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Texto y fotos actuales: Miroslava Callejas
La primera proyección de cine en la Ciudad de México se realizó el 6 de agosto de 1896 en el Castillo de Chapultepec y tuvo como público a Porfirio Díaz, su familia y miembros de su gabinete. Las cintas proyectadas fueron las primeras películas filmadas por los hermanos Louis y Auguste Lumière, quienes habían enviado a sus colaboradores a mostrar el nuevo invento. Causó tal asombro y sensación que la función planeada para una noche se extendió hasta la madrugada del día siguiente.
Así México sería el primer país americano en conocer el cinematógrafo. Durante su estancia, los representantes de los Lumière filmaron varios cortometrajes, uno de ellos sería “El presidente de la república paseando a caballo en el bosque de Chapultepec”, considerada como la primera filmación realizada en tierras aztecas, por lo que también convertía a Díaz en el primer “actor” del cine mexicano.
Posteriormente, el 14 de agosto de 1896 se efectuó la primera proyección al público en una improvisada sala ubicada en el sótano de la extinta Droguería Plateros, hoy calle de Madero. La función de estreno se abarrotó y el recinto quedó como sala de cine hasta que, al poco tiempo, fue demolida. No obstante, en busca de una nueva sede, encontrarían un inmueble que pasaría a la historia como la primera sala de cine en la capital y, según el periodista Alfonso de Icaza, como el primer establecimiento en presumir de unas escaleras eléctricas: El Salón Rojo.
Ubicado en la esquina de Madero y Bolívar, el salón forma parte de otra edificación denominada la Casa Borda. Esta construcción palaciega fue realizada por el acaudalado minero José de la Borda en 1775, quien buscaba hacer la mansión solariega más importante del centro de la Nueva España. No obstante, murió antes de verla terminada. Años después sería fragmentada en cinco predios que se utilizarían para viviendas y comercios, una de ellas vería nacer a El Salón Rojo.
En una columna de El UNIVERSAL publicada el 6 a de abril de 1990 se narran algunas de las anécdotas de la nueva sala. Una de ellas relata que cuando una persona compraba su boleto para ver una película exhibida en la planta baja no tenía derecho a acceder a los demás pisos. Otra era que al pie de la pantalla existía un pianista, no necesariamente afinado, que iba musicalizando las proyecciones y, finalmente, que uno de los clientes frecuentes del cine era el mismo Victoriano Huerta, quien asistía en compañía de sus colaboradores.
El periodista Alfonso de Ícaza describiría a el Salón Rojo en 1906 de la siguiente forma: “Constaba de tres salones de proyección y varios más con espejos que deformaban la figura y otras pequeñas diversiones, así como uno destinado a mesas, donde se servían platillos y refrescos. Para subir al segundo piso había una escalera eléctrica que se veía muy favorecida por la gente menuda. En general el Salón Rojo era amplio y cómodo…”.
El Salón Rojo, principal cine de la capital
Bajo la supervisión del cineasta tapatío Salvador Toscano, el Salón Rojo empezaría con sus primeras incursiones como sala cinematográfica. Allí se exhibiría mucha de su incipiente obra como La inundación de Guanajuato o Viaje a Yucatán. No obstante, el lugar cerraría y se reabriría años después, en 1906, con un nuevo dueño: el austriaco Jacobo Granat.
Este particular personaje era un migrante judío que viajó a México en busca de hacer la América. Tras abrir una serie de negocios curiosos, como la venta de petacas hasta artesanías mexicanas, decidió incursionar en un nuevo pero prometedor mercado: el cine. Así Granat lo vendió todo y compró el Salón Rojo, remodelándolo de una forma tan elegante que sería lugar obligado para los aristócratas, burgueses, “fifís”, “rotos” y “estirados” de los primeros años del siglo XX.
No obstante, el Salón Rojo sirvió también como espacio político. Francisco I. Madero realizó mítines y conferencias en el lugar durante su campaña. Granat simpatizó con sus ideas y entablaron una gran amistad. Inclusive uno de los motivos de su futura partida sería la decepción y la tristeza que le causó la destitución y asesinato del político.
