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Texto y foto actual: Perla Miranda y Paola Juárez
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
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En nuestro comparativo se puede observar también la Plaza Popocatépetl, en la colonia Hipódromo. La fuente Art Déco que adorna esta plaza fue construida por José Gómez Echevarría en 1927 y se conserva hasta la actualidad.
El gran óvalo de la Condesa
En su libro Colonia Hipódromo, el arquitecto Edgar Tavares relata que en 1881 Pedro Rincón Gallardo, regidor del ayuntamiento, propuso que se creara un Jockey Club (asociación deportiva) en el país. Un año más tarde se inauguraría el Hipódromo de Peralvillo que fue el centro de recreación por casi 20 años.
Años después “los jóvenes porfirianos de entonces, se mudaron de Peralvillo a la Condesa, pues el Centro Histórico se había vuelto popular y los hombres en el poder se trasladaron a colonias con más prestigio”, dijo en entrevista con EL UNIVERSAL el escritor e historiador Rafael Pérez Gay, quien durante medio siglo ha sido habitante de este barrio.
En 1902 la Compañía Fraccionadora Colonia de la Condesa S.A adquirió el dominio de los terrenos que formaban la antigua hacienda de la Condesa de Miravalle. Como los trenes no llegaban hasta la entrada del Hipódromo de Peralvillo y la élite tenía que atravesar campos polvosos y la nueva colonia se ubicaba en un mejor terreno, el Jockey Club decidió construir una nueva sede.
Entre los primeros socios de esta compañía se encontraban José Yves Limantour, Guillermo de Landa y Escandón, Enrique C. Creel y Porfirio Díaz, hijo.
Ocho años pasaron y el 23 de octubre de 1910 se inauguró el nuevo hipódromo. Las críticas no fueron buenas, el evento lució desangelado. De acuerdo con la publicación “El Mundo Ilustrado” las carreras de caballos fueron lentas y la aristocracia no se mostró tan emocionada como en Peralvillo.
Así, para generar interés en la sociedad en el nuevo hipódromo se celebró el primer Derby mexicano. La tarde del 6 de noviembre de 1910 miembros del Jockey Club y “toda la buena sociedad” se reunieron en las tribunas de la Condesa para presenciar el acontecimiento.
El resultado fue sorprendente, pues el caballo Tecoat que pertenecía a Guillermo de Landa, y que además era el favorito, no ganó. El primer lugar fue para el potro Star Eyes y su jinete ganó 15 mil pesos más el 50% de las entradas de aquel día.
En un anuncio publicado en EL UNIVERSAL se aprecia que el costo de los boletos para acceder a las carreras tenía un precio de 5 pesos en las tribunas de primera clase y 2 pesos en las de segunda.
Vale la pena mencionar que este sitio no solo era únicamente para los hombres, también se daban cita las mujeres de alta sociedad que iban a lucir su vestimenta de última moda. Para poder apreciar esto, se pueden hojear las páginas de los diarios de la época, donde aparecía la élite. “Es fácil imaginar que al hipódromo llegaba la alta sociedad porfiriana”, dijo Rafael Pérez Gay.
La Revolución interrumpió las actividades del hipódromo, aunque de vez en cuando seguían llevándose a cabo las corridas. En los diarios de la época se publicaba que las temporadas de carreras pasaban inadvertidas.
Así, en los años posteriores este sitio fue usado para celebrar fiestas deportivas, juegos de polo, carreras de automóviles y motos que “daban 75 vueltas a la pista”, según Edgar Tavares.
En nuestra imagen principal se puede apreciar una carrera de autos en el Hipódromo de la Condesa a mediados de 1912. La vista es desde la tribuna hacia el oriente; el trazo de la pista hoy corresponde a la avenida Ámsterdam, al fondo se ven algunas casas sobre Insurgentes, y en el ángulo superior izquierdo la actual Álvaro Obregón, antes llamada Jalisco, donde se asoma la residencia de Adamo Boari, parte de lo que ahora es el parque Juan Rulfo.
Por ejemplo, EL UNIVERSAL publicó el 17 de septiembre de 1921 que el presidente Álvaro Obregón asistió al hipódromo para entregar estandartes a 13 batallones. Incluso, en este circuito también se celebraron las carreras de la Secretaría de Guerra.
De los últimos eventos a los que asistió el presidente Álvaro Obregón fue a la inauguración de la última temporada formal de carreras, el 15 de enero de 1922.
