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Texto: Magalli Delgadillo
Fotos actuales: Germán García
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Además, ellos realizaban medicamentos con ingredientes y se basaban en Fórmulas Magistrales —un preparado realizado por el farmacéutico para las necesidades específicas de un paciente, bajo receta médica—. Muchas de las composiciones tradicionales han desaparecido con la llegada de las cadenas farmacéuticas. Sin embargo, todavía existen quienes realizan esta labor.
Estos personajes tardaban varios minutos para que un jarabe o ungüento estuviera listo. Trituraban flores y raíces en morteros; usaban matraces para vaciar algunos líquidos; vasos de precipitados para medir y agitadores para disolver… ¡Parecían laboratorios, pero en realidad se trataban de las boticas!
“La botica es donde se realiza toda la medicina oficinal —fórmulas establecidas en la Farmacopea Mexicana — y los preparados; en la droguería se almacenan las materias primas de sales, hierbas y todo lo relacionado con la industria. La farmacia no elaboraba recetas y surge con los inicios del antibiótico. Sólo es un punto de venta de los productos terminados por laboratorios”, explica en entrevista, Ignacio Merino Lanzilotti, presidente del consejo administrativo de Farmacia París.
Según el artículo “Boticas y boticarios. Siglos XVI al XIX” de Reyna Pérez María del Carmen, se tiene registro que las primeras aparecieron en el Distrito Federal en 1533. Sin embargo, no se contaba con reglamentos ni leyes sobre salud pública, no obstante, se expidieron las primeras licencias para este tipo de negocios.
¿Qué era lo más solicitado en las boticas? “Agua de bilis”, usado cuando a las personas les provocaban corajes fuertes y como resultado “se ponen amarillas, no duermen o en el sueño brincan”, platica Olivia Segura hija de Juan Segura —uno de las pocas personas que trabajaban en las cuatro boticas que existieron en Tenancingo, Estado de México—.
Para aliviar el espanto, la consigna era clara: ¡Ingerir “Espíritus de tomar o untar”! La dosis no era cada ocho horas como regularmente recomiendan los médicos ingerir algún antibiótico, sino este remedio debía beberse o aplicarse en tres ocasiones y sólo en viernes a las 12 del día, de acuerdo con la Biblioteca de Medicina Tradicional de la UNAM.
Otro de los remedios comunes era el “Chicle prieto” —con chapopote, el cual se utiliza (con un procedimiento diferente) en la pavimentación de calles—, “para sacar el aire”. De acuerdo con la Biblioteca Virtual Miguel Cervantes, en “las Indias le mascaban y le tenían con deleite en la boca para limpiar y blanquear la dentadura”.
— ¿Y para el mal de amores?
—Sí lo pedían. En ese tiempo había un polvo para maquillar muy fino y con un olor muy agradable de nombre “Ángel face”, pero mi papá decía: ‘No era tanto el efecto del producto (el cual olía rico y se lo ponían en la cara). Más bien, era por las indicaciones dadas’. Le recomendaban bañarse diario, arreglarse el pelo, lavarse la cara tres veces al día. A quién no le va a llamar la atención una persona bien arreglada, peinada o perfumada, platica la señora Olivia Segura.
Algunas de las elaboraciones dejaron de prepararse, pues los ingredientes principales fueron catalogados como peligrosas. De la lista de productos desapareció la “Pomada de papel” y el “Ungüento del soldado”.
La primera era para quitar las verrugas. La señora Olivia Segura menciona que contenía papel (de cual no recuerda su nombre) picado, ácido nítrico y algunos otros ingredientes. Todo se mezclaba y se ponía en los mezquinos. Ése ácido lo dejaron de surtir. El ungüento era para eliminar los piojos. Se untaba en la cabeza y se caían rápidamente. Esta receta lleva nitrato de plata y como este elemento se considera tóxico, el producto desapareció.
Actualmente, ella sigue preparando algunos de los remedios. Ya no despacha la mercancía en su local en el centro de Tenancingo, pero algunas personas aún le piden algunos jarabes o ungüentos: “Todavía preparo la ‘pomada mágica’ que mi papá hacía. Ese ungüento se usa para rozaduras, deja la piel lisita, disminuye dolores por golpes o rapones y, como tiene antibiótico, evita infecciones”.
