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Texto y fotos actuales: Mauricio Mejía
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
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Estos lugares fueron muy exitosos en la década de los 60, a tal grado, que casi en cada colonia podía encontrarse al menos uno. Los grandes salones que servían de escuela llegaban a tener hasta 20 sillones individuales, cada uno con su gran espejo, o bien, uno solo que cubría gran parte de la pared a lo largo del salón.
Los colores comunes eran el rosa, violeta, azul o lila en tonos pastel, los utensilios para esta labor, por lo regular, hacían juego con el color de las paredes; muchas revistas de peinados y de temas varios para pasar el tiempo.
Estos salones se adornaban con flores naturales o de plástico y los ventanales eran cubiertos con delgadas cortinas que dejaban pasar mucha luz. Las peinadoras lucían batas en tonos pastel y en algunos incluso se compraba cabello para la elaboración de pelucas.
Los grandes secadores de pelo con apariencia galáctica
Lejos todavía estaban los adelantos en la industria de la moda que, hoy en día, facilitan el trabajo de los estilistas. Las secadoras de pelo que ahora son de mano hacen increíble imaginar la existencia de aquellos enormes y ruidosos secadores de pelo unidos a los sillones acolchonados, donde las damas metían la cabeza, ya con tubos, para un secado rápido y uniforme.
Por su parte, la señora Conchita López, cultora de belleza con 49 años de experiencia, narra que las damas permanecían en estos secadores por 40 minutos y que aun teniendo la cabeza dentro, las clientas platicaban de política, de las revistas, del cine, de religión, continuaban aunque menos que cuando hacían la fila para entrar al secador. En promedio pasaban tres horas entre la elaboración del peinado y el arreglo de uñas.
Antes no se usaba la plancha, la pistola, la tenaza, ni la secadora, no se hacían los cortes como los de hoy que son muy prácticos y no requieren ir al salón, antes todas iban al salón y eran filas para “prender” los tubos, filas para los secadores, fila para la peinadora, fila para el crepé, fila para las uñas, “los esposos se desesperaban, pues pasaban ahí en promedio al menos 3 horas. Antes para fijar el pelo se usaba hasta cerveza, dice Conchita.
Doña Conchita considera que estos salones eran como confesionarios, pues las clientas contaban a las peinadoras sus problemas y actividades. Nos enterábamos de sus vidas, dice la entrevistada.
Hoy con el paso del tiempo su salón se ha transformado como la mayoría en la ciudad. Ya no existen esos grandes sillones, hoy tiene una especie de cubículos con muebles que parecen de oficina y aquellos grandes secadores de pelo ahora son pequeños y de tecnología alemana.
En estos ambientes es fácil imaginar algunos diálogos, basados en los testimonios de las entrevistadas, que pudieron haberse dado en aquella época de grandes artistas como Grace Kelly, Marilyn Monroe y Sofía Loren quienes lucían estos peinados y a quienes las damas de sociedad querían imitar, incluso hoy se siguen usando con algunas modificaciones:
“Querida, ¿has visto qué divinidad de gajos ha sacado Begoña Palacios en el Capri? Ay, decididamente algo así tengo que llevar a la junta de la Beneficencia”. “Son un primor, querida, pero la verdad es que a mí me mató el peinado de Lucy Gallardo en su última película. ¡Qué rizos, Dios mío! Pienso llevar uno de esos en el coctel de mañana en el club”. “Te verás primorosa, linda- agregaba una tercera “querida”- Señorita, a mí me hace un chongo como ese de Sonia López”, mientras el dedo de la clienta apuntaba a la pequeña televisión portátil que entonces transmitía la Hora Celanese.
Era inseparable el olor a barniz que a litros corría por las pequeñas mesas de manicure. En una mesa más pequeña reposaban las revistas de cine y labores domésticas que entretenían a las clientas mientras llegaba alguna conocida para interrumpir la lectura e iniciar la plática.
