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Texto: Magalli Delgadillo
Fotografías actuales: Perla Miranda y Carlos Mejía
Diseño web: Miguel Ángel Garnica
1, 2, 3…42, 43 y 44 ¡Sí!, en casi 44 segundos se puede llegar muy cerca del cielo… Bueno, al mirador de la Torre Latinoamericana, donde la capital mexicana se hace chiquita y, al mismo tiempo, inmensa. En un abrir y cerrar de ojos, se pueden ver tantos edificios y casas como tu vista lo permita, las avenidas congestionadas o moviéndose al ritmo del rojo y verde de los semáforos, las personas en el vaivén cotidiano.
Los primeros latidos de “la gigante” iniciaron en 1948. “A mi papá lo buscó el señor Miguel S. Macedo, empresario y director de la compañía que entonces se llamaba La Latinoamericana, Seguros de Vida, S.A., le dijo: 'mire arquitecto, ya tenemos resuelto cómo va a ser la estructura, ahora necesitamos que esto se convierta en un símbolo'. Recuerdo que nos contó que el escritorio del señor Macedo estaba lleno de pólizas y documentos. Metió la mano entre los papeles y sacó de ahí una reproducción del Empire State Building. La agarró de la antena y dijo: ‘algo como esto, un edificio alto que tenga estas características’”, narró en entrevista para EL UNIVERSAL Manuel Álvarez Fuentes, hijo del arquitecto Augusto H. Álvarez, quien fue el encargado de diseñar la torre.
La construcción no se hubiera llevado a cabo sin un proyecto anterior. En 1906 se fundó La Latinoamericana, Mutualista, S.C. —en 1910 cambia el nombre a La Latinoamericana, Seguros de Vida, S.A., y actualmente es La Latinoamericana Seguros, S.A—. Esta compañía tenía una serie de inmuebles distribuidos en el interior de la república y en la ciudad; uno de ellos se ubicaba en la esquina, donde actualmente es el Eje Central Lázaro Cárdenas y la calle Francisco I. Madero.
Los administradores de la empresa creyeron conveniente la creación de una obra grande para agrupar las oficinas de la capital. El plan contemplaba 27 pisos, pero la propuesta incrementó a 44 niveles.
Al principio, tuvo todo en su contra: la fangosa consistencia de la arcilla en el suelo impedía que pudiera sostenerse. Además, el centro de la Ciudad de México es una zona sísmica, donde algunos especialistas no hubieran recomendado una edificación como ésta. Sin embargo, un grupo de expertos encontró la solución perfecta: un diseño fuerte e innovador que pudiera lucir en la Ciudad de México.
El precursor, Miguel S. Macedo, comenzó a formar un gran equipo: el ingeniero Adolfo Zeevaert Wiechers dirigió la obra; Nathan Mortimore Newmark y Eduardo Espinoza, ambos personajes destacados en la ingeniería, también encabezaron el proyecto; Leonardo Zeevaert, se encargó de que fuera segura y duradera; mientras que los arquitectos Augusto H. Álvarez y Alfonso González Paullada tenían la tarea de hacerla lucir atractiva y elegante. ¡Por fin, la construcción comenzó en 1948!
Escarbaron 34 metros (donde se encuentra una capa de arena resistente), reforzaron con 361 pilotes de concreto, incluyeron un sistema de inyección de agua que compensa los movimientos telúricos e impide que la estructura se incline. Esto no sólo funcionó, sino que las técnicas sirvieron de referente para la planeación de otros rascacielos.
Además, el objetivo de una apariencia atractiva se logró y con un sólo ojo. ¡Sí, el arquitecto concibió este edificio con un sólo ojo! Don Manuel Álvarez Fuentes platicó: “Cuando él (su padre) tenía 15 años sufrió un accidente: le pegó una munición en su ojo derecho, le estalló el cristalino y tenía que mantener reposo para evitar que tuviera desprendimiento de retina (…) Después del golpe en el ojo, estuvo seis meses haciendo maquetas. La tridimensionalidad la logró ejercitando su mente”. Así fue como el 30 de abril de 1956 —siete años después de planeación y trabajo— el edificio de raíces de acero y cemento fue terminado.