“Espléndida mañana la de ayer en el Hipódromo de la Condesa. La concurrencia tan selecta y mucho más numerosa que en su inauguración comenzó a tomar verdadero interés por este deporte”, publicó El Gran Diario de México sobre el evento.
El 8 de mayo de 1922 la carrera más importante y emocionante fue la del Derby; además el presidente de la nación ofreció un premio de mil pesos y el triunfador obtendría el Derby: “que es la más alta recompensa a que puede aspirarse en materia de carreras de caballos”, se publicó en las páginas de EL UNIVERSAL.
La sorpresa la dio el caballo Bill Rendered al cruzar primero la meta y dejar en segundo lugar al favorito Foghorn. El jockey Shelepets montó a Bill y lo llevó a la cabeza del grupo hasta el final, recorriendo mil metros en sesenta y dos segundos; batiendo el récord de tiempo en esa distancia.
Todo esto termino en 1925, cuando el Jockey Club vendió los terrenos y se construyó la colonia Hipódromo Condesa. Sin embargo, esta colonia conserva los vestigios de su orígenes: el óvalo de la pista de carreras actualmente es la calle de Ámsterdam.
El sello de la colonia se imprime en las grandes banquetas, los espacios arbolados y las glorietas para pasear.
La disputa por la Condesa
“Esta colonia es disputada por dos grupos: los vecinos que viven ahí desde hace mucho tiempo y padecen el ruido ensordecedor de los bares, y por los ciudadanos que acuden día a día para echar un trago o bailar en los antros”, dijo Rafael Pérez Gay.
Durante un recorrido realizado por EL UNIVERSAL por los casi dos kilómetros que tiene la calle Ámsterdam no fue difícil imaginar a los caballos correr a todo galope. Los rayos del sol no logran traspasar los árboles que cubren el camellón central de esta avenida. En nuestro andar nos encontramos frente a la Barbería Le Parisien que fue abierta en 1971. Juan Tirado es el encargado, todos los días desde hace 45 años se traslada de su casa ubicada en Iztacalco para dar servicio a hombres y mujeres.
Recuerda que en los años 70 la clientela era en su mayoría perteneciente a la comunidad judía que se había asentado en la Condesa. Ahora son profesionistas y extranjeros los que acuden a cortarse el cabello o rasurase la barba. “Predominan los sudamericanos, gringos, europeos, hay mucho extranjero que ha venido a vivir a la Condesa. Me gusta atenderlos”, dijo el señor Tirado en entrevista para este diario; para él la clientela no ha disminuido “solo se ha renovado”.
Ahora sólo añora la tranquilidad que existía. No recuerda tráfico, pues no había tantos comercios y dice que todos los vecinos se conocían y se respetaban. Con respecto a la delincuencia dice que a él no le ha tocado, pero supo que hubo un tiempo en el que en la colonia robaban autopartes de autos o había asaltos a negocios; situación que se trasladó a los bares, donde hay mucho robo o peleas. “Aquí en Ámsterdam está muy tranquilo”.
Al salir de La Parisien nos acercamos a un matrimonio que camina con tranquilidad sobre la avenida elíptica. Ellos reservan su nombre, pero mencionan que tienen 75 y 32 años, respectivamente, de vivir en esta colonia. “Llegamos ya como matrimonio, aunque él vivió aquí de pequeño”, relató la mujer.
Para ambos, antes era mejor vivir en la Condesa: “Había menos gente, menos delincuencia, menos coches, menos perros, no había tantos comercios y la gente respetaba, había cortesía y educación”.
De cinco años a la actualidad han tenido que aprender a convivir con los “jóvenes que llegan a rentar” y también denuncian que en los alrededores de los Parques México y España “han metido muchas bases de taxi y no dejan que la gente que trae a su familia se estacione”; además afirman que los taxistas hacen lo que se les da la gana porque algunos son pirata y no son infraccionados porque tienen placas del Estado de México.
Extrañan la tranquilidad, la limpieza, las casas bonitas que han sido demolidas para construir torres de condominios, aun así se sienten afortunados de vivir en un lugar con tanta historia.
La comunidad judía
En los años 40, la colonia recibió a centenares de judíos que llegaron al país huyendo de la persecución nazi. Los vecinos más longevos aseguran que fue el expresidente Lázaro Cárdenas quien gestionó en 1938, aproximadamente, el apoyo del gobierno mexicano para que los migrantes fueran recibidos, pero esto no agradó a los colonos, quienes los tacharon de comunistas.