Tan importante eran aquellos peinados que en las páginas de EL UNIVERSAL, en su sección de la Sociedad al Día, se publicaba los jueves la columna de un especialista que firmaba como Marcelo llamada “El peinado en el mundo”.
Las mujeres cuidaban mucho su apariencia personal
Cuando la señora Herlinda Téllez comenzó a trabajar, en 1963, el cabello tenía una importancia primordial en la moda femenina. “Era la época de los peinados. Las mujeres cuidaban mucho su apariencia personal. Por eso les gustaba ir al salón de belleza”, narra a EL UNIVERSAL la mujer de 70 años.
Un año antes había escogido, sin vacilar, el oficio de cultora de belleza. Tenía 16 años. La fascinación por el arreglo del cabello le nació de niña, al ver a su cuñada trabajar en el pequeño salón instalado en su casa, en su pueblo natal, Zitácuaro, Michoacán. “Ella nos peinaba a mis hermanas y a mí cuando había algún evento en la escuela, como los desfiles del 16 de septiembre.
Me llamaba mucho la atención cómo peinaba. Sobre todo, cómo hacía los permanentes al calor. Se les llamaba así porque, como no había todavía líquidos para hacerlos, se ocupaba un aparato con pinzas que se sujetaban al pelo y se conectaba a la corriente. Ésta lo calentaba y con la presión se fijaban los rizos”.
Inició sus estudios en la Academia María Antonieta, ubicada entonces en la esquina de Cuenca y Calzada de Tlalpan, en la colonia Postal. Pronto sobresalió su trabajo. “Las dueñas de la Academia me llamaban a mí para que las peinara. También nos mandaban a concursar con otras escuelas. Una vez yo gané el primer lugar. El premio fue… un líquido para permanente”, ríe al recodar la anécdota.
Concluidos sus estudios regresó a Michoacán. “Pero un buen día mi papá me dijo: ‘hija si tú ya estudiaste lo de belleza, ¿por qué no te vas a México a trabajar?’. Y me regresé. La misma cuñada que había forjado en ella su vocación estilista, quien para entonces ya residía en la capital, la acompañó a buscar empleo. Lo halló en el salón “Amparo”, que se encontraba en la avenida Playa Erizo de la Reforma Iztaccíhuatl, colonia de clase media alta por esos años. En ese lugar ya había hecho prácticas durante su tiempo de estudio.
“Me empezaron pagando 60 pesos a la semana, más mis propinas. Las clientas que dejaban cinco pesos de propina eran las más generosas y, por lo tanto, las más peleadas”.
Su horario era de lunes a viernes de 9 a.m. a 7 p.m. Los sábados trabajaba el salón de ocho a ocho. “Iban muchas señoras ese día porque era cuando salían a bailar o tenían algún evento. Estaban muy de moda los centros nocturnos y les gustaba ir bien arregladas”. Normalmente en un sábado llegaba a peinar hasta veinte clientas.
“Pero era un martirio estar ahí”. Los grandes secadores de cabellos, emblemáticos de esa época, provocaban en la pequeña accesoria un calor considerable. La mala alimentación durante estas jornadas era una constante. “Nos malpasábamos mucho. Si no desayunábamos bien, no sabíamos cuándo volveríamos a poder comer”. De 15 a 18 pesos era lo que juntaba de propina esos días. “Los domingos, que eran mis únicos días de descanso, me daba mis escapadas para peinar novias, porque antes la mayoría de las bodas eran en domingo. Siempre en la mañana”.
Peinados a la Grace, de cubeta, de gatito, chongos altos o con gajos
Doña Linda sonríe al recordar los nombres de los peinados. “Había de muchos estilos. De cubeta, de gatito, chongos. Estos últimos eran muy elaborados. Se hacía con crepé, entonces ocupábamos mucho, mucho crepé, se ponían tubos y después se enrollaba el cabello hasta formar un gran chongo. Por supuesto que las señoras se quedaban un buen rato en los secadores. Estos peinados por lo complicados que eran y por su popularidad costaban 15 pesos. Los demás ocho, lo mismo que un kilo de carne” en ese entonces.
