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Texto y fotos actuales: Uriel Gámez Hernández
Diseño web: Miguel Garnica
Al caminar por algunas calles del Centro Histórico saltan a la vista llamativos letreros de los negocios con un doble sentido. Se trata de los establecimientos que venden artículos de piel: monederos, bolsas, chamarras, carteras, cinturones, sillas de montar y maletas o petacas y que, haciendo uso de la imaginación y picardía, los dueños rápidamente utilizaron para hacerse publicidad como: “Las Petacas de Miguel” y su competencia: “Para Petacas las Mías”.
Hasta la fecha “Las Petacas de Miguel” sigue siendo uno de los locales más retratados por ser tradicional en el ramo de artículos de piel o talabarterías, locales famosos desde hace décadas. A los talabarteros debemos también aquellas viejas mochilas de cuero, portafolios, llaveros, chalecos y billeteras, entre infinidad de artículos.
Las primeras talabarterías, cercanas al rastro principal de la ciudad
La mayoría de las talabarterías se concentraban en el centro de la ciudad de México, en lo que fue la calzada prehispánica a Iztapalapa, hoy avenida Pino Suárez, misma que en la época colonial tuvo varios nombres, entre ellos la Calle del Rastro, pues llevaba al antiguo matadero de reses de la ciudad.
Años más tarde este rastro fue trasladado a los llanos de San Lázaro, según información del libro Seis Siglos de Historia Gráfica de México, de Gustavo Casasola.
Por ello, en las inmediaciones se establecieron diversos comercios dedicados a trabajar el cuero, la piel. Así, en poco tiempo abrieron las primeras peleterías, talabarterías y curtidurías de la zona. Gran parte de las pieles y materia prima para elaborar artículos provenía del antiguo Matadero. Lo mismo sucedía con los puestos callejeros de carnitas que en muchas ocasiones vendían productos de dudosa procedencia animal y con poca higiene.
Aunque no en la cantidad de hace años, aún hay varias talabarterías en el centro. En la calle de 5 de Mayo existe desde el siglo pasado La Palestina; en Tacuba “Las Petacas de Miguel” y en Pino Suárez, La Abeja, así como frente al Museo de la Ciudad aún permanece El Caballo Mexicano que abrió sus puertas en 1913, todas ellas de gran tradición. EL UNIVERSAL acudió esta última, una de las más tradicionales de la ciudad, al preguntar si podían conceder una entrevista se negaron por exceso de trabajo y dijeron que en la otra sucursal podían atender al diario, se hizo caso pero la atención en la tienda de esquina con República de Uruguay fue la misma.
Además de los letreros en estos comercios eran característicos los caballos rígidos de cartón y bien pintados, que colocaban en la acera frente a sus negocios o en el interior con sillas de montar reales, fuetes y demás artículos de piel, que llamaban la atención de niños y todos los que pasaban por ahí.
Héctor de Mauleón, en su texto La Palestina: La historia de un aparador publicado en este diario en enero de 2013, cuenta la historia de esta talabartería, una de las más emblemáticas de la ciudad. Ubicada en 5 de Mayo esquina con Bolívar fue fundada por Juan R. Ortiz, exitoso talabartero del mercado El Volador, que tenía sitio en la esquina de Pino Suarez con Carranza (ahora la Suprema Corte de Justicia de la Nación).
El cronista cuenta en su texto que esta talabartería contaba con un vistoso barandal muy peculiar de bronce que tenía varias cabezas de caballo y en el que se amarraban a estos animales mientras los clientes hacían sus compras. Narra que, según se cuenta, Francisco Villa y Emiliano Zapata amarraron allí sus caballos cuando entraron a la ciudad en 1914.
En busca de un taller
Ahora ya no es común ver caballos en la metrópoli. Tampoco observar carrozas tiradas por equinos, jinetes o mulas de carga en las calles. La modernidad hizo que el automóvil triunfara sobre el caballo. El cronista e historiador Héctor de Mauleón narra en el texto antes mencionado que en 1926 las autoridades capitalinas prohibieron la circulación de vehículos de tracción animal.
Por cuestiones de espacio estos talleres que antes era común encontrarlos en los traspatios de las casas del centro histórico y lugares cercanos, ahora se han mudado a los límites de la capital, aunque como se ha dicho aún se encuentran varios en el centro capitalino, como La Palestina y otras talabarterías de tradición que hoy subsisten ofreciendo desde hace años maletas, portafolios, bolsos y carteras.
EL UNIVERSAL visitó locales aun mencionados como talabarterías en el directorio telefónico, uno de ellos en la calle Loreto número 12, la sorpresa es que “dejó de fungir como taller desde hace más de 30 años”, comenta un trabajador de la ahora tienda Plásticos Chávez, “seguido nos llaman preguntando por los servicios”, pero ya no hay restos de ese lugar.
Al poniente de la mancha urbana, en la delegación Cuajimalpa aún existe un lugar donde se hacen artículos de uso ecuestre: Talabartería Hípica, ubicada en la Carretera México-Toluca 3028, es un local que parece desapercibido entre una tienda de autoservicio y una compañía de logística, entre el ruido violento de la carretera y lo alejado de la urbe.
El talabartero es al cuero lo que el sastre a la tela
José Raúl Camacho Contreras, el talabartero del taller, nervioso y entre el sonido de los automóviles, camiones y tráileres que transitan por la vía, dijo a EL UNIVERSAL que “personas de todos lados o de otros países vienen y se quieren llevar cosas de acá”.
