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Texto y fotos actuales: Magalli Delgadillo
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Don Feliciano Cruz fue el velador durante treinta años del recinto construido en honor de Álvaro Obregón y aún recuerda la tragedia: “Obregón perdió su brazo el 3 de junio de 1915 en la hacienda de Santa Ana del Conde, Guanajuato”, relata el hombre menudito y de voz recia.
Doña Eudosia Martínez, esposa del señor Feliciano, cuenta que ambos son originarios de Oaxaca. Ella consiguió trabajo como empleada doméstica en la casa del entonces delegado de Tláhuac, Alberto Alvarado Arámburo: “Yo trabajaba en casa y él (el jefe delegacional) lo pudo acomodar aquí”, afirma ella haciendo referencia al monumento que se encuentra a sus espaldas.
El gobierno les construyó una pequeña vivienda cercana a la edificación para que el señor pudiera realizar su trabajo. Desde 1986, don Feliciano — quien viste pantalón café, un saco que no logra ocultar su camisa blanca y unas botas color vino— vigilaba, daba información y hacía la limpieza en el recinto diseñado por el arquitecto Enrique Aragón Echegaray y decorado con las estatuas (“El Trabajo” y “La Fecundidad”) de Ignacio Asúnsolo. Su jornada iniciaba desde las siete de la mañana y terminaba a las cinco de la tarde. El número de asistentes era abundante.
Actualmente, don Feliciano, de 90 años, aún tiene grabada en su memoria la historia de la torre inaugurada en 1935 — siete años después de la muerte del político— por el presidente Lázaro Cárdenas. Continúa con la narración: “(A Obregón) le dispararon en el brazo derecho. El doctor le dijo que ya no se le compondría porque se le quedó colgando, campaneando… y le dio corte”.
Una mano amarillenta, con uñas bien cortadas…
“Era una mano amarillenta, engarrotada, con las uñas de los dedos bien cortadas, que se erguía sobre la base pulposa de la carne desgarrada”, relata Héctor de Mauleón en su libro La ciudad que nos inventa.
Otra versión atribuye la pérdida de la extremidad derecha a la explosión de una granada en la Batalla de Celaya, mientras el general se encontraba explicando el plan de ataque a los “constitucionalistas” —en la hacienda de Santa Ana del Conde— para enfrentar a los “convencionalistas”, quienes defendían la postura de Francisco Villa.
De inmediato, tuvo atención médica de Enrique Osornio y el brazo fue amputado. Desde entonces, se le conoció como el “manco de Celaya”, a pesar de que ese no fue el lugar donde ocurrió el hecho.
¿Pero qué pasó con su brazo? El historiador Pedro Castro menciona, en su libro Álvaro Obregón: fuego y cenizas de la revolución mexicana, que fue conservado en un frasco con formol y estuvo bajo el poder de Enrique Osornio hasta la construcción del monumento donde se exhibió; otros dicen que tuvo varios destinos antes de llegar al recinto edificado en su honor.
Héctor de Mauleón, colaborador de EL UNIVERSAL, menciona —en su obra antes citada— que, después de la mutilación, el brazo fue solicitado por el militar Francisco R. Serrano como recuerdo del enfrentamiento. Pero en una de sus juergas quizá fue burlado por una prostituta que presuntamente se lo robó.
El médico que lo atendió encontró el brazo en un burdel
En La ciudad que nos inventa también se relata que la extremidad encapsulada fue a parar a un burdel de la avenida Insurgentes, donde la encontró, Enrique Osornio —el mismo médico que lo atendió cuando la perdió— y él la entregó al ex secretario particular del general Obregón, Aarón Sáenz. Éste último se encargó de convencer al presidente Lázaro Cárdenas realizar una construcción en honor del militar, en el mismo lugar donde perdió la vida.
Un par de días antes de morir, Álvaro Obregón recalcó a su hijo lo siguiente: “(…) Si muerto yo, no cumples con tus deberes —agregó con amable ternura — mi espíritu vendrá a jalarte los pies todas las noches”, se narra en la entrevista titulada “Las dos tremendas emociones que en un día sufrió Humberto Obregón” —publicada por de EL UNIVERSAL ILUSTRADO el 2 de agosto de 1928—.