Para 1915, el Salón Rojo se había convertido en la principal sala de cine de la capital. Granat se había encargado de llevarlo al estrellato. Viajaba constantemente en busca de novedades cinematográficas y material noticioso para que la gente se enterara de lo que pasaba en el resto del mundo.
Además, la sala sería la sede de varios sucesos cinematográficos. El 8 de junio de 1917 se estrenaría la primera película largometraje y de ficción en el cine mexicano: La Luz. Tríptico de la vida moderna. Producida por Maux Chavet y protagonizada por Emma Padilla y Ernesto Agüeros. Era un relato de corte amoroso con escenas en San Ángel, Xochimilco, los Viveros de Coyoacán y Chapultepec.
Tras el inimaginable éxito del Salón Rojo, Granat amplió su oferta abriendo, en el mismo recinto en 1921, un salón de baile. Ahí se presentaron las más famosas orquestas del momento. Por tan sólo 25 centavos la entrada se podía acceder al recinto los lunes y jueves. Además celebraban concursos de baile de distintos géneros como danzón, tango o vals. Lo curioso fue que ciertos sectores de la población se escandalizaron por el giro que, según ellos, dio el salón: pasando de ser un lugar familiar a un cabare, ya que se prestaba para que nuevos tipos de baile como el shimmy, calificados como “indecentes”, fueran adquiriendo popularidad en la ciudad.
El triunfo fue inevitable y el Salón Rojo se había colocado como fuerte referente del entretenimiento citadino en las primeras dos décadas del siglo XX. Asimismo, el ya consagrado empresario cinematográfico fundó otras salas de cine como el Lux, el Palacio y el Olimpia.
No obstante, años después, Jacob Granat decidiría vender su patrimonio e irse a su natal Austria. Tal vez movido por alguna extraña nostalgia combinada por la profunda conmoción que le había causado la muerte de su amigo Madero, decidió nuevamente embarcarse a Europa. No obstante llegaría en la peor de las situaciones. Estaban los primeros indicios de la segunda guerra mundial y el antisemitismo se propagaba con rapidez. Granat fue enviado a un campo de concentración junto con su esposa, quienes morirían en una cámara de gas en Auschwitz en 1943.
Su imperio de entretenimiento se quedaría en manos del empresario William O. Jenkins, quien se caracterizaría por tener el monopolio del cine en México durante la década de los treinta y cuarenta. No obstante, el Salón Rojo cerraría para dar pasos a oficinas y joyerías. En 1938 vio nacer a la “Joyería Borda” de Don Raúl Hernández Arenas, que años más tarde se cambiaría a otro local en la misma calle de Madero. Actualmente, donde sería uno de los cines más famosos de los años veinte, se ha convertido en locales de ropa y lentes.
¿Qué es del Salón Rojo, hoy?
“Este local antes era un cine”, nos comenta Rosa, habitante y encargada de la casa Borda, señalando un local cerrado con cortinas negras que tiene el pequeño número 27, donde originalmente se ubicaba El Salón Rojo. “Me han preguntado si no me asusta vivir aquí, ya que me dicen que como es una casa muy vieja deben espantar, yo les digo que a los que tenemos que temerle es a los vivos”, dice la mujer expresándose así de la Casa Borda.
Un recorrido que realizó EL UNIVERSAL por la antigua edificación dio cuenta que sigue manteniendo cierto aire del siglo que la vio nacer. Sin embargo, ha sido fraccionada en pequeños locales. El lugar que propiamente era el Salón Rojo predominan, en el interior, las ópticas. En su parte externa se encuentra una tienda de ropa para caballeros, una taquería y una pastelería. En el resto de la casa se distribuyen otros negocios como tiendas de ropa, una cafetería y un banco.