Hijo del arquitecto Augusto H. Álvarez, quien se ha desempeñado profesionalmente como diseñador industrial
Fotografía tomada desde la Alameda Central, en la que se aprecia la Torre Latinoamericana a finales de la década de los 50
Sin embargo, la “gigante plateada” no se podía olvidar del pasado de la tierra que la hospedaría hasta el día de hoy. Antes de ser sede de una aseguradora, este lugar fue la Casa de las Fieras de Moctezuma.
No se trataba de un zoológico en el cual el emperador paseaba o reservaba especies en extinción, sino de una casa donde habitaban animales considerados sagrados o relacionados con los dioses. Este lugar funcionó hasta 1522.
Un año después, se convirtió en el Convento de San Francisco, el primero y más grande de América. Fray Pedro de Gante —junto con 11 misioneros— inició la predicación y enseñanza de oficios a españoles e indígenas. Desde esta esquina se comenzó a evangelizar a la Nueva España.
Pero la historia de este monasterio terminó trecientos años después. La noche del 17 de septiembre de 1856, el presidente Ignacio Comonfort ordenó la liberación de algunos presos para que, con marros y barretas, destruyeran parte del recinto y se construyera la calle Independencia.
Para 1870, ese mismo lugar fue ocupado por una edificación de tres pisos. Pero en 1930 la aseguradora 'La Latinoamericana' “adquirió el inmueble, instaló ahí sus oficinas, transformó por completo la fachada y agregó un torreón en la esquina que sobresalía con dos altos pisos más”, menciona EL UNIVERSAL en una publicación especial —el día de la inauguración y el aniversario número 50 de la aseguradora—. ¡Quién iba a decir que en este lugar se iba a cimentar una de las primeras construcciones más altas en América Latina!
Había pasado apenas un año, cuando el edificio enfrentó su primera prueba: el sismo de 7.7 grados Richter del 28 de julio de 1957. Pero hasta hoy nada la ha hecho darse por vencida ni derrumbarse. La torre se mantuvo erguida sin ningún daño importante.
La mañana del 19 de septiembre de 1985 fue devastadora para México. Eran las 7:19 a.m. y los mexicanos se levantaron con un panorama destruido: avenidas ocupadas por los escombros de casas e inmuebles colapsados, postes caídos, personas buscando a sus seres queridos entre ladrillos y restos de cemento.
Sólo una persona y la gigante de cristal y acero pudieron ver la tragedia desde arriba. El señor Porfirio Callejas esa mañana fue el encargado de limpiar la “antena corona”. Él estuvo en lo más alto observando cómo gran parte de la capital se desmoronaba. Don Porfirio y la torre quedaron impactados, firmes, a pesar de la situación. Una vez más, la “latino” se salvó.
Este recinto no sólo ha “visto” las peores circunstancias del centro del país, sino también ha sido y es testigo de los días más felices de su México: de las fiestas, ferias, conciertos, sesiones fotográficas masivas de personas desnudas en el zócalo, el paso de los transeúntes a todas horas. Todo lo ve desde allí arriba.
Casi todo se ve desde el mirador de la “la gigante plateada”
Dentro de ella también suceden cosas. A través de los años ha hospedado a miles de trabajadores y visitantes en sus diferentes oficinas: actualmente, los primeros siete pisos son utilizados como sucursal del Banco Inbursa; también se encuentra el Museo del Bicentenario y Museo de la Ciudad de México; restaurantes y bares; un telepuerto y, por supuesto, el mirador. Además, en las entrañas de la Torre Latinoamericana —en el piso 41— se filmaron algunas escenas de la película Sólo con tu pareja (1991) dirigida por Alfonso Cuarón.
Son las seis de la tarde y Cielito Lindo es reproducido por el reloj carrillón —sistema generador de sonido de campanas en una torre—. La música resuena desde el mástil en la Antena Vertical de la gigante de cristal y acero, a 170 metros de altura. Las personas de la ciudad ajetreada no logran oírlo. Quizá porque no estamos acostumbrados a escuchar un sonido a la vez, sino distintos para formar una sola melodía. A ella no parece importarle y sigue cantando todos los días, a la misma hora.
Fotos antiguas: Archivo EL UNIVERSAL y Colección Carlos Villasana-Torres
Fuentes: Archivo EL UNIVERSAL. Entrevista con Manuel Álvarez Fuentes. Museo de la Ciudad de México. Sitio web torrelatinoamericana.com.mx