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Texto: Aída Castro Sánchez
Fotos actuales: Adrián Hernández
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
Al pisar este lugar irremediablemente viajarás en el tiempo. Los cipreses, encinos y naranjos de medio siglo de vida te acompañarán silenciosos en el trayecto. La intención es que cada poro de tu cuerpo vibre con el más mínimo ruido. Por eso, este espacio conocido como la Fonoteca se ha encargado de recopilar, restaurar y conservar el patrimonio sonoro del país.
Ese periplo en sus instalaciones te hará escuchar la voz de Porfirio Díaz, cuando pronunció un discurso el 15 de agosto de 1909 en respuesta a una carta de Thomas A. Edison; o el mensaje que dio Jacqueline Kennedy el 29 de junio de 1962 en su primera visita a México como primera dama.
Rodeado de sonidos descubrirás que aquella construcción de más de tres siglos de existencia es la estructura que resguarda los audios provenientes de instituciones públicas, privadas y de coleccionistas particulares, que abarcan desde discursos de grandes personajes hasta programas de radio, comerciales, conciertos, radionovelas, música tradicional del país, el sonido de distintos paisajes y de resonancias en peligro de extinción como las lenguas indígenas, los ruidos de los animales y de los oficios.
Así, el inmueble donde se ubica desde hace una década la Fonoteca Nacional es conocido como la Casa Alvarado. Este edificio fue construido en la época virreinal y se encuentra en la calle de Francisco Sosa número 383, esquina con calle Salvador Novo, en el Barrio de Santa Catarina.
En la actualidad, el inmueble cuenta con habitaciones en dos plantas, un patio central con un jardín histórico que tiene calzadas bordadas por arriates y árboles ornamentales. Y la fachada roja está decorada con Ajaracas, técnica recurrente en la arquitectura árabe.
Al hablar de la historia de esta casa, indiscutiblemente tenemos que mencionar a una de sus propietarias: la arqueóloga estadounidense Zelia Nuttall. Esta mujer nacida el 6 de septiembre de 1857 en San Francisco, California, compró la vivienda en 1902, cuando decidió quedarse a vivir en México de manera definitiva. Pues seis años atrás, en 1896, ya había visitado el país e, incluso, había trabajado en el Museo Nacional, donde formó una colección de cabecitas de barro de Teotihuacán y donde publicó su primer libro de arqueología americana.
“Ella se enamoró de México y compró el inmueble. Yo tengo fotografías de ella. Cuando la conocí, de joven fue muy guapa, y ya de grande parecía la esposa de un pastor protestante, muy severa”, afirmó el cronista de Coyoacán, Luis Everaert Dubernard, mientras mostraba un tomo del boletín bibliográfico de la Secretaría de Hacienda publicado en 1956, donde aparece una imagen y una breve biografía de Nuttall.
En los años que la investigadora vivió en la propiedad era visitada por numerosas personalidades, entre ellas Alfredo Ramos Martínez, fundador de la Escuela de Pintura al Aire Libre, el ingeniero e investigador Miguel Ángel de Quevedo, así como por Juan Chauveau, tío abuelo de Everaert.
Así, fue Zelia Nuttall quien bautizó al inmueble como Casa de Alvarado, pues anteriormente era conocida como “Quinta Rosalía”. Ella tenía la intención de no despojar a Coyoacán de una de sus leyendas: aquella que decía que el conquistador español Pedro de Alvarado había vivido en esa finca muchos años antes de que ella la comprara. Sin embargo, eso no era posible porque el colonialista no puedo vivir ahí, pues él murió en 1541, justo dos siglos antes de la construcción de la casa, la cual ocurrió el 5 de octubre de 1713.
Por eso, el primer cronista de la ciudad de México, Francisco Cervantes de Salazar, escribió en su libro México en 1554, que “las residencias más importantes del Coyohuacan virreinal se fueron construyendo a lo largo de la Calle Real, como la hermosa finca del siglo XVIII, que se conoce impropiamente como la Casa de Alvarado”.
La imagen principal, precisamente, es una fotografía de los años 20 de la avenida Francisco Sosa, que antes llevó el nombre de Camino Real.