En 1967 doña Linda se casó y dejó de ejercer. Sin embargo, siguió conservando algunas de las 40 clientas que durante sus años de trabajo la prefirieron por su “buena mano”. Esposas de diputados, de empresarios e incluso modelos (sobre todo recuerda una de la cerveza Superior) iban a que doña Linda erigiera en su cabello los monumentales peinados. “Éramos unas verdaderas artistas”.
Algunos peinados siguen vigentes
Hoy peinados que Marilyn Monroe o Sophia Loren hicieron famosos en los años 60 siguen estando de moda con algunas modificaciones, “se siguen usando en fiestas de gran gala”, dice la señora Conchita, incluso marcas como Revlon y Loreal y otras grandes industrias del peinado han sacado tendencias con base en ella.
Menciona que sigue teniendo clientas que se peinan con mucho crepé y que tiene a una peinadora especial para estos casos, “son clientas que están acostumbradas a mantener su estilo de elegancia”. Estos peinados están en 250 pesos, pero ya no son tan elaborados como antes, por ello a su personal aún le enseña a hacer crepé. Estas mujeres constituyen un 25 o 30 por ciento de su clientela actual.
Hoy en total, y dependiendo del largo del cabello, hacer un peinado le lleva una hora u hora y media, pues ya no hay tanta gente que se ponga tubos. Sigue habiendo gente que se peina con crepé dependiendo sus actividades, sobre todo de clase alta. Se peinan hasta para tres días, antes estos peinados duraban 8 días, y ya sólo venían a “repeinarse”, como se decía.
Era una obligación peinarse en los salones, ahora con los cortes modernos ya no vienen como antes. Conchita considera que los salones de belleza son también como confesionarios, pues la gente viene a contarnos sus problemas, aquí se respetan y no se anda divulgando su vida, se respeta esa confianza. “La gente viene como a su terapia, a arreglarse, a ponerse bonita. Si las vemos muy tensas le ponemos un buen shampoo y se empiezan a relajar con el masaje”.
Conchita comenta que ya se perdió mucho la elegancia para festejar las cenas de Navidad o recibir el Año Nuevo, antes había mucha gente que venía a peinarse. Recuerda que acababa muy cansada sin querer festejar la cena navideña, ni la familiar, por ello cuanto tuvo su propio salón, se propuso cerrar estos días más temprano para no terminar así.
El preferido de la señora Linda Téllez era a la Grace. Aún se sigue peinando así. Grace Kelly, primero en la pantalla y después en las revistas ya como princesa de Mónaco, impuso toda una moda en el peinado. Consiste en un ligero copete hecho a base del invariable crepé y en la parte posterior de la cabeza el cabello enroscado. La gran cantidad de laca, o incluso cerveza usada como fijador, además de la estructura misma del peinado, permitían que éste durara por lo menos tres días. “Después iban a ‘repeinarse’, como se decía”.
En cuanto al color del cabello, afirma que “antes se pintaban para cubrirse las canas. Se cambiaban de color, sí, pero con tonos muy discretos. No como ahora que pasan de rubias a pelirrojas”.
De mecanógrafa a cultora de belleza
La historia de doña Conchita es distinta. En el número 19 de la calle de Aldama, colonia Tizapán San Ángel se encuentra la Estética Conchita. Su dueña es la señora Conchita López. Hace 49 años se graduó de cultora de belleza en la desaparecida Escuela Tacubaya de Avenida Revolución. Originalmente, había sido inscrita en el curso de secretaria mecanógrafa. A los tres días se hartó.
A espaldas de sus padres, le pidió a la profesora que la aceptara en Cultura de Belleza. “Era tan barata esta carrera comparada con la de secretariado que con el costo de la inscripción me dieron todo el material necesario para ocupar en medio año de cultura de belleza”.
