Texto: Miroslava Callejas
Fotos actuales: Xóchitl Salazar
Diseño web: Miguel Ángel Garnica


Cuántos no hemos deseado “¡Pegarle al gordo!” —expresión empleada para definir el premio máximo en la Lotería—, cuando por la calle nos encontramos a algún billetero que con aquellos diminutos trozos de papel nos incita a verlo, por un momento, como el genio de la lámpara para que por unos cuantos pesos nos hagamos ricos y volvamos realidad nuestros deseos.

“¡Lleve su ‘cachito’, es para hoy!”, es el canto más famoso de las personas que dedican sus días a recorrer las calles, o quienes ya tienen sus puestos establecidos a atraer a los clientes, para vender la serie completa, los pares, los nones, como el suertudo prefiera, como su número de la surte le indique y compre el billete de Lotería con el que pueda competir con los cientos que también buscan ganarse unos pesos.

En un recorrido que realizó EL UNIVERSAL en avenidas como Eje Central y Balderas en el centro de la ciudad para conocer el arte de este oficio que está vigente desde 1770, justo a la par que se fundó la Lotería por el marqués de Croix, y que los ha convertido en personajes imprescindibles de la Ciudad de México.

Tanto es así que estos personajes tuvieron sus propias publicaciones, boletines informativos para el gremio. Se hacían llamar “El Billetero” y su primer número se emitió en enero de 1933. En él se plasmaban las noticias y consejos que todo billetero debería saber en ese momento, desde cómo ser optimista, hasta entrevistas con los mismos billeteros, quienes compartían sus experiencias. Incluso se contaba con un cuadro de honor en donde emitían los nombres de aquellos que habían vendido los premios mayores.

La suerte en un “cachito”
La suerte en un “cachito”

Detrás de los billetes: Las mujeres de la buena suerte

“Que Dios lo bendiga”, es así como doña Celia agradece a sus clientes la compra de un billete de Lotería. Ella tiene 89 años de edad y 59 vendiendo en su lugar de trabajo en la avenida Eje Central, entre las calles de República de Uruguay y República de Argentina, en la entrada del afamado restaurante “La Rosalía”. Sentada sobre un banquito y con sus series en la mano, siempre de gorra y de falda, empieza a enunciar con voz apenas audible “Lleve su cachito”.

Desde la compra, la venta y hasta como líderes sindicales de los billeteros, las mujeres, aunque también hay hombre dedicados a este oficio, se han hecho presentes en este ambiente en donde la suerte lo decide todo. Por eso, Celia nos comparte que sus ingresos dependen de lo que venda: “Hay veces en que vendo mil pesos y en los días más bajos vendo más que trescientos. Sube y baja”.

La suerte en un “cachito”
La suerte en un “cachito”

Un año atrás, mi familia y yo nos encontrábamos celebrando el cumpleaños de mi mamá en aquel restaurante. Cuando salimos, vimos a doña Celia sentada en su banquito ofreciendo sus billetes. Mi mamá, sin pensarlo, le compró varios cachitos con distinta numeración. “Que Dios los bendiga”, nos dijo y seguimos caminando a la par que mi mamá nos decía: “Ya saben que siempre le compró a mis viejitos”. No recuerdo si ella ganó algo, pero un año después, yo me gané un reintegro al comprarle un cachito a la misma señora Celia.

En otro sitio de la ciudad, en las escaleras del Ex Convento de San Hipólito ubicado fuera del metro Hidalgo, se encuentra doña Juanita, quien con sus ochenta y tantos años exhibe sus billetes de Lotería en una especie de pequeño tendedero. El cansancio la vence y se le ve dormitando en su lugar. “La Lotería es muy socorrida”, nos dice cuando nos acercamos a comprarle un billete. “De esto vivo, tengo muchos años de hacerlo”, comenta con voz baja y mirada fatigada por la edad.

La suerte en un “cachito”
La suerte en un “cachito”

A unas cuadras de ahí, entre Artículo 123 y Balderas se encuentra el puesto metálico de Virginia Rodríguez que atiende de dos a seis de la tarde, aunque ella llega a las diez y media de la mañana para poder ir a recorrer todo Eje Central para vender sus billetes. Paralelamente se encuentra Esperanza Mendoza, que se ubica en Eje Central casi esquina con Venustiano Carranza, mostrando sus billetes en tendederos mientras está sentada bajo los rayos del sol. Ellas heredaron el oficio de sus padres.

La suerte en un “cachito”
La suerte en un “cachito”

En Balderas, doña Mayte vende panqués en una canasta. Sin embargo confiesa que extraña su verdadera vocación: la de vender billetes de Lotería. “Ya no puedo vender mis billetes por unas dolencias en las rodillas”, nos dice con una evidente tristeza en su voz. “Mi esposo es el que sigue con eso, pero yo ya no puedo, aunque ganas no me faltan”, nos comparte en entrevista con EL UNIVERSAL.

