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Sobre la Calzada de Tlalpan, a unos pasos del metro Portales, se encontraba el Gran Cine Bretaña que fue abierto en 1933 y permitía que los habitantes de la zona se reunieran a disfrutar de la máxima atracción del momento: el cine.
La sala dedicada al séptimo arte pasó a ser "El Palacio del Baile en México", cuando en 1954 abrió sus puertas bajo el nombre de California Dancing Club y desde entonces recibe a parejas elegantemente vestidas que gustan de disfrutar de orquestas que tocan música en vivo y los hacen bailar al ritmo del danzón, swing , salsa o cumbia.
Para conocer la esencia de este emblemático espacio y cuál es el secreto para permanecer en el gusto del público desde la segunda mitad del siglo XX, EL UNIVERSAL visitó el "Califa", como también lo llaman.
Cómo llegaron aquí
Atravesamos un pasillo tapizado con recortes de periódicos y fotografías que ilustran la historia del sitio, una antigua marquesina en la que se lee "Bienvenidos a los mejores bailes de México" y al fondo se encuentra la taquilla.
Como si se tratara de una ventana, al abrir la cortina que separa el interior del salón nos encontramos con el pasado: una amplia pista de baile, mujeres ataviadas con vestidos de noche y tacones; mientras que los hombres se presentan con traje, y uno que otro pachuco con su tradicional indumentaria que incluye zapatos de charol a doble tono.
Caminamos por la pista y las parejas que se percatan de nuestra presencia nos sonríen. Verlos bailar es todo un deleite, los vuelos de los vestidos se mueven a la par de la cadencia delicada y precisa con la que ejecutan, con un estilo propio, los movimientos que exige el danzón, además de que hay mujeres que con gracia hacen que su abanico sea un complemento sin igual para este baile de dos, bien pegaditos. Incluso ver a los músicos tocando y bailando al ritmo de la música es un agasajo, te envuelven por completo y es una verdadera invitación a moverse.
Nos acomodamos en una mesa. Una persona de edad madura llega con una charola redonda de metal con una imagen de una mujer con trenzas, como las que tenía la abuelita, y nos pregunta qué queremos tomar: "¿Agua o refresco?". Contrario a lo que uno pensaría, en este lugar no se venden bebidas alcohólicas y lo único que hay de botana son gelatinas, sandwiches o tortas. En el pasillo de al lado una pareja ensaya los pasos que después iban a poner en práctica en la pista de baile.
Observando a los presentes, nos pudimos percatar de los contados jóvenes que había, por lo que procedimos a entrevistar a Daniel Jiménez, uno de los más jóvenes y asiduos clientes que acuden al lugar; lleva alrededor de seis años acudiendo al California Dancing Club.
"Antes venía cada ocho días, ahora ya no puedo porque la universidad no me lo permite. Sabía bailar danzón cuando empecé a venir, pero mi estilo se refinó; hasta estuve aquí porque adquirí una idea más clásica de lo que es el danzón", relata Daniel mientras jalaba unas sillas para que le hiciéramos compañía a él y a sus tías, a quiénes contagió con su entusiasmo y amor por estos espacios.
En la mesa se compartieron opiniones sobre los diferentes estilos del danzón, entre los que se encuentran el que se aprende en la academia, en el salón o el que se aprendió por la época en la que vivieron. Con la pista de baile al fondo, pudimos notar que hay parejas que siguen la melodía y se detienen cada cierto tiempo, otras que dan muchas vueltas y aquellas, principalmente gente mayor, para quienes el danzón es un baile de estar juntitos y no se separan nunca.
Estos salones solían distinguirse por las orquestas que tocaban dentro de ellos. A diferencia de hoy, las orquestas eran fijas y facilitaban una relación estrecha con los usuarios, tanto así que algunas compusieron danzones inspirados en parejas, chicas o personalidades que frecuentaban los salones —como Felipe Urban con su danzón dedicado a Joaquín Capilla—. Actualmente las danzoneras se rotan entre los salones y espacios públicos por la escasez de foros para tocar en vivo. En el California Dancing Club se presentan lunes, viernes y sábado en un horario de 17:00 a 22:00 horas.
Para Daniel y sus tías el ambiente y las relaciones que se generan dentro del "Califa" no se pueden dar en cualquier otro lugar, saben que cada ocho días verán a personas con las que comparten un gusto en específico: el baile. Daniel se despide de EL UNIVERSAL diciendo que "el ambiente es de personas adultas o de la tercera edad, porque son personas que no conciben otra forma de divertirse que no sea bailando. Aquí puedes enterarte de voz de protagonistas de tiempos anteriores cómo era la vida en la época donde el salón de baile era un lugar de esparcimiento y diversión después del trabajo, donde echaban raíz las amistades. Por eso a mí me encanta venir".
Sitios de identidad
Según Amparo Sevilla, autora del libro "Los tiempos del buen bailar", los salones de baile representan "uno de los pocos reductos que ofrecía la ciudad para el encuentro y la comunicación directa entre aquellos sectores que han hecho de la práctica de los bailes populares uno de sus principales ejes de identidad", esto sin importar la colonia de procedencia de aquel que los visitaba y sigue visitando.
Con la llegada de diferentes géneros y corrientes musicales de otras partes del mundo, la práctica del danzón, chachachá, swing, entre otros, quedó relegado a las clases populares y las generaciones que la vivieron. En la actualidad existen decenas de discotecas, bares o antros, pero contados salones de baile, por lo que estos se han vuelto testigos de un pasado que generaciones actuales no podremos conocer.
Al salir de "El Palacio del Baile en México" nos cruzamos con Alejandra Hernández, quien portaba un vestido negro con holanes. Nos dijo que a pesar de que iba a varios salones a disfrutar de la música en vivo, el California seguía siendo uno de sus preferidos ya que el espacio para bailar era enorme: "El salón de Tlatelolco es más barato, por eso va mucha gente y es realmente imposible bailar a gusto. Visito otros sitios dependiendo el día de la semana, pero más hacia el sur como la Alameda del Sur o el Gran Forum de Taxqueña. Pero eso sí, cuando voy a La Maraka me visto diferente y ¡hasta collar me pongo!”, concluyó.
Visitar el California Dancing Club fue una experiencia realmente única, es un acercamiento con la música que escuchaban nuestros abuelos y que hemos oído en infinidad de películas. Uno disfruta observando a la gente que, con alegría y profesionalismo, ejecutan cada pieza y hacen que se quede grabado en el corazón.
A nuestra manera de ver, existen muchos lugares que nos faltan por descubrir, especialmente a las nuevas generaciones, ya que no nos acercamos por pensar que son cosas de "viejitos". Sin embargo, vale la pena encontrarse con la magia de estos espacios y comprender el motivo por el cual han llegado a ser sitios emblemáticos de la gran capital y, por qué no, hasta aprender unos pasos.
En nuestra foto comparativa podemos ver la Calzada de Tlalpan vista hacia el norte en los años treinta. Del lado izquierdo se aprecia el anuncio del Cine Bretaña, en la cuadra donde hoy está el California Dancing Club.
Fotografía comparativa antigua: Cortesía David Guerrero.
Fotografía antigua: Colección Villasana-Torres y Archivo EL UNIVERSAL.
Fuentes: Entrevista con Daniel Jiménez y Alejandra Hernández, libro "Los templos del buen bailar" de Amparo Sevilla, CONACULTA y artículo de "En sus inicios fue un cine" de EL UNIVERSAL.