180 preparaciones antiguas sobreviven
El corazón de cualquier botica era el lugar donde se producía los medicamentos. El de la “París” se encuentra en dos partes de las instalaciones: una sala donde se almacenan todos los libros de recetas originales e instrumentos y el área donde realizan las Fórmulas Magistrales.
En aquel almacén la historia revive a través de los libros con recetas, morteros de porcelana y metal, donde se molían raíces y flores; probetas con algunos líquidos de colores; un botamen —conjunto de botes de una oficina de farmacia, según la Real Academia Española (RAE) — y otros artículos.
La encargada del área de Fórmulas Magistrales, platicó sobre su profesión: “Me gusta porque esto es la base de la industria (…). Somos parte de la cadena de salud. Las personas vienen con nosotros, depositan su confianza en que les daremos la preparación adecuada, correcta para el tratamiento de una persona enferma. Eso lo tenemos que tener siempre presente”.
Aquí, en la “París”, todavía se realizan 180 preparaciones antiguas, extraídas de la Farmacopea Mexicana. Por ejemplo, “Espíritus de tomar o untar”, el cual tranquiliza después de un susto; “Jarabe de granada” disminuye el dolor de garganta; “Lexan”, para atraer las buenas vibras; “Crema T” para sudar y eliminar grasa y se utiliza antes de hacer ejercicio; “Pomada de Panpuerco” para eliminar el empacho, entre otros.
Las boticas en los pueblos de México
Uno de sus clientes, llegó con las manos llenas de verrugas. Don Juan Segura, boticario, le preparó la “Pomada de papel”. No se lo cobró, pero le dijo que volviera a decirle si le había funcionado. Al poco tiempo, el joven regresó feliz, pues sus manos estaban sanas. Hasta la fecha, el señor, quien sigue viviendo en el pueblo, no volvió a tener ese problema, cuenta con alegría doña Olivia Segura.
Esto forma parte de las satisfacciones del oficio, para el cual el conocimiento era indispensable. Don Juan Segura estudió hasta la secundaria. Tenía 12 años cuando comenzó a trabajar con el señor Felipe, dueño de la única boticaria del pueblo, y don Mateo, el encargado.
Después lo mandaron a cursos por parte de su trabajo. Él se encargó de investigar y prepararse. Desde 1538, el primer monarca español, Carlos V, dio la orden para la construcción de cátedras de medicina en las universidades de las Indias; además de las visitas continuas para realizar un control de la siembra, preparación de distintos medicamentos y la inspección de las boticas, de acuerdo con la investigadora del Instituto Nacional de Historia y Arte (INHA), Reyna Pérez María del Carmen. ¡Los boticarios debían estar capacitados!
Don Juanito, como lo llamaban los del pueblo, tenía el “deseo de ayudar a otras personas. Luchó por aprender y continuar con esta labor para apoyar a sus papás de manera económica”, relata doña Olivia Segura.
Con el paso del tiempo y un poco de esfuerzo, aprendió a preparar cremas, lociones, ungüentos, jarabes… Hacían polvo de flores, raíces y plantas. Algunos medicamentos los depositaba en cápsulas que les vendía la Casa Cedrosa.
Todo era al natural. La caducidad de los medicamentos no era prolongada, por ejemplo: las cremas podían durar tres meses, algunas otras uno o dos años. No obstante, no les agregaban conservadores, pues varios compuestos se tomaban inmediatamente después de la preparación y quizá podían “matar la reacción de los antibióticos”, explica.
Don Juanito aprendió el oficio e inauguró su propio negocio. Su hija recuerda que los días de más trabajo eran los jueves y domingos. Al ser una de las tres boticas en el pueblo, la concurrencia era significativa, la señora Olivia Segura cuenta cómo en una hora él recibía hasta tres pacientes (con todo lo que implicaba, es decir, la realización de la medicina en el momento).
Una de las características de las boticas, por lo menos en los pueblos, era que había oportunidad de pedir fiados los productos. Si ellos no tenían dinero, pagaban con chayotes, gallinas o algún producto. Antes, don Juanito “daba las cosas gratis, pues era muy sensible ante las necesidades de los pacientes”.
