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Texto y fotos actuales: Mario Caballero y Perla Miranda
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
“La verdad no sé por qué se llama Teatro Lindbergh, pero creo que era un extranjero”, así respondió a EL UNIVERSAL el policía Hernández, él se encarga de dar rondines en los alrededores del Parque México, sitio donde se encuentra este foro. A Juan Carlos, quien sale a correr por las mañanas junto al “Negro” —su perro dóberman—, el nombre de este anfiteatro también le es ajeno: “Ni idea de quién era, pero a lo mejor fue de los primeros habitantes de la zona o un riquillo de esos años”.
Todos los días, este teatro al aire libre es testigo de la “reta” de fútbol que vienen a jugar niños de secundaria. No importa que no haya porterías; cuatro mochilas que forman los arcos y un balón son suficientes para que se sientan Messi, James Rodríguez, Benedetto o Sambueza, para ellos el nombre de Lindbergh es lo de menos, sólo quieren divertirse.
Una incipiente lluvia amenaza a quienes caminan por el Foro. Los niños que jugaban futbol recogen sus mochilas y se resguardan en las pérgolas que hay alrededor del Teatro; otras parejas que miraban el partido hacen lo mismo. Sin embargo, las gotas que caen con más fuerza no logran ahuyentar a un grupo de jóvenes que se reúnen en este sitio para hacer ejercicio y con música de Led Zeppelin de fondo siguen corriendo. Empiezan a brincar: uno, dos, uno, dos. No paran. Incluso lo hacen más rápido. La lluvia no cede, ellos tampoco.
Jóvenes usan el Teatro al Aire Libre para ejercitarse, otros más para jugar fútbol o simplemente pasear
La inauguración de este teatro se pospuso una semana por lluvia
Curiosamente, el día que se proyectó para la inauguración de este espacio, quizá no fue diferente al día en que recorrimos aquel anfiteatro. Para el viernes 25 de mayo de 1928, estaba prevista la apertura del Gran Teatro al Aire Libre Coronel Charles Lindbergh, una fuerte tormenta lo impidió. Los eventos ya programados se cancelaron y miles de personas regresaron a su hogar, a esperar una semana más. El 1 de junio llegó y por fin fue abierto al público el Teatro Charles Lindbergh, que cumpliría una doble función: la primera, como elemento para la difusión de la cultura artística; la segunda, para fomentar la cultura física a través de los deportes.
Más de doce mil personas se reunieron en el coliseo del Fraccionamiento Hipódromo–Condesa, a las ocho y media de la noche una ligera llovizna espantó al mar de gente que se encontraba ahí reunido, creyeron que el espectáculo se suspendería de nuevo. Justo en ese momento se escucharon los acordes de la Obertura inicial, ejecutados por la Banda de Policía. EL UNIVERSAL describió la inauguración de este sitio como una “gran fiesta de luz y color”, a pesar de que el programa fue modificado por el temor de que una tormenta impidiera que se prendieran los fuegos artificiales.
El nuevo teatro se construyó en el interior del Parque General San Martín, mejor conocido como Parque México. En diciembre de 1927, en las páginas del Gran Diario de México la Compañía Fraccionadora y Constructora del Hipódromo de la Condesa, encabezada por los señores Basurto y De la Lama, anunciaba la edificación del “grandioso” teatro al aire libre, al mismo tiempo que promocionaba lotes del fraccionamiento “a los precios más bajos, desde 19 pesos el metro cuadrado”.
Así lucía el Foro Lindbergh en la década de los 40´s. / Colección Carlos Villasana
Teatro innovador y el mejor en América Latina
Desde sus cimientos este coliseo fue una innovación además de ser considerado como el mejor en América Latina debido a que se proyectó desde un principio como un lugar para la difusión de la Cultura Artística. También se reconocía como un “antiteatro”, según publicó EL UNIVERSAL, por tener la ventaja de que, cuando no había espectáculo, el lugar se convertía en un campo deportivo, resultando un sitio de reunión familiar; contrario a los teatros en el mundo que después del show permanecían en total y sepulcral silencio.
