Texto: Andrea Ahedo y Perla Miranda
Fotos actuales: Carlos Mejía y Valente Rosas
Diseño Web: Miguel Ángel Garnica

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Cada semana, un hombre de 53 años, se dirige hacía una catedral en la colonia Doctores, ahí realiza un viaje mágico en el que cambia de identidad, deja de ser un hombre común para convertirse en leyenda.

Este personaje, del que ni su nombre ni rostro se conocen gracias a una máscara, asegura en entrevista con EL UNIVERSAL que viene de la Atlántida y que la responsable de todos sus logros, entre ellos consolidarse como campeón, viajar a Japón o guardar sus mayores secretos, es una mujer: la lucha libre.

Atlantis, como se le identifica en el pancracio, cuenta que todo gladiador sueña con subir al ring de La Catedral de la Lucha Libre: la Arena México. Este recinto ubicado en la calle Dr. Lavista número 189, al que se encamina martes, viernes y domingos, posee una arquitectura y paisaje urbano que lo hacen diferente de los lugares religiosos comunes: está rodeado de cantinas; puestos de tacos, garnachas, pepitas, cacahuates; estampitas de El Santo,  El Cavernario,  Blue Demon y Black Shadow; playeras y además alcancías de marranitos decoradas de múltiples personajes.

También se escucha la voz rasposa de algunos revendedores de boletos, que parecen simular los enfrentamientos que se viven dentro de la Arena, pero en vez de gritar leperadas ─como los luchadores─ emiten un “boletos, hay boletos, lleve sus boletos, pásele por aquí”, mientras buscan clavar la mirada en los transeúntes despistados, embestirlos y sacar pa’ la torta.


Cada semana, las historias que se desarrollan en la Arena México las protagonizan los vendedores de tortas, pepitas o cervezas, que llevan años ofreciendo sus servicios; los encuentros entre los gladiadores que han forjado fuertes rivalidades, y el público que al filo de la butaca apoya siempre a su favorito.

Para referirse a la Arena México es obligado mencionar a Salvador Lutteroth, un visionario que en el año de 1933 decidió cerrar una mueblería que tenía instalada en el ex Distrito Federal. El hombre cansado de cobrar a sus clientes le apostó a un negocio en el que ya no tendría que dar fiado.

De inmediato vinieron a su mente los recuerdos de la época en que fue inspector de Hacienda (su trabajo era estar al corriente de los pagos y de los gastos de la milicia oficial) del entonces presidente Álvaro Obregón y en un viaje con él a Texas pudo observar una función de una disciplina que integraba a la lucha grecorromana y piruetas a la par de patadas. Entonces, fundó la Empresa Mexicana de Lucha Libre. Así, rentó para sus funciones, que incluían a luchadores extranjeros, la Arena Modelo con capacidad para 4 mil 500 personas; inmueble que derrumbó 23 años después para construir la hoy conocida Nueva Arena México.

Para que el hogar del pancracio mexicano hiciera su apertura tuvo que enfrentarse a una prueba de resistencia que le impuso el Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu, quien envió a personal de Obras de la Ciudad de México a colocar una tonelada de arena por cada metro y medio en los 12 mil 500 metros cuadrados en la construcción para comprobar si podía soportar la capacidad de 17 mil 678 personas, cantidad total de cupo. Distintos medios de la época aseguraron que dicha acción sólo fue para ponerle un “estate quieto” a la obra que podría competir con las mejoras que se hacían en el Auditorio Nacional en ese entonces.

La prueba fue superada a una caída sin límite de tiempo y el viernes 27 de abril de 1956 con la presencia del Profesor Antonio Estopier, presidente de la Confederación Deportiva Mexicana y director Nacional de Educación Física,  se develó la placa de inauguración del recinto diseñado por Juan Francisco Bullman, y equipado para todo tipo de espectáculos, pues incluía una pista de hielo.

Las localidades de la inauguración se agotaron, aquella noche la lucha estelar fue protagonizada por un encuentro de parejas en el que el Santo y Médico Asesino derrotaron a Blue Demon y Rolando Vera.


Todos los 17 mil 678 lugares se agotaron en la inauguración de la Arena México. Fotografía cortesía de Box y Lucha/ 1956

Este coloso ha sido calificado de mítico por  distintos acontecimientos relacionados no sólo al deporte, también al entretenimiento y secretos que sus alturas imponentes o sus largos pasillos guardan. Cuando recién abrió sus puertas, el Circo Ruso de Moscú y el Atayde Hermanos solían presentar sus espectáculos, este último lo hizo por 35 años consecutivos y un mal día, según cuenta Miguel Zaldívar ─uno de los líderes de logística del Consejo Mundial de Lucha Libre─, una tragedia aconteció: uno de los integrantes se suicidó; se colgó de las estructuras por un mal de amores.