— ¿Cuándo comenzó a disminuir la clientela de su papá?
—Empezó a bajar cuando salieron los genéricos y similares en la década de los 90. Los originales eran muy caros y seguían pidiendo, pero con los medicamentos “similares” como lo daban a un mejor precio. Además, la gente les tenía más fe que a los preparados naturales.
Ella hace poco más de tres años, intentó reabrir su local con el mismo concepto de farmacia antigua, pero no funcionó y cerró hace dos años. Atribuye el poco éxito a no tener el renombre, surgimiento de grandes empresas y el desconocimiento de los jóvenes sobre las propiedades de las plantas o minerales: “Cerré porque la gente ya no conoce ni pide los preparados. En todo un día, a veces tenía tres ventas (la mayoría, personas de la tercera edad). El día que me llegaba un paciente viejito, se llevaba todo, pues ya no lo consigue fácilmente. La gente joven ya no conoce las hierbas, las flores…”.
El marco legal
Al principio, cuando comenzó esta labor en la capital de México, las boticas no lucían como en la década de los 40 o 50. En 1824 —cuando la Ciudad de México fue fundada— surgieron pequeños puestos instalados en espacios abiertos. Ahí, de manera improvisada, algunos hombres “recomendaban y recetaban pócimas; en algunos casos dieron resultado y en otros no”, según el mismo texto.
No fue hasta el 6 de diciembre de 1925, que en el Distrito Federal fue aprobada la Ley Reglamentaria de Droguerías, Farmacias, Boticas, la Introducción y Venta de Medicinas, Productos Químicos, Biológicos, Especialidades Farmacéuticas y Productos Alimenticios. En este documento se establecía lo siguiente:
“En los lugares en donde no puedan establecerse el servicio de turno, estarán en deber de atender al público, a todas horas del día y de la noche, los regentes de Boticas y Puestos de Venta de Medicinas, quienes cumplirán todas las obligaciones que esta ley les imponga (…)”. Poco a poco estos establecimientos comenzaron a ser comunes en las calles del centro de la capital mexicana.
En julio de 1984 entra en vigor la Ley General de Salud y se dan las condiciones para el desarrollo de la farmacopea mexicana moderna.
De botica a la farmacia más famosa de la CDMX
“Un asiduo cliente padecía de Alzheimer. Él salía de su casa y sabía llegar a Farmacia París (…). Lo sentaban, atendían y le hablaban a su hijo, avisando que su papá ya estaba aquí. El señor no recordaba cómo regresar a su casa, pero sabía llegar a este lugar”, cuenta Ignacio Merino, nieto del fundador de Farmacia París.
Este sitio es referencia para muchos citadinos. Se trata de una de las boticas antiguas fundadas en el centro de la capital el 28 de febrero de 1944. Ésta fue propiedad del químico farmacéutico Ignacio Merino Martínez, y se encontraba junto al Hotel París —famoso en los años 40—: “Mi abuelo inició en la esquina de 5 de febrero con República de El Salvador. Rentó el local, el cual tenía un letrero que decía ‘Farmacia’ y ocupaba el rótulo del hotel (cinco estrellas) con luz neón. Él (Ignacio Merino Martínez, dueño original) utilizó el letrero con el nombre Farmacia París. Desde allí viene el nombre”, comenta Ignacio Merino.
Este recinto inició sus actividades con cinco trabajadores, hoy son una familia de 623 empleados. Ahí, actualmente acuden entre 25 y 30 mil clientes todos los días.
Los Merino se ha dedicado a esta labor de salud: “Mi abuelo trabajó en boticaria y mi bisabuelo también fue farmacéutico. Es una cadena desde 1850 en España”.
Con el tiempo el boticario cambió. En la Ciudad de México, todavía laboran algunos con un perfil moderno, pero que conservan las tradiciones al hacer cremas, lociones, tinturas.
En la “París” se exhiben 72 años de historia farmacéutica. Ya no huele a ungüentos o preparaciones de flores recién molidas; ahora, se observa subir y bajar productos empaquetados, los cuales se trasladan de una bodega al área donde se encuentran las vitrinas de mostrador. Sin embargo, continúan con la tradición al realizar, por lo menos, 180 remedios tradicionales.
