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Las manos de José Edith González presionan las teclas de una vieja máquina de escribir. Se vale de ella para plasmar sentimientos y anhelos en cartas de amor, o bien exigencias y necesidades para trámites gubernamentales, lo que sus clientes le pidan. Desde hace 50 años, José dedica su vida a ser escribano en la Plaza de Santo Domingo, ubicada en Avenida República de Brasil.
Don José Edith González tiene 50 años siendo escribano y ha visto morir a todos sus compañeros de generación.
En la primera imagen de 1961 en la Plaza de Santo Domingo se observan a varios niños alrededor de la fuente que aún funcionaba. La segunda imagen nos muestra cómo luce actualmente la fuente ya sin agua.
Sus 78 años no lo detienen y después de medio siglo sigue ocupando el respaldo del número 12 de los portales. Desde las nueve de la mañana José se sienta en una silla de madera, pone su máquina de escribir sobre una mesa de metal abollada por el tiempo y espera a los clientes, quienes mantienen vivo su oficio, el cual en estos años de intenso avance tecnológico pareciera de otra época.
En el siglo XIX pocas personas sabían escribir. Los evangelistas tenían por oficio escribir cartas u otros papeles para quienes no sabían hacerlo. Don José cuenta que los amanuenses (designación que se les dio antes porque escribían a mano) se dedicaban más a redactar sendas cartas de amor. Ahora pocos clientes buscan ese servicio y quienes lo hacen son guiados por su curiosidad, no porque no sepan hacerlo.
—¿Cuándo fue la última vez que escribió una carta de amor? —le preguntamos.
—Hace una media hora, pero estoy seguro de que fue por curiosidad. Vino una pareja de Guatemala. Vieron la máquina más vieja y dijeron "pues aquí nos quedamos". Para escribir una carta de amor tengo que interpretar el sentimiento del enamorado, si lo logro, me pagan bien.
—¿Cómo interpretarlo?
—Tú vas a venir y me dices el individuo se llama “tal”. Ahora bien, yo te pregunto: ¿lo conoces, lo has tratado o nada más de vista? Les hago un racimo de amor a los clientes después de preguntarles: ¿cómo es ella?, ¿usa lentes?, ¿tiene pelo suelto o trenzas?, ¿es chaparrita, es alta? Todos esos elementos se conjugan para hacer una carta de amor —dice el escribano que tiene un libro de poemas de Jaime Sabines en su mesa.
Enfrentar el cambio
José Edith González ha visto morir a todos los escribanos de su generación y en la última década no ha visto llegar a nuevos jóvenes interesados en aprender el oficio. Hoy en día, su gremio se conforma por no más de 25 escribanos.
Romel Jaimes Mendoza, de 61 años, coincide: “A los jóvenes ya no les interesa o no saben hacerlo. Aquí no sólo se trata de escribir a máquina, se trata de saber lo que va a hacer uno. Por ejemplo, al señor le hice unas etiquetas, pero le he hecho oficios. Eso es lo que hay que saber hacer, no nada más escribir”.
En los siglos XIX y XX para ser escribano era necesario haber tenido formación de tramitador y conocer todas las dependencias oficiales.
“La gente ya casi no pide que escribamos historias. Lo que más piden es llenar formatos, contratos, hacer contratos de compraventa… lo comercial, cartas ya no”, explica Jaimes Mendoza.
Don Romel Mendoza, también escribano de Santo Domingo, dice que a las nuevas generaciones ya no les interesa este oficio.
Pero el cambio más fuerte que han vivido es el tecnológico. El señor Romel dice que las computadoras les han quitado mucho trabajo.
“Todo va evolucionando. Ahora cualquier muchacho tiene en su casa una computadora y hace sus trabajos de la escuela. Antes todos venían a que transcribiéramos sus trabajos aquí, desde los de secundaria hasta los de universidad”.
En 1960, los escribanos llegaban a atender a cerca de 20 clientes por día. Actualmente, ya no hay un número seguro e incluso pueden pasar el día bajo el portal sin atender a nadie.
Los escribanos han cambiado sus herramientas de trabajo a lo largo de la historia. Primero eran amanuenses porque escribían a mano, después usaron la máquina de escribir mecánica y, posteriormente, algunos cambiaron a las eléctricas, pero aún no hay cabida para las computadoras.
José Edith González, el escribano con más años en la Plaza de Santo Domingo, comenta al respecto: “Yo sí quiero cambiar, pero aquí siempre ha habido reticencia. Iniciaron siendo amanuenses y por ahí de 1910 introdujeron las máquinas Oliver. Era un teclado igual que el linotipo, pero la mayoría de compañeros se oponía a su uso. Los primeros que adquirieron las máquinas de escribir fueron criticados por los amanuenses. Pero luego vieron que los clientes se apiñaban con los que tenían máquinas y ya todo el mundo las adquirió. Entonces, ¿por qué no? En un momento dado me vas a tener aquí con internet, con mi iPad. ¡No, olvídate voy a ser otro!”, dice entre risas.
Los comerciantes instalados en la Plaza de Santo Domingo ofrecen servicios de imprenta, invitaciones y encuadernamiento de tesis; algunos, incluso, preguntan a quienes pasan por ahí si no buscan documentos como CURP o Actas de Nacimiento.
Quienes visitan este lugar —que primero se conoció como Jardín de la Corregidora en honor a Josefa Ortiz de Domínguez y posteriormente como Plaza 23 de mayo, en conmemoración de la fecha en que se otorgó la autonomía a la Universidad Nacional— buscan esos servicios o simplemente disfrutan de un helado frente a la fuente de La Corregidora, esculpida por Jesús Contreras y Federico Homdedeu en 1890, que hoy carece de agua.
Para José Edith la mejor experiencia de ser escribano es sentirse útil. “Cuando hago un trabajo y veo regresar al cliente me siento bien porque me estoy evaluando y digo ‘fui útil’”, se enorgullece.
Con la voz entrecortada dice que ha visto morir a todos los escribanos de su generación y ahora le toca asumir el papel de preparar a los más jóvenes para que su oficio permanezca en el Portal de los Evangelistas y resista al tiempo.
“Hay que preservarlo porque este espacio fue ganado por la sociedad civil para que vinieran aquí a servirse. Nosotros somos huéspedes. Nezahualcóyotl decía que somos huéspedes de la tierra. Nosotros somos huéspedes del Portal. La actividad en la Plaza de Santo Domingo se debe preservar siempre, porque le da de comer de forma directa a cientos de individuos y en forma indirecta a miles. El oficio de los escribanos debe resistir al tiempo”.
Fotos antiguas: Fundación Televisa y Archivo Fotográfico de EL UNIVERSAL.
Fuentes: INAH, Plaza de Santo Domingo, un valioso pasaje de la historia, 2012, consultado en http://www.findesemana.inah.gob.mx/articulos-de-fin-de-semana/290-plaza-de-santo-domingo-un-valioso-pasaje-de-la-historia. Secretaría de Educación de la Ciudad de México, Ciudad de México, crónica de sus delegaciones, Gobierno de la Ciudad de México, México, 2007. UNAM, Mapa del Centro Histórico, en http://www.economia.unam.mx/cladhe/docs/centroespanolpw.pdf.