Carlos Leonardo Tobalín Contreras, su primo y compañero, quien lleva en el oficio siete años cree que la talabartería “es un arte porque haces que las cosas se vean bien (…) muchas veces es a mano”, y eso se ve reflejado en su minucioso trabajo. Dos generaciones de su familia se dedican a la –también llamada– guarnicionería.
Los productos que más venden son para equitación y un poco para la charrería, principalmente reparaciones. Personalidades como el político Raúl Salinas de Gortari e Inés Sainz, comentarista deportiva y presentadora de televisión, han requerido el trabajo de este taller. “Gracias a Dios sí tenemos trabajo. Gente de Toluca, de Mérida nos contacta por internet”, afirma Eduardo, principalmente los 15 de septiembre para los desfiles por la celebración de la independencia.
Crean riendas, bridas –como la llamada ocho¸ conocida en el mundo por ser auténticamente mexicana–, chaparreras, polainas y una variada gama de artículos para la charrería, la equitación, la doma, entre otras. Pero no son los únicos artículos que proveen estos talabarteros, pues también con la piel se elaboran maletas, morrales, bolsas, carpetas, asientos para automóviles, chamarras, guantes y muchos más artículos de uso cotidiano.
El taller abre sus cortinas a las 10 de la mañana y la jornada laboral es en promedio de nueve horas, pero si no hay mucho trabajo pueden cerrar antes. La labor se traduce en éxito. En el taller se dedican a reparar, a hacer cosas nuevas o replicar modelos extranjeros de igual o de mejor calidad.
Este local existe desde hace aproximadamente 16 años y es uno de los pocos talleres que persisten a pesar de que el uso cotidiano del caballo en ciudad ya no es tan común.
Los grabados en la piel, como nombres o dibujos que solicita la gente en especial, se hacen con herrajes de metal en otro taller. Si se quiere el nombre del propietario en la prenda se puede utilizar un pirógrafo, una especie de lápiz eléctrico que produce calor y así se pueden realizar los garabatos. Estos artículos se deben conservar a temperatura ambiente, pues de lo contrario el cuero se desgasta y cuartea.
La piel curtida la trabajan con moldes para realizar las distintas piezas, como si fuera una tela. La pueden almacenar a temperatura ambiente para que no se eche a perder, pues la humedad es la peor enemiga del cuero.
Falta apoyo al mercado nacional
La importación acaba con los talleres. Las grandes talabarterías nacionales prefieren gastar en productos extranjeros de baja calidad que en comprar el producto mexicano, “pero no se dan cuenta de que eso nos afecta a nosotros como país (…) en lugar de que nos ayudemos unos a los otros nos vamos perjudicando”, el mercado chino y sus materiales sintéticos acortan la vida de este arte. “Ellos sólo quieren vender, no quieren pagar a un talabartero”, comenta Leonardo.
Su materia prima: la piel, la proveen de León, Guanajuato, una de las principales entidades productoras de este material a nivel nacional. El cuero ya lo entregan curtido, listo para trabajarlo, “para cortar los modelos” e iniciar el proceso de producción.
Eduardo cuenta que una silla de monta puede estar lista en una semana, pero si es urgente hasta en tres o cuatro días y su costo oscila entre los 8 mil 900, dependiendo el modelo.
Algunos comercios empiezan a bajar en ventas
En la misma delegación Cuajimalpa, sobre la calle José María Castorena, tiene lugar una tienda que desde hace 32 años vende productos hípicos: Talabartería Zarco. Una asociación de charros fue la que dio origen a esta tienda.
La señora María del Rosario Segura Muciño, dueña del negocio, comentó a este diario que al inicio la venta “iba bien, pero últimamente, desde el 2012, empezó a bajar un poco (…) ya no es algo novedoso como antes, los jóvenes ya no tienen interés de estar inmersos en el mundo del caballo”, comenta la señora.
Su difunto esposo, sus cuñados, sobrinos y hermanos se dedicaron al arte hípico; ellos pertenecieron a una asociación de charros en Cuajimalpa, la cual dejó de existir por la muerte de sus integrantes.
Lo caro de los productos hípicos, de charrería, y para la manutención de los caballos contribuye a que baje la venta de este tipo de objetos. En su caso es simple: sin caballos ya no se requieren.
La tradición no se ha perdido “pero ha ido bajando”, antes los días previos a las fiestas patrias y el 14 de septiembre, día del Charro, la gente compraba botines, moños y más pero “de hace cinco años para acá ya no es la prioridad”, la gente ya no está interesada en esos productos
Para la señora Segura la talabartería, además de ser el trabajo que le da sustento, es una forma “de poder rescatar las tradiciones”.Los lienzos charros desaparecieron conforme la ciudad crecía, muchos terrenos donde se practicaba ese deporte fueron sustituidos por condominios, “la gente de los hípicos fue vendiendo sus caballos”.
Por su parte, Leonardo afirma que "el negocio todavía sigue, mientras haya trabajo", se necesita reconocimiento a estos trabajadores y para el oficio. A la pregunta de que si heredaría el oficio a sus hijos comenta que no, pues preferiría que estudiaran una licenciatura pero que "si a ellos les gusta el oficio, pues que ayuden en el taller también".
Fotos antiguas: Foto comparativa antigua propiedad de Southern Methodist University. Foto Principal: Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL.
Fuentes: Entrevistas con el personal de Talabartería Hípica, Talabartería Zarco; Libro de Musarra, A.; Talabartería y zapatería rural, Maxtor, España, 2006 y texto de Mauleón, H., La Palestina: La historia de un aparador, publicado en EL UNIVERSAL, 21 de enero de 2013.