Además, tienen el registro de dos tipos de productos: terminados, enviados por los laboratorios y los preparados realizamos en la misma empresa aquí. Los alelopáticos son los más vendidos.
Por su parte, 80% de la medicina preparada es más económica, a comparación de los productos terminados y no existe mucha diferencia de precio. “Ambos son muy efectivos, no hay uno mejor que otro, depende de las características del consumidor”, de acuerdo con información de Farmacia París.
Este lugar no sólo es interesante por la labor que realiza todos los días, sino por sus instalaciones que conservan su historia. Por ejemplo, al principio, el local era chico y no necesitaba de un sistema para la entrega de medicina. Sin embargo, fue creciendo e implementaron un motor para movilizar un carrusel y un par de toboganes, gracias a los cuales, se deslizan los productos desde la bodega. Ahí, una persona se encarga de surtir cada una de las bandejas de ese carrusel con los pedidos enviados a través de tickets.
Abajo, quienes atienden buscan medicamentos, toman los productos y los entregan a los clientes. Las manos de las cajeras —dentro de un cubículo, junto a un letrero redondo e iluminado— teclean los precios, cobran la mercancía. Los compradores salen con bolsas llenas de tabletas, pomadas, jarabes, lociones…
Además, antes se encontraba un cono con un tubo, a través del cual gritaban, por ejemplo: “Aspirina, aspirina”, anunciando las peticiones de los clientes, cuenta el presidente del consejo administrativo.
La “farmacia que nunca cierra” siempre ha brindado servicio a sus clientes, a pesar de los peores eventos. Por ejemplo, en la década de los 1950, una de varias inundaciones que afectaron a la capital, también invadió las instalaciones de Farmacia París. De acuerdo con la publicación “Las inundaciones provocaron que alguna vez se vieran balsas en el Centro” de EL UNIVERSAL, “la actividad laboral (en el centro de la urbe) no cesó por completo, por lo cual comerciantes y vecinos colocaron muelles y servicios improvisados, como aquél donde los cargadores cruzaban a otras personas de una acera a otra”.
Don Ignacio Merino, fundador, instaló tarimas dentro del local y los empleados portaron botas para no mojarse. En 1985, cuando ocurrió el temblor en la Ciudad de México, tampoco dejaron de laborar. Afortunadamente, no ocurrieron daños mayores a las instalaciones ni a ningún trabajador.
Boticario: más allá de un oficio
Ignacio Merino, presidente del consejo administrativo de Farmacia París, refiere: “Para mí es una pasión continuar una tradición, en la cual podemos ofrecer una esperanza de salud hacia la gente, que puedan encontrar lo que ellos están buscando para una mejoría en su cuerpo, en su persona y a un precio razonable. Creo que eso es como continuar ese sueño de ofrecer salud. Farmacia París no va a vender algo que la misma familia Merino no esté dispuesta a tomar en caso de una enfermedad. Cuidamos muchísimo eso”.
Agrega: “Mi abuelo tuvo la idea de abrir farmacias, pero al principio se decidió por una, con la idea de que fuera única, donde no se perdiera la botica y las tradiciones. Trabajó en hacer una farmacia emblemática”.
Esta práctica artesanal de hacer fórmulas “no desaparecerá, va en crecimiento. Farmacopea reafirmo seguir conservando estas preparaciones auténticas de México”, de acuerdo información de la empresa.
“Una botica no es un establecimiento mercantil destinado a enriquecer a su dueño, es un establecimiento designado al servicio público, bajo la dirección de un profesor que ha jurado ser hombre de bien y procurar ante todo el bien de la humanidad”, según el libro De médicos y boticas. Nuevo León 1826-1905. Los boticarios de antaño se transformaron en técnicos o profesionales, quienes no sólo recetan, sino se preocupan por la salud de los demás.
Fotografía antigua: Archivo/ EL UNIVERSAL.
Fuentes: Entrevista con Ignacio Merino Lanzilotti, presidente del consejo administrativo de Farmacia París, y doña Olivia Segura, hija de boticario. Artículo “Boticas y boticarios. Siglos XVI al XIX” de Reyna Pérez María del Carmen.