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Texto y fotos actuales: Gamaliel Valderrama
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
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Desde la época prehispánica con los mensajeros aztecas, conocidos como “paynani”, hasta el día de hoy con los modernos sistemas de rastreo por internet, pero que no han dejado de lado a los carteros, la consigna sigue siendo la misma: “Pase lo que pase, el correo debe llegar”.
A muy temprana edad, Héctor Joel Palma Contreras pensaba que había algo más allá de la simple entrega-recepción de cartas o paquetes. La curiosidad se le despertó desde las primeras veces que acompañó a su abuelo al palacio donde laboraba.
Don Héctor pertenece la tercera generación de trabajadores del Servicio Postal Mexicano, antes de él, su abuelo y su padre trabajaron en el Palacio de Correos. Ahora busca que su hija se una a la tradición familiar. Eso le hace recordar aquellos ayeres cuando de la mano de su viejo le decía: “Mira hijo, ¿no te gustaría ser cartero?”.
Palmita, como es llamado cariñosamente, tiene 53 años de los cuales buena parte ha dedicado al correo. “Tengo 28 años de servicio, pero tengo como 20 de no trabajar. Me gusta lo que hago, me fascina ir a repartir. Que la gente me reconozca y me diga ‘quiúbole, cómo estás’”. Y es que antes de salir a la calle a repartir correspondencia, don Héctor desempeñó otros puestos dentro del servicio postal.
De sus años como cartero recuerda un 6 enero, cuando ayudó a los Reyes Magos. Relata que dentro de su ruta de entrega se encontraba una caja con un muñeco para un niño. Inmediatamente se dirigió al domicilio.
—Quién es Israel —preguntó.
—Yo —respondió el niño.
—Por favor una identificación —le solicitó para el registro de entrega.
Entonces el infante lo miró con emoción porque traía el paquete grande entre las manos, y después volteó a ver a su papá que rápidamente contestó por él: no tenía. Entonces don Héctor le dijo que con la del padre sería suficiente. “Entregué el regalo. Hasta me tomaron fotos, pero lo mejor de todo fue ver la cara del chiquillo”.
Los orígenes
El siglo XVIII presenció el surgimiento del cartero. En la Ordenanza General de 1762 se menciona por primera vez dicho oficio. Según datos históricos, en la Nueva España el primer cartero de oficio fue Joseph Lazcano, quien además de repartir las cartas, también debía anotar los cambios de domicilio, indagar los nuevos y dejar las cartas en manos del destinatario, salvo que conociera a sus parientes y criados, si la carta era certificada, recogía el recibo y lo entregaba al administrador.
“Yo veía al cartero como un personaje fuera de serie. Me preguntaba, cuando acompañaba a mi abuelo a su trabajo, cómo se entregaran las cartas, qué me dirán”, rememora con una sonrisa don Héctor.
Los años de experiencia en el servicio le han ido dando pequeñas pistas a su inquietud, las cuales apila todos los días para tratar de comprender a profundidad la magia del oficio. Pero eso no es todo, estas pistas las comparte con las nuevas generaciones. Cuando habla con los carteros jóvenes, algunos se quejan por los malos tratos de las personas a las que visitan, a lo que les aconseja: “Llegar con educación, con una bromita, un saludito: cómo ha estado, cómo está la familia. La gente te hace parte de su familia, llega la confianza y se hace una hermandad”.
Con los años, ha venido el reconocimiento y la confianza de las personas a la que día a día reparte su correspondencia, tan es así que algunos vecinos de la zona donde labora le han confiado la tarea de entregar sus cartas de amor. Con toda seguridad las personas que lo conocen le dicen: “Palmita, llévate esta carta y la flor”. Al cartero le piden que utilice su característico silbato para hacer saber a la persona amada que pronto recibirá una carta. Ha servido como cupido, pero dice que nunca ha visto a una pareja concretar su amor en el altar.
Quienes quizá no sean tan afectuosos con los mensajeros son los canes. “Ya se acabaron los perros, ahora somos más carteros”, dice enfático don Héctor. Aunque reconoce no haber tenido muchos encuentros desagradables con esos animales, recuerda la ocasión cuando entregaba correo en un kínder: “Tenía que esperar a la firma del destinatario. Estaba muy tranquilo, cuando de repente vi cómo se acercaba un perro de raza pequeña. No hizo ningún sonido, no ladró, sólo se acercó y me mordió una pierna. Fue increíble cómo un can tan chico pudo morderme. Antes había muchos compañeros que sufrían ataques, pero los perros ya no nos hacen caso”.