La Catedral de la lucha libre también fue equipada para diversos espectáculos, entre ellos, el circo, los shows de patinaje sobre hielo y conciertos. Fotografía cortesía de Box y Lucha.

En 1968, el coso de la Doctores fue sede de la disciplina de Box de los Juegos Olímpicos. En este sitio el pugilista Picoso, Ricardo Delgado Ulloa, se coronó como campeón de la medalla de oro en la categoría de Peso Mosca de 48 a 51 kilógramos. También Antonio Roldán ganó oro en Peso Pluma. Joaquín Rocha bronce en Peso Completo y Agustín Zaragoza obtuvo la presea de bronce en Peso Gallo.


Juegos Olímpicos de 1968. Fotografía cortesía de Box y Lucha.

A inicios de los 90, cuando la Empresa Mexicana de Lucha Libre buscaba el reconocimiento internacional, se convirtió en el Consejo Mundial de Lucha Libre y con ello iniciaron formalmente las transmisiones televisivas de este deporte.

Miguel Zaldívar narra que las vallas que rodean el ring fueron puestas después de que unos “espontáneos” sentían que las podían todas y se subían al cuadrilátero para repartir machetazos y demostrar sus conocimientos luchísticos.

A la Arena México se entra con incertidumbre. Los asistentes primerizos no saben a dónde voltear: están las butacas coloridas que distinguen los bandos: rudos o técnicos; hombres y mujeres vestidos con una bata blanca que gritan por los pasillos “máaaaaaascaras”, “cerveeeeeza”; el cuadrilátero y las luces que lo iluminan junto con los presentadores de cada una de las cinco luchas, ya sean relevos, parejas, una caída sin límite de tiempo; o los camarógrafos que presurosos captan la expresión de los extranjeros emocionados, de los niños estupefactos o a sus padres con la boca abierta al ver a las mujeres en bikinis diminutos que anuncian la caída que está por iniciar.

En este inmueble no hay clases sociales y  las nacionalidades se revuelven, pero siempre, irremediablemente, se enfrentan dos estirpes: los rudos y los técnicos. Son las máscaras, la destreza de los luchadores y los vuelos entre o desde la tercer cuerda, lo que mantiene a todo el público al filo de la butaca, con palomitas, la torta, la sopa instantánea o la chela bien agarradas para poder gritar o pararse sin contratiempos cuando el luchador o bando de preferencia necesite apoyo moral.

Pero para personajes legendarios de este lugar, están unos tepiteños orgullosos hasta el tuétano de sus orígenes y de dos labores que aman con pasión: los tacos y ser la porra oficial técnica del coso.


Para la “Porra Tepito” la lucha libre es una terapia para olvidarse de los problemas cotidianos de su día a día.

Héctor, uno de los integrantes, llega a la arena tocando un tambor, su alegría se refleja al compás de sus baquetas. Vestido con una playera rosa y pantalón de mezclilla espera pronto hacerse acreedor de la famosa playera “Porra de Tepito”.

Antes de que empiece la función, se abastecen de pepitas y cacahuates, con la compra de botana les obsequian el programa del espectáculo. La porra ya tiene un lugar establecido en el recinto. Se puede ver de cerca el ring.  Hay una malla que usan para colocar algunas cornetas y una lámpara.

Neil, Félix, Luis, el Orejas y Héctor llegan en compañía de su líder, Jesús Ornelas, conocido como Chabelo, quien hace 16 años fundó la famosa porra que a ras de lona apoya a los técnicos. Más tarde, ya instalados en las butacas del coliseo, llega el tío Pepe.

Al iniciar la primera lucha, se escucha que gritan: “Robín, ya levántate güey… no llega Batman porque viene en el metro”.  Neil grita: “Tortas, sopas;  traes de letra, o una de municiones, también una de pierna”. El ambiente de la “Porra Tepito” es festivo, no importa que sólo asistan siete u ocho integrantes “uno sólo de nosotros vale como por diez personas, así de gritones somos”, dice Jesús Ornelas orgulloso de ser el líder.

El tambor de Héctor no deja de escucharse “tan, tan, tan tarán”. Chabelo menciona que Héctor se esfuerza para que le den su playera de la porra y dice que para entrar a su grupo las personas deben de tener ganas, pagar su boleto y que realmente disfruten de la lucha libre. “Es padre que uno venga y eche grito, convivir sin pasarse de listo, a nosotros no nos gusta pelear o venir a embriagarnos aquí, sólo pasarla bien”.

