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Texto: Perla Miranda
Fotos actuales: Carlos Villasana y Xochitl Salazar
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
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En la calle Manuel José Othón, número 160, se encuentra el Centro de Capacitación Laboral y Educación Integral “Costureras y costureros 19 de septiembre A.C”, a un costado de éste y en el patio de una unidad habitacional permanece inmóvil una costurera sentada frente a su máquina fabricando una bandera de México: es una escultura que representa la labor de quienes se dedican a coser.
En 2003 la escultora Patricia Mejía donó esta efigie en honor de todas y todos los empleados de manufactura textil del mundo. “Ella no nos cobró, sólo pidió que consiguiéramos el espacio y cuidáramos su obra”, dijo Daniel Ramírez.
Este lunes se realizó (en punto de las 7:19, justo a la ahora del temblor) una misa en honor a todas las personas que murieron en el sismo. Cada año desde esa fecha excostureras y vecinos se reúnen en este lugar y recorren la zona del desastre para depositar flores.
De acuerdo con la Cámara Nacional de la Industria del Vestido hasta ese jueves de 1985 existían 800 fábricas de costura de las cuales 200 se derrumbaron por completo y 500 más quedaron con daños en sus estructuras. Después del siniestro casi 40 mil costureras quedaron sin empleo ni indemnización.
Los militares no la dejaron buscar entre el cascajo
Concepción Guerrero entraba a trabajar a las 8 de la mañana. Cuando la tierra empezó a cimbrar ella viajaba, junto con dos compañeras más, en transporte público, cerca de la colonia Nueva Santa María. Se bajó del microbús y se dirigió al metro Normal pero ya no pudo entrar. Caminó hasta la Alameda Central, pero la prisa no la dejó apreciar la magnitud del desastre. “Iba más apurada y preocupada por llegar a mi trabajo, porque no me regresaran”, relató en entrevista con EL UNIVERSAL. De pronto un conductor les ofreció un “aventón” y las llevó al metro Viaducto.
“No me ubicaba, yo siempre veía el edificio Topeka y el número 150 de la calzada San Antonio. Cómo los iba a ver si ya estaban tirados”, narró la mujer de 66 años de edad.
El edificio en el que ella trabajaba no se derrumbó y su jefe les exigía que ya se pusieran a trabajar, pero “mi primer reacción fue jalar tabiques y rescatar compañeras hasta que llegó el ejército y lo impidió, si seguíamos levantando cascajo cortaban cartucho y nos amenazaban”.
La razón por la que los militares evitaban que vecinos se acercaran a la zona fue, en palabras de Concepción, “porque había una tienda de oro donde fabricaban cadenas; entonces acordonaron. Al edificio Topeka de plano no nos dejaron acercar, nunca supimos por qué”.
Esta costurera no daba crédito de lo que sus ojos veían, se sentía pérdida, se preguntaba qué había pasado con las mujeres que entraban a trabajar a las siete de la mañana, todo le parecía un sándwich, había pedazos de ladrillo, loza y mucho polvo.
Al igual que otras trabajadoras, Concepción se quedó toda la noche en San Antonio Abad. “Escuchamos gritos y buscamos a unos policías para pedir que buscaran a personas con vida pero sólo nos dijeron que ahí ya no había nadie, que estábamos nerviosas”.
Daniel Ramírez era costurero en una fábrica ubicada por metro Bellas Artes, apenas contaba 22 años. Su jornada empezaba a las 8 de la mañana, a pesar de que en el metro no sintió el temblor cuando salió vio todo destrozado. “El humo del Hotel del Prado, lo mismo en el edificio de la leche, sólo pensaba ¿qué pasó? Me impresioné mucho”.
Cuando llegó a su trabajo el dueño le dijo que siguieran con sus labores pero Daniel se negó argumentando que el edificio estaba cuarteado y se podía caer, la pelea entre jefe y empleado continuó hasta que un helicóptero pasó y con un altavoz pidió que se desalojara la zona porque podía explotar.
Daniel pensó en una de sus hermanas que trabajaba en San Antonio pero que por suerte aquel jueves no asistió al taller porque estaba en busca de otro empleo. “Ella era planchadora, entraba a las siete, ahí se hubiera quedado como muchas de sus compañeras”.
Sepulcro vial
La impotencia y el coraje se apoderan de Concepción y Daniel cuando recuerdan que la ayuda para rescatar cuerpos llegó después de 15 días y eso gracias a que un grupo de empleados textiles cerraron vialidades para exigir apoyo.
“Era un caos, a los dueños no les importaban las compañeras, ellos sólo pedían que se custodiaran los edificios para evitar saqueos, podía haber una máquina de coser y una mujer, y sin duda preferían rescatar la maquinaria”, narraron.
Ambos relatan que el ejército no hacía nada, les decían que había prioridad por levantar cascajo de zonas como Tlatelolco o de los Hoteles del Prado y Regis. Por este motivo cerraron Tlalpan del lado de la colonia Obrera y pidieron plumas o agujas para que empezaran a recoger los escombros.
“Nos querían quitar, llegaron patrullas y preguntaban por qué hacíamos eso, nuestra respuesta era que esa era la única manera de que nos hicieran caso, les dijimos que había compañeras atrapadas y nadie hacía nada”, dijo Concepción.
