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Texto y fotos actuales: Mauricio Mejía Castillo
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Por ambos extremos y al mismo tiempo, dos carruajes entraron al callejón. Siendo ambos apellidos de la más alta alcurnia, ninguno podía rebajarse a retroceder para que el otro continuara hacia delante. Tres días pasaron antes de que los dos regresaran sobre sus pasos, siendo para ello necesaria la intervención directa del Virrey.
Esta historia la recuerda el señor Eduardo Martínez de 82 años de edad, al salir de misa en la iglesia de San Francisco, frontal al callejón, escondido tras la Latino. Para él, la leyenda es sólo un encanto de los muchos que conforman a la Avenida Madero. “Siempre fue una avenida muy principal. Por aquí paseaban todos los ‘popis’ del tiempo de Don Porfirio”.
La evocación de los “lagartijos” y las señoritas “emperifolladas” le sirve de referencia para hablar del toque aristocrático de la rúa. Le guarda gran cariño. “Con mis amigos nos veníamos a tomar café aquí en frente con las muchachas”, recuerda mirando el que ahora es el Sanborns de los Azulejos. Le viene a la mente un hecho en específico con la avenida de escenario: el regreso de Miguel Alemán a la ciudad, después de su viaje a Estados Unidos en 1947. Tenía 13 años.
Sin embargo, no piensa con nostalgia en el ayer. Le gustan los cambios y está contento con el actual ir y venir de la arteria.
Patrocinada su construcción por Hernán Cortés, San Francisco fue el primer edificio de la orden del Varón de Asís levantado en América. Barroco, inmenso durante la Colonia, tan importante monasterio no podía menos que darle su nombre a la calle en que se encontraba. Mutilado en la época de la desamortización de los bienes eclesiásticos en 1868, permitió la apertura de 16 de Septiembre y la avenida de San Juan de Letrán.
Siguiendo su recorrido, el caminante encuentra otra alusión a la orden franciscana: la calle de Gante. Perteneciente a aquélla, Fray Pedro de Gante se encargó de evangelizar a los naturales de la Nueva España. En el vértice con Madero se encuentra el edificio de lo que fuera en la tienda High Life, a mediados del siglo pasado. Importante almacén de ropa que fue diseñado por Silvio Contri, mismo arquitecto del edificio que alberga hoy el Museo Nacional de Arte. Sus siete plantas de cantera rosa continúan teniendo el mismo uso. Cambia la razón social.
Continúa el recorrido de Madero y el siguiente edificio que atrae la atención del viajero es la esquina con Bolívar. La casa de don José de la Borda, importante minero del virreinato, que por celos mandó construir el balcón que se prolonga por toda la fachada, formando un ángulo recto con las dos calles.
Y en cada esquina se encontrará irremediablemente con alguna estatua “viviente”: personas disfrazadas de súper héroes que esperan ser retratados con los niños, o cuerpos humanos vestidos de pintura según el personaje al que escenifiquen: un soldado, un ángel, en una posición intacta hasta que una moneda caiga en el cesto que colocan frente a ellos para poder moverse y adoptar una nueva posición.
La calle de las ópticas
La casa Calpini abrió sus puertas en 1848. Establecida en la esquina de Madero y Motolinía fue la primera óptica de la República Mexicana. “Ocupaba todo el edificio. En 1923 se cambió al número 27 que ahora es un centro joyero. El lugar lo ocupó la óptica Turati y desde 1994 esta empresa sólo funciona en dos locales de su interior, los demás son de otras marcas”, dice Lilian Sanchez, licenciada en optometría, que trabaja en ella desde 1986. Treinta años en la profesión le han permitido conocer bien la historia de las ópticas en Madero. “Antes todo eran ópticas. Desde que vendieron muchos de los edificios donde estaban, algunas han desaparecido y ahora hay más tiendas de ropa”.
Sin embargo para el caminante es difícil creerlo por la inmensa cantidad de repartidores de propaganda de estas tiendas. La licenciada considera que estas personas afectan el comercio pues la gente ya no va tanto por miedo a que les vayan a hacer algo. “Ven muchos juntos y se espantan”. Pero sabe que la clientela que ya tiene establecida muy difícilmente dejará de ir. Las ópticas en Madero son un símbolo.
Primera Casa de EL UNIVERSAL
Cuando el transeúnte se encuentra de pronto en la esquina de Madero y Motolinía deberá hacer en ella una parada obligatoria para reflexionar un poco sobre su historia. La calle de Motolinía no demerita en su carga de historia. Fray Toribio de Benavente fue un clérigo que al preguntar por qué los indígenas le gritaban al verlo ¡Motolinía! ¡Motolinía!, supo que este vocablo quería decir para ellos “pobre”. El desgarrado hábito que portaba el clérigo hacía que los naturales le llamaran así. “Este es el primer vocablo mexicano que aprendo, y para que no se me olvide nuca, de aquí en adelante así me he de apellidar”. Y en su honor fue nombrada la calle que antes se llamó Callejón del Espíritu Santo.
