Texto: Isis M. García Martínez
Foto actual: Perla Miranda
Diseño web: Miguel Ángel Garnica

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Como si hubiera predicho su muerte, Venustiano Carranza pagó seis meses de renta por adelantado del inmueble que se convertiría en su última casa. El arrendamiento se venció en mayo de 1920, fecha en que fue asesinado. La mansión se ubica en la calle Río Lerma 35, en la delegación Cuauhtémoc, y hoy es conocido como el Museo Casa Carranza.

En la foto antigua del comparativo se puede observar cuando el inmueble estaba ocupado por militares, pues sirvió de cuartel militar durante la Decena Trágica en 1913. En la imagen actual se observa la fachada amarilla de la mansión ya como museo. Al entrar a la casa del presidente Carranza se olvidan las oficinas de negocios, los altos edificios y los vendedores ambulantes que ahora están alrededor. Dentro de la construcción, las paredes te resguardan de otras épocas.

La sala está envuelta por un abrumador silencio, mientras más profundo, más se alcanzan a escuchar los murmullos; son las oraciones del velorio de Carranza. Se oye el llanto de su hija Julia, el de sus cuatro medios hermanos y el de Ernestina Hernández, su amante. Retumba la ausencia de la mayoría de sus amigos; los civiles que fueron encerrados en la cárcel de Lecumberri y los militares aprisionados en Tlatelolco, tras la muerte del presidente.

Sólo hay una mirada amiga, la de Félix Palavicini, diputado en el Congreso Constituyente de Querétaro y fundador de EL UNIVERSAL; desde un retrato que les hizo Gerardo Murillo, el Dr Atl, y que aún reposa en la sala del recinto.


Imagen perteneciente al Museo Casa Carranza. Recuerdo del encuentro entre el Primer Jefe de Estado y el fundador de EL UNIVERSAL.

En 1920, se aglomeraron una multitud de curiosos a las afueras de la residencia para ver el féretro del presidente. Sin embargo, las primeras personas en entrar al inmueble lo lograron hasta 1961, cuando Julia dona la morada y el presidente Adolfo López Mateos la transforma en el Museo Casa Carranza.

Enclavada en el corazón de la colonia Cuauhtémoc, la magnífica casa porfiriana cuenta con 13 salas de exhibición permanente, el auditorio, la galería y la biblioteca, donde se encuentra uno de los siete álbumes sobre Carranza, pertenecientes a la Coordinación Nacional de Monumentos del INAH. La colección posee desde fotos del presidente en frac en Palacio Nacional, hasta tardes de excursiones al Desierto de los Leones o a La Cañada de Querétaro.


Página de EL UNIVERSAL ILUSTRADO publicada el 19 de octubre de 1917, donde aparece el entonces presidente Venustiano Carranza en un recorrido al Campamento Escolar Chapultepec. 

A pesar de dirigir un ejército, “Venustiano Carranza estaba convencido de que el militarismo era una lacra para México. Esa postura lo llevó a la muerte”, afirma el doctor en Historia y curador del Museo Casa Carranza, Edwin Álvarez. Aunque Carranza asumió el título de Primer Jefe, éste aludía a su condición entre civil y militar. Usaba uniforme, pero siempre se negó a portar insignias para distinguirse de los militares. Esta situación la podemos observar en la imagen que ilustra el texto; en esta fotografía de finales de los veinte aparece el presidente mientras baja de un tren revolucionario.

Así, en 1920, Carranza tuvo que abandonar el Poder Ejecutivo. Los dos candidatos fuertes para sucederlo eran los generales Pablo González y Álvaro Obregón, su mano derecha e izquierda. Sin embargo, Carranza quería que un civil le sucediera, por eso nombró a su propio candidato: Ignacio Bonillas, quien fue embajador en Estados Unidos y secretario de Hacienda.

Bonillas no tenía probabilidad de ganar. El candidato más fuerte era Álvaro Obregón. Para desacreditarlo, Carranza lo vinculó con un general rebelde y ordenó que lo arrestaran. Al mismo tiempo, en Sonora estalló una rebelión contra Carranza. En secreto, Obregón se fugó de la Ciudad de México. Al enterarse los rebeldes de que estaba prófugo, lo nombraron líder del levantamiento. Este hecho es conocido como el Plan de Agua Prieta.

El ejército se levantó en armas a favor de Obregón. Con la suerte en su contra, Carranza intentó escapar en tren a Veracruz; pero nunca llegó. Sus camaradas fueron apresados y el 21 de mayo fue asesinado en Tlaxcalantongo, Puebla. Los restos del Barón de Cuatrociénegas, como se le conocía por haber nacido es esa ciudad de Coahuila, fueron trasladados a la Ciudad de México y velados en la casa que habitó en la colonia Cuauhtémoc.