“Me empezó a gustar la creatividad, el glamour, ver a la gente tan arreglada; ir al teatro y ver a la gente con unos peinados elaboradísimos. Era un glamour muy muy bonito que ahora ya nada que ver”, relata en entrevista con EL UNIVERSAL.
Doña Conchita asegura que esa tendencia de los peinados fue producto de la imagen que las artistas tenían en las películas y telenovelas. Para ella el cabello formaba parte de todo el concepto de elegancia que tenía la mujer. Siempre acompañado de la elegancia en el vestir.
“Ahorita se rompen reglas en la moda. Pero en esa época que a mí me tocó fue cuando se usaba lo más elegante. Los peinados de novia, el arreglo de toda la familia. Ya pasó esa época”, dice y la nostalgia impregna sus palabras: “Pero fue la más difícil”. Recuerda especialmente el peinado de nido. Éste duraba ocho días. “Se ponían tubos y una laca muy fuerte o cerveza”, asegura. “Era una tendencia muy elegante”.
En una frase, doña Conchita resume aquellos años: “Era un estilo de vida. Desde una secretaria hasta la gerente de un banco iban bien peinadas”. Eso sí, a costa de mucho tiempo invertido. “Era una elaboración tremenda. Pero a mí me encantaba”. La creatividad era clave en ese trabajo.
A los seis meses de iniciados sus estudios, doña Conchita cayó enferma en el hospital. Fue entonces que sus padres se dieron cuenta que estaba registrada en Belleza y no en Mecanografía. Por su delicado estado de salud no pudieron decir nada. Los diez meses que estuvo internada le sirvieron para practicar lo que había aprendido en la escuela.
“En las horas que me sentía bien les hacía manicure a las enfermeras. También les ponía pestañas, una por una como se usaba”. Adquirió experiencia en esto último cuando practicaba con las actrices del teatro Blanquita.
Cuando se recuperó continúo con su preparación. Entró a trabajar de chicharita en una estética sin goce de sueldo que estaba en la tienda Woolworth de 16 de Septiembre. Arreglaba a las empleadas de la tienda en el baño porque en la estética les costaba más. “Después a la señora del salón se le fue le personal y las empleadas le dijeron que yo ya tenía práctica y me dieron una oportunidad cortando el cabello”.
Entre los cortes que recuerda están a la Napoleón, Mía Farrow, Yesenia. “Esos fueron mi fuerte”. Duró diez años en ese salón. Entonces montó su salón, muy cerca del actual. Inició con éste en salón en sala de su madre. Un espacio de cuatro por cuatro. Empezó a tener popularidad su trabajo. “Me daba miedo recibir el dinero, porque, lo digo con mucho orgullo, yo vengo de una familia humilde”. Poco a poco se fue ampliando su lugar de trabajo hasta que compró el terreno en el que hoy se encuentra la estética Conchita.
En los años de ejercicio que tiene, doña Conchita ha visto desfilar las más variadas tendencias. Desde aquella que imitaba las figuras de la telenovela Simplemente María, pasando por la moda de cabello a la nuca que impuso Verónica Castro hasta la actual moda donde los cortes, más que los peinados, imperan. “Ahora con un buen corte ya traes un diseño de color, luces, barridos. Un buen corte te hace ver elegante”.
La añoranza es el común denominador de las entrevistadas. Pese al gusto que a ambas les da los adelantos en el mundo de los salones de belleza, prefieren evocar aquellos años de twist en el que el peinado era un estilo de vida.
Fotos antiguas: Archivo EL UNIVERSAL.
Fuentes: Entrevistas con las cultoras de belleza Concepción López y Herlinda Téllez. Hemeroteca y Archivo de EL UNIVERSAL. 6 Siglos de historia gráfica de México 1325-1976 de Gustavo Casasola.