Las mujeres han formado parte importante de este oficio, siendo ellas una fuerte base para el gremio, pues en ellas ha recaído la responsabilidad de transmitir por generaciones este mítico trabajo, como el caso de Virginia y de Esperanza. “Mis abuelos empezaron con la venta de billetes desde que eran novios. Después mi padre continúo con lo mismo”, nos comenta. Por su parte, Virginia nos dice que su papá, de 88 años de edad, tiene 72  vendiendo la Lotería. “Comenzó a vender a los diez”.

La suerte en un “cachito”
La suerte en un “cachito”

Todas ellas ejercen ese oficio al que el poeta peruano César Vallejo interpela diciendo “¡Por qué se habrá vestido de suertero la voluntad de Dios!”. Los billeteros o vendedores de Lotería son de los oficios que encierran un aire mitológico, casi divino, a ellos nos encomendamos para hacernos millonarios de la noche a la mañana o, mínimo, sacarnos de nuestras deudas.

Inclusive las billeteras han aparecido personificadas en el cine. Una de ellas fue Perla Aguilar en la película El Revoltoso (1951) que protagoniza junto con Germán Valdez Tin Tan. En la cinta encarna a Lupita, una chica que quiere incursionar en el oficio de billetera. Otro caso es el de Niní Marshall que interpreta a doña Cándida en la película Los enredos de una gallega (1951), una billetera que cuenta con un carisma y un convencimiento enorme.

A su vez, el oficio ha servido como motor de historias de vida.  “Yo con esto sostengo a mi familia. Cuando mi esposo murió, mi niña chiquita tenía 40 días de nacida. Tengo seis hijos y esto me ayudó para sacarlos adelante”, nos comparte Celia en una conversación que entablamos cuando nos acercamos en comprarle un billete de Lotería.

“Le haces la lucha y vendes, porque la necesidad está encima”, una frase que Mayte nos compartió y que Juanita y a Celia aplicaron toda su vida. “Mira, yo antes lavaba y planchaba, una comadre mía me hizo una proposición: Deja de lavar y planchar una semana, te voy a llevar a que vendas billetes de Lotería. Yo no sé leer, ni escribir, ni nada, a mí no me mandaron a la escuela. Incluso ni soy de aquí de la ciudad, yo vengo de Michoacán”, nos dice Celia. Juanita también nos dice lo mismo: “Yo no sé leer ni escribir”.

La suerte en un “cachito”
La suerte en un “cachito”

Celia logró acoplarse a la vendimia de tal forma que llegó crear una red de vendedores. “Llevábamos boletos hasta Tampico y también a Puebla. En el primero, los enviaba como si fuesen fotografías para que llegaran más rápido, el chofer ya me conocía. En el segundo caso enviaba los billetes a una pareja, pero ellos terminaron por robarme, se quedaban con dinero y series enteras”.

Incansable a sus 89 años, presume que aún tiene energía para llegar a realizar quehaceres hogareños. “No llego a descansar. Llego a lavar, a planchar. Es lo que me dicen los doctores, a mí lo único que me duelen son los tobillos, me ven y mueven la cabeza, me dicen que subo, bajo escaleras, que me ven bien, en cambio a mucha gente de mi misma edad que ni caminar ya pueden, lo veo y no lo creo. Me dice el doctor que me va a dar más vitaminas, para que viva más ¿por qué Dios me está dejando tanto? Quién sabe, eso sí no sé qué día ni a qué hora va a venir a decirme vámonos. Como dirían mi padres hasta aquí y hasta aquí”.

Doña Mayte con una singular alegría dice que para ser una buena vendedora hay que tener gracia. “Doy gracias a Dios porque yo tengo mucha suerte para vender. Si yo ahorita me pongo a vender los vendo, tengo carisma, aunque ya estoy vieja y ando con trabajos”.

Sin embargo, la suerte también les ha sonreído, la misma Celia nos dice: “Me saqué un premio y con eso compré un terrenito e hice mi casita. Vivo lejos pero feliz”. Por su parte, el papá de Esperanza le pegó al gordo en dos ocasiones en los años setenta. Virginia dice que sí ha jugado y se he ganado reintegros y premios chiquitos. El premio más grande que ha obtenido es de diez mil pesos.

La satisfacción más grande es vender el Premio Mayor

Doña Mayte aún recuerda las dos veces que vendió el Premio Mayor. “Los premios que yo vendí fueron el 28511 y el 10583”. Pero con esto llega el optimismo de una compensación. “Cuando tus clientes se ganan algo llega una ilusión de que te van a dar una gratificación, no es su obligación porque yo no estoy pagando nada si se pierde el billete, ellos están arriesgando su dinero”.