Pese a este recibimiento la colonia judía se acopló a su nuevo país y así es como establecieron negocios de comida kosher, panaderías y peluquerías.
El señor Arad, de origen judío, contó que su bisabuelo fue uno de los que se escapó de Alemania cuando estaba la Segunda Guerra Mundial y fue uno de los primeros en establecerse en la Condesa.
“Yo tengo toda mi vida viviendo aquí. Mi familia fue víctima de Hitler y debido a eso se vinieron para acá. La verdad es que México le abrió las puertas a mi gente y por eso nunca me he querido ir de aquí”, dijo.
El señor Arad se reunía con su familia en un templo cercano a la colonia. “Me gustaba ir y fue importante para nosotros porque era el único lugar donde nos sentíamos cómodos; podíamos orar por horas y estar en armonía con Dios”.
Rafael Pérez Gay recuerda que al ser una colonia donde se había desplazado un grupo de judíos era posible verlos llegar a una sinagoga que se encontraba en la calle Montes de Oca.
Los parques y la memoria
Casi al final del recorrido, nos llamó la atención un señor que estaba sentado frente a la puerta de una casa en la avenida Ámsterdam, al parecer dejó las llaves en su hogar y sin más remedio empezó a comer en la acera que está a las afueras de su casa. Su nombre es Arturo Solano López.
Este hombre de 46 años es oriundo de esta colonia y dice que “antes era un lugar normal, no había tanto antro; además la Condesa se volvió vieja y cara”. Su niñez la vivió en el Parque México, donde jugaba futbol americano y en vacaciones de verano desde las 9 de la mañana y hasta medio día se dedicaba a jugar béisbol.
También el escritor Rafael Pérez Gay rememoró su época de niño: “La Condesa que yo viví fue la de los años 70”, dijo en entrevista telefónica. Su niñez transcurrió en la calle, “jugando futbol, bote pateado”, también transcurrió en un lugar muy importante para él: El Parque España.
Este parque significa mucho para él pues su abuelo Herminio Pérez Abreu, presidente municipal del ayuntamiento, inauguró este edén el 21 de septiembre de 1921. Fue la máxima festividad que ocurrió después de los festejos del Centenario de la Independencia.
“Hay una foto donde está mi abuelo, con una delgada vara, que era un arbolito, ahora es un ahuehuete y ahí va a estar hasta que todos nosotros desaparezcamos”.
Pérez Gay recuerda que fue a la primaria José María Fernández de Lara, que no estaba en la Condesa pero “si muy cerca” y, con menos gusto, dice que fue a la secundaria número 32, José María Morelos y Pavón. “Ahí viví un horrible clima masculino, vestíamos como soldados rasos, eran características muy similares a las que describió Vargas Llosa en La ciudad y los perros”.
El también historiador afirma que no piensa mudarse de esta colonia. “¿Sabes? Te va generando un sentido de pertenencia a un barrio y al final es una colonia que todavía tiene dos parques y la calle de Ámsterdam”. Al igual que él, Arturo Solano dice que no piensa abandonar este lugar porque: “Aquí son mis raíces, aquí nací y es mi alma mater”.
Sin embargo, las opiniones son divididas, hay quienes afirman que la colonia ya es inhabitable, como el señor Alberto Meras, conserje del edificio Teresa, quien dice que cuando llego era muy bonita, pero ahora los atracos son el pan de cada día: “Entran a los restoranes o cafeterías y se llevan laptops, teléfonos, dinero; también llega gente conflictiva, ya da miedo vivir aquí”.
A pesar de ello y aunque se cambió el ruido de los caballos, por los claxonazos de los carros y la interminable vida nocturna, la Condesa todavía guarda en sus parques y en sus calles la memoria de todas las generaciones que han vivido en ella, desde la élite porfiriana, la comunidad judía, los extranjeros y los vecinos que con emoción compraron casa en los años veinte y treinta. Esta colonia es un refugio del tiempo que se resiste a perder su esencia.
Fotos antiguas: EL UNIVERSAL ILUSTRADO, Colección Villasana-Torres y cortesía Familia Guerrero.
Fuentes: Entrevistas a los habitantes de la colonia. Revista de la Universidad (http://www.revistadelauniversidad.unam.mx), consulta del libro La colonia Hipódromo, tu ciudad, barrios y pueblos de Edgar Tavares y archivo hemerográfico de EL UNIVERSAL.