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Texto y fotos actuales: Salvador Corona
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
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La frase “Los olvidados” cubre la fachada de uno de los comercios que ha sobrevivido al desarrollo inmobiliario del barrio de Romita, que antes era uno de los lugares más marginados y peligrosos de la ciudad y que hoy es un punto de encuentro.
Salvador Ledesma, un tortillero de 32 años que tiene su negocio a unos pasos de la plaza de Romita, relata a EL UNIVERSAL que en su infancia la zona era muy diferente, ya que ahora hay muchos corporativos alrededor.
“Ya cambió mucho, hay corporativos, laboratorios y grandes edificios. Cambió demasiado. Había muchas unidades habitacionales y ahora sólo quedan algunas”.
Luis Buñuel dejó marcado un lado crudo y melancólico en la zona, retratando en su película Los Olvidados de 1950 pobreza, tristeza y la delincuencia de aquellos años. Varias escenas de la película se filmaron en el barrio, por ejemplo, en la plaza de Romita, donde se encuentra la capilla de Santa María de la Natividad de Aztacalco, lugar donde “El Ojitos”, el niño indígena, es abandonado por su padre, o donde “El Jaibo” y Pedro se reúnen con la pandilla para tomar un refresco.
Antes y después de la película de Buñuel se decía que el barrio era muy peligroso por ser el lugar predilecto de la delincuencia para esconderse entre sus callejones.
En la novela Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco se plasma lo que se decía del barrio en la primera mitad del siglo pasado: “Romita era un pueblo aparte. Allí acecha el Hombre del costal, el gran Robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo. De día es un mendigo; de noche un millonario elegantísimo gracias a la explotación de sus víctimas”.
La historia filmada por Luis Buñuel es recordada con un gran mural con los rostros de los protagonistas, ahí se plasman la caras del “Jaibo”, Pedro, don Carmelo, Meche, entre otros. A un costado de la obra se encuentra la tortillería y negocio familiar de más de 50 años que logró rescatar Salvador Ledesma, vendiendo kilos y kilos de masa de maíz a los vecinos del barrio y a los obreros que trabajan en las nuevas edificaciones que serán parte de un nuevo panorama.
“Desde que llegó mi abuelo y mi padres siempre fue una zona muy tranquila, pero se sabía que algunas casas eran usadas para narcomenudeo e incluso hasta ahora”, menciona el señor Ledesma.
El pueblo o barrio de Romita tiene sus orígenes en la época prehispánica, cuando su nombre era Aztacalco, que significa en la casa de las garzas. Tras la conquista, sus vastos terrenos fueron adjudicados a Hernán Cortés.
En el siglo XVIII se le bautizó con el nombre de Romita debido a un paseo arbolado que iba desde el pueblo hasta Chapultepec, muy semejante a uno que existía en la ciudad de Roma, Italia, según aseguraban visitantes europeos. El sobrenombre al lugar quedó grabado en los documentos del Ayuntamiento desde 1752, llamándose oficialmente Romita.
Ahí mismo se levantó en 1530 el templo de Santa María de la Natividad de Aztacalco –que aún existe–, y a instancias de fray Pedro de Gante ahí se bautizaron a los primeros indígenas, alrededor de 1537.
Al expandirse nuestra ciudad y trazarse en los potreros (terrenos) de Romita un fraccionamiento habitacional en 1903, la compañía de Terrenos de la Calzada de Chapultepec, S.A., cuyo accionista principal era Walter Orrin compró las tierras y más tarde se le nombró colonia Roma, por la cercanía de ese barrio.
En 1944, la iglesia de Romita se declaró monumento histórico, y a la plaza se le llamó zona típica o zona pintoresca; en 1980 ambos fueron reconocidos como monumentos del acervo cultural de la Ciudad de México.
El lugar donde ahorcaban a los pecadores
En la plaza Romita se pueden ver algunas construcciones antiguas que le aportan un toque nostálgico; además de uno que otro edificio de varios pisos construidos durante la segunda mitad del siglo pasado.
Una de las edificaciones más importantes dentro del barrio de la Romita es el templo. Bien vale la pena entrar y convivir con los pobladores del rumbo y admirar el crucifijo del altar mayor, del cual se dice fue elaborado en el siglo XVI y corresponde a uno de los cinco que envió el rey de España a estas tierras.
En la actualidad el santo más venerado es San Judas Tadeo y casi frente a la imagen se puede ver al Señor del Buen Ahorcado, al cual se encomendaban los ladrones antes de morir en la horca.
Durante la época colonial en este sitio se condenaban a muerte a los bandidos, colgándolos de lo alto de unos ahuehuetes. La sentencia se realizaba en el atrio, frente al pueblo y les era permitido a los condenados, previo a su ejecución, acudir al interior del templo acompañados de frailes para encomendar su alma y pedir benevolencia al Señor del Buen Ahorcado. Más tarde esa acción pasó a ser una representación para entretener a los vecinos en el martes de Carnaval.