En cuanto al nombre de la calle, en 2012 el escritor y periodista Héctor de Mauleón escribío: “solemos creer que fue Francisco Villa el responsable de este cambio de nomenclatura porque una fotografía que se ha hecho célebre lo muestra, con escalera, salakov y pistola al cinto, en el acto de colocar la placa. Lo que en realidad hizo Villa –la foto es del 8 de diciembre de 1914- fue recolocar la placa que los zapatistas habían arrancado con desprecio dos semanas antes, el día de su entrada a la ciudad”. Cuenta la leyenda popular que el Centauro del Norte consignó una maldición para aquél que en el futuro cambiase la placa que él había puesto. Cuenta Rafael Solana en una columna publicada en EL UNIVERSAL que en los primeros meses posteriores a este cambio “unas gentes decían San Francisco y Madero, como si fueran dos calles o dos nombres, y otras San Francisco I. Madero, lo que era exagerar un poco”.
El caminante puede dimensionar la importancia de las baldosas sobre las que está parado. En ellas han pisado triunfantes ejércitos libertadores e invasores; presidentes y emperadores; protestas y procesiones. Siempre contrastantes sus actores Su mayor protagonista que, al grito de “Sufragio efectivo, no reelección”, hizo suya la rúa forma la mitad binomio de uno de los contrastes más dramáticos de la ella. Gustavo Armando, su hermano, lo completa.
Perduró la inclinación a él hasta los días de la Decena Trágica. El 18 de febrero de 1913 don Gustavo fue invitado a ese local por el traidor Huerta para almorzar. “El Chacal”, como él mismo lo había llamado, le tenía preparada una trampa para terminar con su existencia. So pretexto de un almuerzo para limar las asperezas que había entre ambos y ponían al presidente entre la espada y la pared, Huerta hizo prisionero a don Gustavo, listas las bayonetas para su tortura. Y así se consumó el contraste de los hermanos Madero. Paseo de gloria para Francisco Ignacio, principió de Calvario para Gustavo Adolfo.
La calle hace evocar al transeúnte a una tarde de 1916. Sábado 30 de septiembre. Una multitud se congrega en las aceras que lo limitan. En el interior del antiguo restaurante ya no hay mesas con manteles de cuadros. Ahora hay mesas, sí, pero con máquinas de escribir encima. En la marquesina ya no se lee Gambrinus. Grandes caracteres anuncian un nombre que a partir de entonces quedará ligado al diario vivir del naciente país: EL UNIVERSAL.
Plateros
Después del cruce con Isabel la Católica (antes Colegio de Niñas), San Francisco cambiaba su nombre a Plateros. Una disposición del Virrey López Díaz de Armendáriz Marqués de Cadereyta en 1638 obligó a todos los artesanos que se dedicaran al trabajo de la plata a establecerse en el tramo abarcado desde esta esquina hasta la Plaza Mayor. Fue el nombre de Plateros el que mejor grabado quedó en la memoria popular de la Ciudad de México. Se llega a creer que éste se extendía a toda la calle.
Por el oficio al que hacía a alusión no es casual encontrar hoy una cantidad innumerable de establecimientos joyeros en el mismo espacio. En la cuadra comprendida de Isabel la Católica a Palma, tres enormes centros dan cabida a ellos. Aunque en la actualidad el oro es el principal metal vendido en exhibición, la venta de plata permite explicarse el antiguo nombre de Madero.
Don Dionisio Pliego Mejía comercia oro en uno de los locales que, a lo largo de cuatro edificios, componen al número 55 de la avenida, en su esquina con Palma. Con 76 años de edad y 18 en el oficio, fue testigo del cambio de Madero en corredor peatonal en 2010. Asegura que este cambio no benefició a su comercio porque la gente es muy “comodina”. “Les da flojera caminar desde el estacionamiento o donde dejen su coche”. Reconoce que la avenida “tiene mucha historia”. Añora los días en que la calle era alumbrada por bolas francesas. “Si es una ciudad colonial, debe estar adornada colonialmente”.
Madero. San Francisco. Plateros. Mil rostros ha tenido en su historia. Grandes poetas como Ramón López Velarde y Manuel Gutiérrez Nájera le han cantado en sus versos. Las prosas de Martín Luis Guzmán y Rodolfo Usigli han contado la historia que presenciaron. Las crónicas de Luis González Obregón y Artememio de Valle Arizpe narran la Historia que la ha forjado. Todos ellos, en su calidad de transeúntes devotos, se enamoraron de ella como quizá lo haga ese viajero que se propone explorarla, descubrirla.
Fotos antiguas: Cortesía Archivo Histórico de la Ciudad de México y EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
Fuentes: libros Memoria de la Ciudad de México: cien años, 1850-1950; Crónica oficial de las fiestas del primer Centenario de la Independencia de México; El tránsito en la ciudad de México ayer y hoy. 1922-1942; Calle nueva y calle vieja; Crónicas de la Ciudad de México; archivo hemerografico de EL UNIVERSAL.