina muy distinta a los de ahora.
Sobre el alumbrado Rosalía rememora muy poco ya que su abuelito los llevaba a visitar el Centro por la mañana, eran más de 10 niños para un sólo hombre. A pesar de esto, ella generó la costumbre de visitar el Centro en épocas de fiestas patrias o decembrinas, también de llevar a sus hijos a ver la iluminación y transportarse, a través de sus miradas de asombro, a la época en la que compartía esos momentos a lado de su abuelo.
Para Alberto la situación fue diferente, su papá llegaba por las noches a casa y les decía "vámonos al Centro". Metían cobijas al carro, pasaban por su abuelita y la familia se iba a un recorrido nocturno por los puntos más emblemáticos de la ciudad. La emoción los embargaba cuando llegaban a San Antonio Abad, porque sabían que una vez cruzando el desnivel, estarían en una avenida llena de color.
A diferencia de ahora, estacionaban el carro en las calles y bajaban a caminar. Ya sobre 20 de Noviembre, entre los dos Palacios del Ayuntamiento, se podía ver la clásica iluminación que, según recuerda, siempre tenía que ver con el año que se avecinaba.
Una vez vista la decoración del Zócalo, tomaban camino hacia la Alameda que en época decembrina solía estar flanqueada por grandes cantidades de vendedores de globos y por ende estaba repleta de gente. Alberto nos comparte que a su papá no le gustaba tanto esa parte del recorrido, pero se detenía un momento a comprarle globos a sus hijos y con mucho cariño amarrárselos en la muñeca o en el dedo, para que no se "les volaran".
De vuelta en el carro, la familia se preparaba para ir hacia Paseo de la Reforma, donde los esperaban más luces y también una pequeña caminata en el camellón para que trataran de tomarse alguna fotografía o simplemente disfrutar en familia del ambiente navideño.
El alumbrado
Desde hace décadas, el alumbrado y decoración navideña en las zonas más populares de la ciudad se empieza hacia finales de noviembre. Al igual que hoy, el alumbrado requería las manos de cientos de personas que lograran transformar en días el panorama capitalino.
Conforme avanzó el tiempo, y con él la tecnología, la iluminación ha tenido que reinventarse y dejar de ser un contaminador ambiental. Por lo tanto, en la iluminación de este año los trabajadores de la Secretaría de Obras Públicas y Servicios diseñaron los adornos de casi dos metros de altura con miles de focos y metros de manguera LED, guirnalda, cables y escarcha.
Como lo exhorta la tradición, los edificios aledaños al Zócalo capitalino se decoraron con esferas, velas, piñatas, estrellas y nochebuenas. A diferencia de hace cincuenta años, la iluminación ya no abarca la Avenida 20 de Noviembre o el Paseo de la Reforma en su totalidad, ni tampoco la antena de la Torre Latinoamericana.
Hoy, cae nieve por Madero y la Plaza de la Constitución tiene un árbol navideño de más de 40 metros de altura —que a determinada hora enciende al ritmo de la canción promocional de un refresco—, una pista de hielo gigantesca y otras atracciones invernales que, por nuestro tipo de clima, no tenemos de forma natural. Sin embargo, podemos seguir viendo a familias con sonrisas de oreja a oreja disfrutando de estar juntos, mientras que los niños juegan fascinados con globos cilíndricos que avientan hacia el cielo sin parar.
En EL UNIVERSAL nos alegramos que siga vigente esta tradición que además de ser una forma de esparcimiento familiar también es un generador de recuerdos, que al igual que a nuestros entrevistados, nos acercan a alguien que ya no está con nosotros en forma física, pero que sí en nuestro corazón y en nuestra forma de disfrutar de los nuestros.
Ojalá este nuevo año, nos den la oportunidad de seguir compartiendo sus historias con la Ciudad de México. ¡FELICIDADES!
Fotografía antigua: Colección Villasana-Torres y Archivo Fotográfico EL UNIVERSAL.
Fuentes: Entrevistados Rosalía Cuéllar, Alberto Suverza. Sitio Oficial de la Secretaría de Obras Públicas y Servicios, Gobierno de la Ciudad de México.