Jesús Ornelas decidió que la “Porra Tepito” apoyaría a los técnicos pero asegura que hay algunos luchadores del bando rudo que se han ganado su respeto y en ocasiones les apoyan. Para él y sus amigos la lucha libre es una catarsis: “Venimos a disfrutar de la lucha, a mentar madres, a olvidarnos de nuestras broncas del día a día. Es lo bonito de la lucha, le das un giro a tus problemas, sales energizado, relajado; eso es la porra”.

En el pancracio mexicano, uno de los sucesos más importantes y representativos es el enfrentamiento máscara contra máscara. No sólo implica a los estetas que apuestan su identidad, también a la afición que puede ver a su ídolo vanagloriarse o conocer al hombre que hay detrás de la tapa.

Atlantis es un experto en esta área. Con 32 años de trayectoria como luchador en la Ciudad de México ha apostado su tapa en nueve ocasiones, en todas ellas tuvo miedo de revelarle al público su verdadero rostro. El “ídolo de los niños” relata que dos calles antes de llegar a la Arena México se pone su característica máscara blanca con azul, de la cual está enamorado profundamente por el precio invaluable que le ha costado conservarla hasta el día de hoy.

Las nueve máscaras que ha ganado este gladiador son de estetas de renombre, por ello es conocido como “El destructor de leyendas”. A un año de haber debutado en la Arena Revolución ganó la tapa de “Talismán”, seguirían “El hombre bala”, “Tierra Viento y Fuego”, “Los animales I y II” y  “Kung Fu”.

En 1993, con 10 años de trayectoria se vio envuelto en una fuerte rivalidad con el famoso “Mano Negra”, en aquella pelea se vivió la tercera caída más rápida de la historia de la lucha libre en México; a los 33 segundos de iniciar el “ídolo de los niños” sorprendió y logró rendir a su rival con la “Atlántida”.

Siete años más tarde apostó su identidad con uno de los luchadores más queridos por la afición, “Villano III”, la lucha se disputó el 13 de marzo del año 2000, fue un encuentro intenso, las máscaras de ambos estaba llena de sangre, pero en la tercera caída, el príncipe de la Atlántida uso de nuevo su famosa llave para dar a conocer el rostro de Arturo Mendoza, hijo de “Ray Mendoza”.

El viernes 19 de septiembre de 2014, la Arena México fue testigo de otra lucha de apuesta, los protagonistas: “Atlantis” y “Último Guerrero”, quienes en un momento fueron amigos y compañeros en el ring se disputaban lo más preciado en su carrera. Se invertían los papeles, Atlantis tenía la experiencia y “Último Guerrero” la juventud, al final la tapa azul con blanco aún cubría el rostro de Atlantis; “Último Guerrero” dijo llamarse José Gutiérrez Hernández y con lágrimas entrego a quien fuera su maestro su máscara.

Un año después surgió una rivalidad entre “La Sombra” y el ídolo “Atlantis”, nadie esperaba que en la función de aniversario esa sería la lucha máscara contra máscara, en una pelea que dejó agotado al ídolo de los niños, como era de esperarse la Atlántida fue el arma que daría la victoria a este atleta, La Sombra no logró obtener la máscara más valiosa del Consejo Mundial de Lucha Libre.

El hijo de la Atlántida no tiene movimientos de lucha favoritos, cuando sube al ring se convierte en una serpiente y estudia al rival para saber cómo ganarle; sin embargo, asegura que él no sería nada sin su famosa llave Atlántida. “Me ha dado muchos triunfos internacionales y nacionales, sin ella no sería nada, somos una buena dupla arriba del ring”, narra en tal lugar donde transcurre la entrevista


Las nueve máscaras que el ídolo de los niños ha ganado han sido gracias a la ejecución de la famosa Atlántida arriba del ring. Fotografía cortesía de CMLL.

En la mente del Rey de la ciudad perdida no existe la palabra retiro y también afirma que ya no apostaría su tapa.  “El día que pierdes la máscara es una herida que jamás se te va a curar, ya no creo apostarla. Allá arriba anda uno muy caliente… de la sangre. Cuando se agarra el micrófono se dicen  incoherencias y no piensas lo que dices. Tienes que pensar antes de hacerlo”.

Antes de subir al ring, Atlantis tiene un ritual: se persigna y reza un padre nuestro. Además de pelear con otros estetas y ganarse el aplauso o el abucheo de los aficionados, él va a la catedral de la lucha libre a rezar.

Fotografías: Box y Lucha, CMLL y Archivo de EL UNIVERSAL

Fuentes: Página oficial del Consejo Mundial de Lucha Libre; Espectacular de Lucha Libre, Lourdes Groubet, editorial Oceáno; Entrevista con integrantes de la Porra de Tepito; Entrevista con el luchador Atlantis

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