Al parecer, no le dio importancia al presentimiento que tuvo dos días previos a su deceso. Antes de que el presidente saliera de su natal Sonora, platicó con Humberto, su hijo mayor:
“Los hombres públicos — le dijo— estamos expuestos a los más serios y graves peligros (…). Por lo tanto, es necesario pensar que algún día, desgraciadamente, pueda caer víctima de la asechanza de mis enemigos; y eres tú, Beto, quien queda como jefe y cabeza de la familia, apoyo y sostén de María y de tus siete hermanos, todavía muy pequeños (…)”.
El 13 de noviembre de 1927 sufrió un atentado. “El caudillo” salió de su casa, ubicada en la avenida Jalisco, a las 15:00 horas para asistir a una corrida de toros. El general no acostumbraba pasear por Chapultepec, pero en esa ocasión lo hizo. Abordó su Cadillac. El vehículo entró por la Fuente Colonial y siguió por la “Gran Avenida del Bosque”. A la altura de Molino del Rey, un automóvil se emparejó y rebasó el auto del político para cerrarle el paso. Dos bombas estallaron y cuatro balas salieron de aquel coche, en el cual se encontraban los tres atacantes. La agresión fue frustrada y el “caudillo” sólo resultó con algunas lesiones en el rostro.
Asesinado a los 16 días de ser nombrado presidente
El 1 de julio de 1928 en México se celebraron elecciones del poder ejecutivo y legislativo, donde el caudillo resultó ganador. Pero dieciséis días después, el presidente salió de Palacio Nacional en dirección a uno de sus restaurantes predilectos: La Bombilla, para festejar con los diputados del Estado de Guanajuato su reciente nombramiento. Bajó de su Cadillac y arribó al banquete.
Aún no le habían servido el postre, cuando José de León Toral, un joven dibujante de 27 años, se acercó al sonorense con el pretexto de hacerle un dibujo y le disparó a quemarropa. Seis tiros terminaron con su vida. María Concepción Acevedo o “Madre Conchita” fue acusada de ser la autora intelectual.
Lo único que se resguardó del “manco de Celaya” fue el brazo, el cual había perdido varios años antes de su muerte, y que fue conservado durante 74 años en un frasco con formol, dentro de un monumento hecho en su honor. El 16 de julio de 1989, “incineraron la extremidad y mandaron las cenizas al panteón de Huatabampo, Sonora”, relata don Feliciano. La ignición ocurrió a las 11:00 horas en un mausoleo de la avenida Insurgentes Sur, Ciudad de México, de acuerdo con una nota publicada por EL UNIVERSAL.
Familiares, representantes de la Secretaría de la Defensa Nacional y de la delegación Álvaro Obregón asistieron a la ceremonia. Ese mismo día por la mañana se conmemoró el LXI aniversario luctuoso.
El brazo de “carne y hueso” fue sustituido por uno de bronce y los visitantes no volvieron a saciar su curiosidad. Actualmente, el estanque, ubicado frente al “minimuseo”, sólo refleja las puertas cerradas del recinto que, se preveé, será reinaugurado en los próximos días.
Don Feliciano sigue viviendo cerca del monumento después de 30 años, ya no resguarda la torre, pero continúa siendo testigo de los cambios en su entorno. Dice que lo único que extraña es limpiar, cuidar y estar al pendiente del lugar.
Foto principal de la mano de Obregón: Colección Carlos Villasana-Torres
Fotos antiguas: Archivo fotográfico EL UNIVERSAL. Década de los 90.
Fuentes: Entrevista con Eudosia Martínez, Feliciano Cruz y policía J. González.
Castro, Pedro. Álvaro Obregón: fuego y cenizas de la revolución mexicana, 2009, México.
Mauleón, Héctor. Nexos. “La ciudad que nos inventa”, 1 abril de 2015.
Archivo hemerográfico de EL UNIVERSAL y EL UNIVERSAL ILUSTRADO.