Imágenes publicadas en 1918 en un artículo de EL UNIVERSAL ILUSTRADO sobre el Coahuila Revolucionario. En las instántaneas aparece Carranza cuando era pequeño junto con su padre y hermanos. 

A un lado de la sala, y parado frente al vestíbulo donde se velaron a cinco diputados constituyentes, Ricardo Villa, agente de seguridad, relata que a veces hay cosas especiales o sobrenaturales. “No sé cómo le llame la gente: mala vibra, fuerzas… Siempre se queda algo”.

El origen de la casa se remonta al siglo XIX, cuando en la ciudad había gran demanda de vivienda por el aumento de población. A finales de este siglo, las familias ricas se fueron alejando del centro tradicional para situarse en las nuevas colonias, como la Cuauhtémoc y la Juárez, que ocuparon el terreno de la Hacienda de la Teja.

El ingeniero Stampa construyó la casa en 1908, quería habitarla con su familia; sin embargo, la abandonó durante la Decena Trágica, lapso en que fue ocupada por Felipe Ángeles como cuartel general de las fuerzas revolucionarias, ya que se ubicaba cerca de la Estación Colonia de los Ferrocarriles.

“La señora que antes hacía la limpieza nos contó que oía pasos en el auditorio. También se escucha que bajan a la galería. Lo que ella pensaba es que eran pasos de Venustiano Carranza, aunque posiblemente son del general Felipe Ángeles”, explica Cecilia Hernández, custodia del museo.

Cuando los pasos son livianos, en el museo recuerdan a Ernestina Hernández Torices, amante de Carranza con quien tuvo cuatro hijos. “Algunos afirman que él arregló las leyes del divorcio para poder separarse de su esposa, Virginia; pero nunca se divorció, enviudó estando casado. Carranza vivía con su hija, Julia, y Ernestina habitaba a unas calles. Cuando Carranza murió, Julia admitió en su casa a sus medios hermanos y les dio un apoyo económico”, asegura el curador del museo.

A los custodios de Casa Carranza no les sorprenden los ruidos ni las figuras amorfas que a veces aparecen en las cámaras de vigilancia. “Uno de los vigilantes decía que en las grabaciones veía gente con ropa antigua”, comenta Álvarez.

Carlos Villasana, quien participó en el museo durante una exposición en 2013 sobre la Decena Trágica, nos comentó que un encargado de la seguridad del museo le contó que ahí habitaba un fantasma que realizaba recorridos por las noches.

A Carranza pocas veces lo dejaron estar en paz. Originalmente sus restos estaban en el Panteón de Dolores, después en 1942 se les exhumó; sus huesos fueron incinerados y sus cenizas se introdujeron en una de las columnas del monumento a la Revolución. En 1962, el frasco que contenía su hígado y su corazón fue trasladado a una estatua en Río Rodano, a unas calles de su casa en la Colonia Cuauhtémoc. Finalmente, en los años setenta, la estatua es desplazada a la explanada de la delegación Venustiano Carranza, donde se encuentran actualmente.

El mantenimiento del museo es responsabilidad del INAH, la institución constantemente hace reparaciones en el techo y el sótano debido a la humedad. “Se han sustituido algunos de los pisos de madera, se ha pintado por dentro y fuera en diversas ocasiones. En los años setenta era de color gris, en los ochenta era de color rosa y ahora es color amarillo. De hecho, desconocemos cuál era el color original. Este año, aprovechando el centenario de la Constitución se va a remodelar la galería”, afirma el curador.

El Museo Casa Carranza conserva muchas pertenencias del Primer Jefe y de su hija; muebles, como su escritorio, la ropa que tenía puesta el presidente cuando murió, sus anteojos y plumas. Una de las piezas más emblemáticas es el Plan de Guadalupe, que se encontró oculto en la pata izquierda de la cama de Julia.

Los objetos, aunque silenciosos, cuentan las historias de la época: los tinteros en forma de cañones, las dos cajas fuertes con el nombre de Carranza rotulado; con una de ellas viajaba siempre llevando sus papeles más importantes.

Si hay un fantasma o varios no se sabe. En Casa Carranza los pasos más pesados que parecen escucharse se desvanecen en el despacho, donde sólo se oye el eco gastado de una vieja Olivier, la máquina de escribir con la que Carranza redactaría el original de la Constitución de 1917. Ahí donde una silueta confunde el pasado con el presente.


Imagen perteneciente al Museo Casa Carranza, donde se puede apreciar cómo luce la máquina de escribir.

Fotos antiguas: Archivo EL UNIVERSAL y página web y de Facebook del Museo Casa Carranza.

Fuente: Página web del Museo Casa Carranza y del INAH; Edwin Álvarez, doctor en Historia y curador del Museo Casa Carranza; Ricardo Villa, agente de seguridad del Museo Casa Carranza; Cecilia Hernández, custodia del museo Casa Carranza; Carlos Villasana, periodista.

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