“La casa abarcaba mucho más terreno pero al paso del tiempo se fue reduciendo”, nos narra en entrevista con EL UNIVERSAL Guillermo Vázquez, trabajador de la Casa Borda. “El centro cambia rapidísimo. He querido hacer un libro respecto a la historia de la casa, he recopilado información y fotografías del lugar pero cuando salgo a entrevistar a la gente, se comporta de manera huraña y no quieren proporcionar información”, nos platica Guillermo en su oficina ubicada en uno de los ventanales que da hacia la calle de Madero.
“A veces se me complica seguir el rastro a la historia del edificio porque lo escrito y las fotografías no coinciden del todo”, nos comparte Guillermo, quien tiene una carpeta con folletos y fotografías de la Casa Borda. “También supimos que la entrada tenía una cúpula pero no sabemos con certeza dónde quedó”.
Doña Rosa nos platica que ha vivido más de veinte años en la casa. “Me han tocado varias remodelaciones, es la locura, hasta parece la casa de Drácula”. Guillermo comenta que el edificio cuenta con diversos dueños: “La señora Rosa y yo no respondemos a los mismos dueños. Incluso he sabido que propietarios de otros edificios de la zona que prohíben sacar fotografías de sus propiedades”.
El edificio se ha preservado gracias a que es una de las construcciones que más programas de rescate ha tenido. Una de las primeras fue en la década en los treinta, cuando la Dirección de Monumentos Coloniales, dependientes del entonces Departamento de Monumentos de la Secretaría de Educación Pública, trató de regresarle su antiguo aspecto. La última que recibió fue en 2012 en el programa de rescate del Centro Histórico.
“Según yo el Salón Rojo nace primero y, posteriormente, se convierte en sala de cine”, nos dice Guillermo con cierta inquietud cuando le interrogamos sobre el Salón Rojo. Por lo que la respuesta queda en el aire ¿Cómo pasó la esquina de Madero y Bolívar de ser una de las salas cinematográficas más importantes de la ciudad a ser pequeños locales de comercios variados?
“Yo llegué aquí en 1950. Empecé a trabajar en el edificio porque tenía un hermano que trabajaba y vivía aquí, era el encargado. El propietario era el señor Brown, que tenía casas en las Lomas de Chapultepec. Habíamos muchos trabajadores, ya que los dueños eran muy ricos, pero ya vendieron esta propiedad. Yo le ayudaba a mi hermano al mantenimiento. Después se fueron todos y nada más me quedé yo en el edificio”, nos dice en entrevista con EL UNIVERSAL Venancio Martínez, uno de los encargados de la Casa Borda.
"Antes era muy bonito, me divertía mucho. Cuando llegué aquí a trabajar en la esquina de Madero y Bolívar había muchos negocios como joyerías y sastrerías, no sabía que había sido un cine. El que sí lo era estaba acá a la vuelta, era el cine Rex. Ahí la gente hacia colas interminables para acceder”, nos dice Venancio al preguntarle si sabía que en la esquina que entroncan Bolívar y Madero había sido una sala de cine.
No obstante, la Casa Borda sigue manteniendo ese aire virreinal que la vio nacer, pero no queda ningún indicio de lo que sería el Salón Rojo, ni una placa, ni un toque de la elegancia que la caracterizaba, ni siquiera quedó rastro de las que serían las primeras escaleras eléctricas en México.
Fotos antiguas: Archivo de EL UNIVERSAL, Colección Villasana-Torres y “Seis siglos de historia gráfica de México” de Gustavo Casasola.
Fuentes: “Jacob Granat, un pionero del cine” nota de EL UNIVERSAL, 28 de octubre de 2012; “Madero 33” de Héctor de Mauleón en Nexos; “Los inmigrantes judíos frente a la Revolución Mexicana”, presentado en la XIII Reunión de Historiadores De México, Estados Unidos y Canadá – 201; Los templos del buen bailar de Amparo Sevilla; David Silva. Un campeón de mil rostros de Rafael Aviña; Portal “Cine mexicano” del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores Monterrey. Entrevistas con Venancio Martínez, Guillermo Vázquez y conversación con Doña Rosa.