En el libro Iglesias y Conventos Coloniales de México de Lauro E. Rosell, publicado en 1946, se lee: “Entre griterío de la multitud, y los sones de los destemplados instrumentos, izábanse los mallugados cuerpos de las infelices victimas en el palo de la horca, presos de angustiosa agonía, para momentos después permanecer inmóviles, mientras llegaban las viudas para reclamar los cuerpos de los cónyuges. De esta trágica manera, dábase fin a la farsa que concurrían todos los vecinos de los barrios cercanos”.
Hoy no queda nada de aquel carnaval que reunía a los vecinos de otros barrios. La única fiesta patronal que se realiza es la de San Judas, a quien cada 28 de octubre se venera seguido de un pequeño convivio en la plaza.
El monstruo inmobiliario
Romita es diferente a la colonia Roma a pesar de ser parte de ésta, ya que los pobladores se mostraron muy reacios a que sus terrenos fueran modificados por el trazo de las calles de la nueva zona exclusiva iniciada a principios del siglo XX. Detrás del templo se encuentran los únicos callejones que se salvaron, en cuyos muros los artistas actuales del antiguo pueblo exhiben su talento en vistosas pinturas.
El crecimiento implacable de la Ciudad de México a lo largo del siglo pasado hizo casi desaparecer los numerosos escenarios de tipo campirano o rural que en sus inicios la rodeaban, arrasados después por la enorme mancha de asfalto, concreto y vidrio en que se ha convertido esta urbe.
Romita, lugar escondido entre edificios y plazas comerciales va desapareciendo en medio de grandes edificaciones en donde todos quieren vivir. “Muchos de los edificios están o estaban intestados y toman ventaja para reclamarlos, así que los remodelan, posteriormente los rentan y venden a un costo de 3 millones de pesos”, narra Salvador Ledesma.
—¿Por qué son tan elevados los costos?
—Primero, nos encontramos en una zona céntrica y los costos se elevan, lo segundo es que muchos extranjeros prefieren esta zona sin tanto movimiento y se sienten más seguros.
Remanso de tranquilidad y cultura
Los tiempos en el que el Romita era un pueblo marginado y peligroso quedaron atrás. Ahora es un barrio en el que se respira un ambiente singular en la Ciudad de México, caminar por sus calles es un viaje en el tiempo y espacio a un México más sencillo, casi sin bullicio.
El UNIVERSAL realizó un recorrido entre las calles Puebla, Durango, Morelia y Avenida Cuauhtémoc, área que limita a la Romita, donde las calles son estrechas. Hay pequeñas bancas en la plaza y en algunas casas se observa el paso del tiempo, pues el deterioro es notable; en las calles Guaymas y Real de Romita hay un taller mecánico distinto, pues su especialidad es reparar coches clásicos, el viaje en el tiempo parece comenzar.
En el callejón de Romita número 8 se encuentra una casa donde vivió con su familia el luchador social Gilberto Rincón Gallardo. A raíz de los terremotos de 1985, la casa sufrió daños y tuvieron que mudarse. Años más tarde fue restaurada y adecuada como sede del Centro de Estudios para la Reforma del Estado y posteriormente alojó a la Comisión Ciudadana de Estudios Contra la Discriminación.
A partir de julio de 2004 esta casa se convirtió en centro cultural y se llamó “La casa tomada”, nombrada así en honor del famoso cuento de Julio Cortázar. Actualmente es la sede del Centro Cultural Buzón de Arte, espacio independiente y de autogestión, a partir de ese momento se fue trasformando en un barrio cultural.
Una de las curiosidades es que si se visita la Plaza de la Romita cualquier día de la semana, siempre habrá personas longevas en las bancas, y aunque son reservadas no son descorteces, pues están abiertos a compartir historias e información relacionada al pueblo. Incluso, algunos de ellos mencionan que sólo quedan cuatro personas que son oriundas de este lugar, ya que muchas se fueron por el deterioro de las viviendas, y otras, dicen, simplemente buscaron un mejor lugar.
Los paseos ciclistas organizados por grupos independientes o por la misma Secretaría del Medio Ambiente de la ciudad, trazan la ruta por los callejones del barrio llenando de alegría a los vecinos de la localidad, y por si fuera poco, a unos pasos de la capilla se encuentra el Huerto La Romita, un pequeño espacio comunitario dedicado a la agricultura urbana, para crear huertos en casa.
A pesar de las diferentes actividades que se desarrollan en el pueblo y de estar rodeado de una urbe bulliciosa y en constantemente movimiento, las calles de Romita parecen ser inmunes. Pueblo con toques de actualidad en sus paredes, gracias a sus murales, que conserva aires campiranos de antaño y que poco a poco ha ido exorcizando el estigma de zona peligrosa, Romita es hoy un punto obligado para conocer y conservar.
Fotos Antiguas: Archivo EL UNIVERSAL. Libros: Iglesias y Conventos Coloniales de México y La Ciudad que el cine nos dejó.
Fuentes: Las batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco; nota de EL UNIVERSAL “Con paseo, compartirán leyendas y tradiciones en la Romita”, libro Iglesias y Conventos Coloniales de México de Lauro E. Rosell, delegación Cuauhtémoc; entrevista al señor Salvador Ledesma, delectaciones de vecinos, Huerto La Romita, el libro La casa tomada de Julio Cortázar y la película Los Olvidados de Luis Buñuel; El Patrimonio Cultural de Luis Adolfo Gálvez González.