El arquitecto Leonardo Noriega estuvo al frente de la obra con la cooperación del ingeniero F. Xavier Stávoli; además de la creatividad artística del pintor Roberto Montenegro, y el talento del escultor Fernández Urbina, quien complementaría la obra de arte. La inversión para esta construcción fue de 150 mil pesos.
El Teatro al aire libre, Foro Lindbergh, es un emblemático espacio de estilo Art Déco que consta de cinco pilares monumentales rematados por una marquesina y rodeados por una pérgola. En sus primeros años de construido cada columna tendría al pie jardineras inundadas de buganvilias.
No se sabe en qué momento los señores Basurto y De la Lama bautizaron a su nueva creación; sin embargo, en las páginas de EL UNIVERSAL del 22 de enero de 1928 se publicó un anuncio donde se aseguraba que el nuevo teatro era símbolo de tres cosas: “de la grandiosidad de las hazañas del famoso aviador, la grandiosidad de las obras que la constructora había realizado en la Ciudad de México con la Sección Insurgentes Hipódromo, y la señal de que las personas debían comprar un lote en aquel lugar”.
Lindy, el águila solitaria
“Fue el aviador, ¿no? Es un homenaje a él, ¿no? Yo creo que el foro se llama así en honor al piloto”, comentó Pablo, un hombre de nacionalidad española y quien tiene cinco años viviendo en la Roma Norte. En efecto, Charles Lindbergh fue un reconocido piloto aéreo.
Finalizaba la década de los años veinte, cuando un piloto de servicio postal estadounidense se postuló para realizar el primer viaje trasatlántico de Nueva York a París sin escalas. Quería ganar los 25 mil dólares que años atrás ofreció el magnate francés Raymond Orteig al primer aviador que lograra la hazaña aeronáutica.
Ese piloto desconocido era Charles Augustus Lindbergh. Él poseía un avión al que nombró “Spirit of St Louis”. Tenía 25 años cuando confió en que podría ser el primero en cruzar el Atlántico sin hacer escalas. No le importo poner en riesgo su vida, ni que en cuatro ocasiones anteriores se había visto en peligro su vida por el desplome o incendio de sus aeroplanos. Siempre salió triunfante.
El 22 de mayo de 1927 logró su cometido. Esta casa editorial informó antes que nadie en México la llegada de Lindy, como era nombrado, a tierras francesas: “Lindbergh, cubriéndose de gloria, llegó ayer a París”, decía el titular. Después de conquistar 5 mil830 kilómetros este intrépido aeronauta fue reconocido como héroe internacional.
El “as de ases” pisa tierra azteca
Siete meses después este intrépido aviador cargó aproximadamente 365 galones de combustible, portó su uniforme de piel y sus anteojos. Para calmar el hambre, colocó dentro de la cabina tres sándwiches de jamón, al lado acomodó cantimploras de agua. Después subió al “Spirit of St. Louis” y se enfiló a México en un vuelo de “buena voluntad”.
De acuerdo con Dwight Morrow, embajador de Estados Unidos en México, la estancia de Lindbergh serviría de base para mejorar las relaciones diplomáticas entre ambos países. El presidente Plutarco Elías Calles adoptó con entusiasmo la idea de tener en la capital a un héroe y de manera oficial invitó a Lindy.
La tarde del 14 de diciembre de 1927 se esperaba la llegada del “Spirit of St. Louis” comandado por su amo. Una multitud ansiaba el momento en que en el horizonte de los llanos de Balbuena se vislumbrara el famoso aeroplano. Se tenía previsto que el embajador del aire aterrizara a las dos de la tarde en la Ciudad de México; sin embargo, el aviador estaba lejos de alcanzar su objetivo pues se desvío hacia Toluca.