Según el Correo Mexicano, en el año de 1795 los carteros comenzaron a usar uniforme, por un decreto emitido el 16 de noviembre de 1794. “Era una casaca de paño azul marino con chupín, collarín y vueltas encarnadas y en éstas alamares bordados con oro; aquel uniforme tenía un aspecto militar”.
De lo único que se arrepiente don Héctor es no haberse tomado una foto con su primer uniforme de cartero. Recuerda que era una camisa azul, pantalones grises, zapatos negros y cachucha con número en el frente. Como el que utilizó Adalberto Martínez “Resortes” en la cinta Quiero ser artista de 1958.
“Cuando comencé a salir a las calles, llegó el cambio de uniformes, pero tenían algunos rezagados, entonces me dijeron ‘Palmita, lo que encontremos, ¿no?’. Pero no supieron que recibirlo me dio mucho gusto, porque el diseño era parecido a los de antaño. Aunque sólo me tocó llevarlo por algunos meses”. Antes de que llegue el momento de su retiro, le gustaría que el servicio sacara una edición conmemorativa de los uniformes clásicos de cartero.
En la actualidad, los mensajeros portan una camisa blanca con el distintivo logo de Correos Mexicanos enmarcado en los colores de la institución, rosa mexicano, verde y blanco.
Otro distintivo de este oficio es el silbato y su particular sonido, que cuando suena “salen todos, menos la persona a la que uno busca”, dice don Héctor con una sonrisa. A pesar del paso del tiempo este instrumento continúa siendo útil, pues indica la llega de la correspondencia cuando no hay timbres en las casas o edificios.
De acuerdo con la historia, en 1922 el ingeniero y Coronel Luis G. Franco vio cómo un tren que transportaba oro y correspondencia militar explotó, dinamitado por el enemigo. Los carteros recogieron el dinero y la correspondencia que no se había destruido, entregándolas a las autoridades. Nueve años más tarde, a comienzos de 1931, el ingeniero Franco pudo ver a través de una ventana como un cartero se quitaba su gorra y su chaqueta para proteger la correspondencia que llevaba en un saco. Pocos días después compartiría con el presidente Pascual Ortiz Rubio estas historias y le sugirió que debía celebrarse en México el Día del Cartero. Fue así como se proclamó el 12 de noviembre como el día de los empleados postales.
Don Héctor narra que cada año en el servicio les organizan una fiesta, aunque reconoce que muchos no asisten por pasar su día con lo que más quieren. “Lo malo es que con la carga del trabajo no vamos, porque agarramos más amor al correo, a las cartas que vamos a entregar. Luchamos por entregar el correo, aunque a veces nos encontramos con que la persona ya falleció o se cambió de domicilio, que es lo más común en el oficio”.
El contacto diario con la gente de su ruta de entrega lo ha hecho capaz de relacionar el nombre de la personas con sus rasgos físicos o hasta con su dirección. Como si se tratará de una gran familia, Palmita ha visto crecer a niños, a gente que se va de este mundo y otras que llegan.
“Hoy en día hay muchas personas que llegan a vivir con los abuelos, entonces la familia se multiplica en el mismo domicilio, hay más cartas que llegan a la misma casa, porque ahora la correspondencia es para los abuelos, los hijos y los nietos”.
A 28 años de servicio, Héctor Palma hace una pausa y reflexiona sobre cómo ha cambiado el correo en el país. Reconoce que en sus inicios como cartero la mayoría de la correspondencia eran cartas escritas de puño y letra. Recuerda que muchos de los escritos eran para comunicar noticias, gente del interior de la República que informaba de sucesos importantes a las personas que llegaban a radicar a la Ciudad de México, “qué crees abuelita, Jacinto ya se casó. El padre se cayó”.
Hoy en día la cosa ha cambiado, pues la mayoría de la correspondencia se concentra en cartas de instituciones financieras, públicas, publicidad y propaganda, recibos de pago, revista, entre otros.
Aunque los años han pasado, don Héctor cree firmemente que “el correo no ha dejado de ser el antes, no ha perdido su esencia, pero se ha modernizado y evolucionado”. Y concluye: “Hay Correos Mexicanos para rato”.
Fotos antiguas: Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL.
Fuentes: Correos de México, “El servicio postal: Historia, regulación y perspectivas”, “El tiempo se acabó: El Servicio Postal Mexicano en la encrucijada de su modernización”, Héctor Palma Contreras.