La suerte en un “cachito”
La suerte en un “cachito”

Pero cuando esa ilusión se vuelve realidad, queda la satisfacción y bonitos recuerdos. Mayte nos platica que hace alrededor de cinco años, un chico le compró un billete, ganó un premio y la fue a buscar para darle una gratificación. “Vendí un premiecito a un jovencito que se dedicaba al puro alcohol, no sé en qué trabajaría, siempre traía mucho dinero. Él luego me decía: vente —iba con su novia—, vente a comer. Le contestaba que no, que ya me tenía que ir a la devolución. Siéntate a comer —me reiteraba—; dobla tus billetitos, guárdalos y si nos sacamos el premio mayor me convidas. Me los compraba y una vez le vendí un billete con un premio de casi seiscientos mil pesos. Yo le avisé que había ganado, él no sabía. Al mes me buscó y cuando me vio, corrió y me abrazó, me besó. Me decía: ‘tenemos un premiecito, no lo he cambiado, aquí lo traigo en mi cartera, ya sabes cuánto me toca, ten esto es para que pagues tu renta’. En ese momento yo tenía mi modular empeñado. ‘Ten para que saques tu modular y nadie te va a echar tus cosas a la calle’, me dio cuatro mil pesos”. A doña Mayte se le humedecen los ojos de tan sólo recordar tan bonita experiencia.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, también se han enfrentado a muchas adversidades. “Una vez me robaron todo mi billete, me quedé endrogada y una se queda con el susto por la forma en que te lo quitan, también una vez un viejo mugroso me asaltó, pero ahí le aplaudo la manera tan limpia en que lo hizo”, platica doña Mayte.

Los 70, con Echeverría, la mejor época de la Lotería

Otro obstáculo con el que se han encontrado es con la misma Lotería Nacional. Virginia nos narra que ha bajado mucho la venta porque hay directores que no saben manejar la Lotería. “Antes no estábamos así los billeteros. Desde que entró Vicente Fox como gobernante ha caído mucho, hasta los mismos clientes dicen que se lo acabó Martita Sahagún”. Mayte con evidente coraje en la voz nos comenta algo similar:

“Los fraudes han desprestigiado a la Lotería. Un cliente me dijo que no me compraba billete porque todo se lo llevaba Marta Sahagún. A partir de eso bajó la venta cañón y recibes grosería, insultos. Antes a las siete de la noche escuchabas a los gritones, había muchos en la torre del caballito. Ahora a las jovencitas ya no las ves vendiendo. Sólo a las personas como yo que ya andan batallando, me arrebatan los billetes y para corretearlos está canijo. Ahí sentada no más hasta da lástima y estás trabajando y la Lotería no te perdona nada, ni un peso, aquí me pagas o si no cárcel. Esos peligros no los ve la lotería, entonces te quitan las ayudas de Sindicato, nos quitaron todo”.

Ambas comparten que la institución está en crisis y que añoran aquellos años en que la Lotería era lo mejor de lo mejor. “En 1973 con el presidente Echeverría era un éxito vender Lotería, se agotaba el billete”, nos dice Virginia mientras que Mayte recuerda a los expendedores: “Todos los expendios que ves son de años y muchos han quebrado. Expendios fuertes, grandes, incluso si les querías comprar no te querían vender, ahora hasta te dicen llévate los que quieras”.

La suerte en un “cachito”
La suerte en un “cachito”

Las listas eran de tela y ahora son de papel

Inclusive añoran las antiguas listas y las formas en que uno le podía pegar al gordo. “Las listas si tú quieres son las mismas, pero ahora son de papel y antes eran de tela y mucha gente humilde y pobrecita ocupaba la tela. Después de seis meses hasta un año, quitabas esas listas y se lavaban, te servían para trapitos de la cocina, para pañales de tus hijos. Yo te estoy hablando así desde abajo y ahora esa cosa ni la puedes doblar, está toda esponjada. Las chiquitas esas, la gente se enoja porque dicen ni se ven”, narra Mayte con una evidente añoranza.

“Antes se vendía mucha Lotería, pero por los malos manejos pues la gente no ve premios en la lista. Los mismos clientes me dicen ‘estás re-salada, no me das nada’ y ven la lista que está muy pobre y como no hay volumen de premios, la gente se aburre”, dice Virginia con cierta rabia en la voz.

Ellas dicen que hace falta que las nuevas generaciones se interesen en la Lotería en todos los sentidos. “A mi hijos cuando les pedía que me ayudaran a vender, no lo querían hacer”, nos dice Mayte. Asimismo, Virginia comenta que los s jóvenes ya no compran: “Deberían de cambiar los sorteos para que la juventud tenga costumbre de jugar a la Lotería. Por ejemplo, en lugar de dinero, echen un carro”.

No obstante, ellas seguirán al pie de cañón defendiendo un legado que viene de más de doscientos años, ni las bajas ventas ni la misma edad son obstáculo para que estas mujeres sigan haciendo lo que más les gusta: vender el sueño de ser millonario. “Hasta que Dios me dé licencia voy a ir y venir, no voy a dejar de trabajar”, nos dice Celia con una firmeza que asoma a sus 89 años.

Foto antigua: Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL.

Fuentes: Entrevistas con las billeteras Esperanza Mendoza, Virginia Rodríguez, doña Mayte y conversación con Celia. Archivo de la Lotería Nacional para la Asistencia Pública.

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