No causa sorpresa, entonces, que en 1932 la construcción fuera declarada monumento histórico por la Dirección de Monumentos Coloniales y sea considerada como una de las residencias más importantes de Coyoacán.
Zelia Nuttall escribió el primer libro de jardinería mexicana titulado Los amantes de las flores y los jardines del antiguo México publicado en 1918.
Después de la segunda mitad del siglo XX, la propiedad también fue habitada por el ex presidente Luis Echeverría y varias décadas después por el Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, quien vivió en ella tras incendiarse su departamento.
Por eso, al lado del portón principal, labrado en madera fina e inspirado en una de las puertas del Antiguo Colegio de San Ildefonso, se encuentra una placa que recuerda los últimos días del autor de El laberinto de la soledad, quien llegó a vivir ahí en diciembre de 1997 y hasta su muerte ocurrida el 19 de abril de 1998.
Placa que Conaculta instaló en 2008 como homenaje a Octavio Paz, a 10 años de su muerte.
Al morir Nuttall el 14 de abril de 1933 ya no alcanzó a conocer a uno de sus más famosos vecinos: el escritor Salvador Novo, quien se instaló casi enfrente de la Casa Alvarado en 1941. Así, tras el fallecimiento de la arqueóloga, la finca fue comprada por el señor Thomas Miller. Después pasó a manos del gobierno. De 1977 a 1980 fue sede de la Enciclopedia de México. También fue resguardo de la biblioteca de la Secretaría de Hacienda y expendio del Inegi. En el lugar estuvieron las oficinas del ex secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma Barragán, así como la fundación Octavio Paz. En 2005 fue restaurada y se convirtió en la sede de la Fonoteca Nacional.
Fachada de la casa de Salvador Novo en la calle de Santa Rosalía, que hoy lleva el nombre del poeta.
Luis Everaert Dubernard, ingeniero y cronista de Coyoacán, cuenta a EL UNIVERSAL que a pesar de que la arqueóloga habitó la finca más de 30 años, no hay una placa que recuerde su nombre, a pesar de que ella fue una mujer muy importante.
Tan sólo en 1890, mientras el presidente Porfirio Díaz y su esposa Carmen Romero viajaron en ferrocarril a San Ángel para trasladarse a Coyoacán e inaugurar la colonia Del Carmen, Nuttall localizó el Códice Magliabecchiano de la Biblioteca de Florencia. Y fue la primera arqueóloga en valorar al Hombre del Pedregal (Copilco).
En Europa realizó sus estudios en arqueología, lingüística y etnología. Localizó un códice mixteco que llamó Códice Nuttall. En la Biblioteca Nacional de Madrid registró, al igual que el historiador Francisco del Paso y Troncoso, un importante manuscrito del cronista Francisco Cervantes de Salazar.
Por eso, a sus 92 años Everaert, con una memoria prodigiosa, recuerda cada nombre, fecha o persona que tengan relación con la historia de Coyoacán y sus habitantes. Además, nos mostró con mucho orgullo los libros y documentos que exhiben la relación cercana que él y su familia sostuvieron con personajes como Zelia Nuttall, Francisco Sosa y Salvador Novo, entre otros vecinos de la Casa Alvarado.
Incluso posee un libro de la investigadora escrito en alemán, publicado en 1887 y que se encuentra impecable. Y nos adelantó que lo piensa reeditar este año junto con la Asociación de Bibliófilos de México, de la cual es fundador.
Luis Everaert Dubernard en la sala de su hogar.
Así, la Fonoteca, como la memoria de Dubernard, conserva las huellas de una de las casas más antiguas de Coyoacán que, aunque no fue habitada por el conquistador Pedro de Alvarado, entre sus muros conserva varios relatos de nuestra historia.
Fotos antiguas: Colección Villasana-Torres.
Fuentes: Archivo de El Universal; Luis Everaert Dubernard, cronista de Coyoacán; Bosquejo histórico de Coyoacán, de Francisco Sosa; Enciclopedia de México; Fonoteca Nacional; Boletín Bibliográfico de la SHCP de 1956; México en el tiempo; Registro técnico y memoria de la intervención de la Fonoteca Nacional, Conaculta.