Después de casi un mes, las autoridades entraron a un edificio y encontraron un elevador lleno de mujeres. “El elevador no tenía ningún rasguño pero todas las señoras estaban muertas, se habían ahogado”.
Daniel contó que fue la gente común y corriente la que ayudó a sacar piedras, a levantar restos de los edificios. “Yo sólo estuve dos días ayudando porque el patrón nos amenazó con corrernos si seguíamos faltando”.
El ahora diseñador de modas también narra que los dueños de los talleres buscaban entre los escombros sus cajas fuertes; además de telas y maquinaria. “A ellos les importaban sus cajas fuertes, su dinero, nunca la gente”.
Con un poco de humor relató: “Nosotros sacamos una caja fuerte pero nunca la pudimos abrir, le intentamos con todo, la agitábamos y no se escuchaba que tuviera mucho pero aún así nunca abrió, nos hartamos y la vendimos al fierro viejo, nos dieron un peso de entonces”.
“La tragedia nos abrió los ojos”
Después del terremoto muchos empleados de estos talleres hicieron conciencia de que su situación laboral era “miserable”, el salario era el mínimo, los dueños podían exigir que un empleado trabajara en fin de semana sin ningún incentivo y en muy raras ocasiones les daban 5 o 10 pesos más de su sueldo. Por este motivo el gremio decidió organizarse y crear un sindicato que los representara y apoyara ante cualquier situación.
Después de 1985 se habló de talleres clandestinos, porque en muchas fábricas contrataban a menores de edad. “Había niñas de 12 y 15 años trabajando sin prestación alguna y les pagaban menos del mínimo”, recordó Daniel.
Otra situación que causó enojo fue que a algunas trabajadoras las encerraban para evitar robos o que se fueran antes de cumplir sus ocho horas de jornada laboral, por ello creen que muchas mujeres no pudieron desalojar los edificios a tiempo el día del temblor.
Concepción afirma que ella y otro grupo de empleadas empezaron a organizar y juntar gente para exigir una indemnización a sus patrones. “Sólo nos querían pagar tres días trabajados y una semana de fondo que según teníamos”.
La molestia entre los trabajadores incrementaba porque ellos pagaban una cuota sindical y cuando ocurrió el terremoto ni la CTM ni la CROC, ni ningún sindicato se paró a ver cuál era la situación de las costureras.
Gracias al esfuerzo de toda la comunidad de costureras se fundó el sindicato Costureras 19 de septiembre y lograron que se les diera una indemnización.
Lamentablemente Concepción y Daniel quedaron boletinados en las empresas textiles pues tenían antecedentes de “revoltosos” y ya no los emplearon, entonces empezaron a trabajar por su cuenta desde casa.
Ellos creen que su lucha sirvió para tener mejores condiciones en su trabajo, aprendieron a exigir sus derechos; sin embargo, actualmente piensan que la situación es peor que hay un retroceso porque ahora pagan por hora, ya no dan seguro social, el sueldo es el mínimo “y si eso no te parece te dicen que las puertas están bien grandes para que te vayas, mucha gente necesita empleo y por eso aguanta”, dijo decepcionado Daniel.
“Tengo que dar un poco de lo que yo recibí”
El edificio de Manuel Othón # 60 es un predio de 200 metros y es el único espacio “digno” que pudo obtener la Asociación Civil de Costureras y Costureros 19 de septiembre. En él se imparten cursos de Diseño de modas, confección de prendas, baile regional, iniciación musical, alfabetización, salud, bordado artesanal y capacitación laboral.
La principal actividad es la de diseño de modas, “para que las compañeras ya no tengan que estar sentadas ocho horas frente a una máquina, ahora ellas pueden producir y confeccionar sus propios diseños y ganar mejor”, afirmó Daniel.
Las quince o veinte personas que imparten estos talleres trabajan en distintas actividades y después de las 18 horas llegan al Centro de capacitación y dan clases hasta las 21:30 horas, aunque no tienen apoyo gubernamental o de alguna institución pública ellos quieren que la gente se instruya en sus aulas.
Daniel aclaró que las cuotas voluntarias que pagan los alumnos de los diferentes cursos no son un sueldo para ellos sino que utilizan el dinero para dar mantenimiento al edificio.
Contó que tampoco hay mucha difusión de lo que hacen, solo de vez en cuando entregan volantes por los alrededores de San Antonio Abad o por el centro histórico.
Daniel Ramírez dijo que este Centro de Capacitación tiene mucho valor, el hecho de encontrarse con alguna alumna y saber que ya puso su propia boutique o ya está diseñando ropa lo llenan de orgullo y se siente satisfecho.
“Yo aquí aprendí mucho, entendí que tenía derechos y debía pelear por ellos, por eso enseñar aquí es una forma de regresar todo lo que me dieron, no importa si no me hago millonario, ayudar y saberme útil es el mejor regalo”, concluyó.
Fotos antiguas: Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL y cortesía de la Asociación de Costureros y Costureras 19 de septiembre.
Fuentes: Entrevista con Daniel Ramírez, líder de la Asociación de Costureros y Costureras 19 de septiembre y con Concepción Guerrero, costurera. Consulta del libro El terremoto de 1985. 25 años en nuestra memoria de Iván Salcido.