Con una hora y 40 minutos de retraso, Lindbergh llegó al aeródromo de Balbuena, el rostro del forastero denotaba asombro ante los vivas, aplausos y el griterío con el que fue recibido. Entre el tumulto, el diplomático Dwight Morrow llevó a Lindy ante Elías Calles, quien lo felicitó por su viaje de 27 horas desde que despegó de la Base de la Fuerza Aérea en Bolling Field, Washington.
El primer mandatario comentó a Morrow: “Tengo el gusto de entregar a usted sano y salvo al coronel Lindbergh, dentro del territorio de mi patria”. Ese día le entregaron al aviador las llaves de la ciudad.
Lindy estuvo en el país durante una semana, en la que recibió múltiples homenajes, visitó la Cámara de Diputados, asistió a un festival en el Estadio Nacional, presenció desde el balcón de Palacio Nacional un desfile de obreros en el Zócalo, realizó un paseo por Xochimilco. También efectuó algunos vuelos acompañado de Plutarco Elías Calles, Álvaro Obregón y de algunos pilotos mexicanos.
EL UNIVERSAL publicó exclusivas crónicas firmadas por el piloto en las que hablaba sobre su visita al país: “México es un país interesante, y nosotros sabemos muy poco de él. Me es imposible expresar mi gratitud por las demostraciones de afecto que he recibido”.
En el país no se había acogido a nadie con tanto entusiasmo desde que Francisco I. Madero entró a la ciudad. Quizá por ello, los señores Basurto y De la Lama decidieron nombrar a su Teatro al aire libre Coronel Charles Lindbergh.
El Teatro retoma su vuelo
Desde su creación, el foro Lindbergh fue considerado un espacio que representaba el corazón del Parque México, además de ser un símbolo de la colonia condesa. Sin embargo, desde 2002 se empezó a denunciar el descuido de este sitio de recreación. El teatro lucía desolado, sus paredes descarapeladas, los murales de Montenegro estaban dañados por grafitis, cerros de basura que se amontonaban en los flancos del anfiteatro, incluso ratas muertas.
Pasaron 11 años para que Alejandro Fernández, entonces delegado de la Cuauhtémoc, anunciará una inversión millonaria para el rescate de los principales parques del corredor Roma–Condesa. Así el remozamiento del Foro Lindbergh inició en octubre de 2013, dos años después, el 30 de marzo de 2015 fue reinaugurado, aunque no fue anunciado como aquel magno evento de la lejana década de los veinte.
Se precisó que para la restauración del anfiteatro se invirtieron 13 millones de pesos. Entre las mejoras resaltó el cambio del piso, se retiraron las capas de pintas y grafitis, las columnas y trabes fueron reforzadas, se le dio mantenimiento a la fuente de la Mujer de los Cantaros y los vestidores creados por Roberto Montenegro fueron restaurados además de que se les colocó una protección de vidrio irrompible.
Sin embargo, para los vecinos y vendedores de la zona, después de la remodelación la situación no fue favorable. Jesús lleva más de quince años vendiendo globos en los alrededores del Foro y cuenta que cuando lo cerraron, sus ventas bajaron y cuando fue abierto al público pensó que sería diferente: “Fue peor, porque no dejaban jugar adentro, no dejaban meter bicis, no dejaban pasear perros, no podías recargarte en los muros, casi casi te decían que no respiraras cerca del teatro”.
Chucho, como le gusta que le digan, deja de platicar cuando un niño le pregunta por el precio de sus globos, le responde al infante que varían los precios de acuerdo con el tamaño. El pequeño escoge uno de helio con figura de minion. No sabemos si la restauración, como comenta Chucho fue peor o no, pero nos alejamos de la escena con una idea: los globos vuelan, así como lo hizo Lindy, quizá sea tiempo de retomar el vuelo.
Fotografías antiguas: Archivo EL UNIVERSAL, Colección Carlos Villasana
Fuentes: EL UNIVERSAL, EL UNIVERSAL ILUSTRADO, Testimonios de diferentes personajes que se encontraban en el Foro Lindbergh