Colaboración especial

En la elección de junio de 2015 el PRD obtuvo uno de sus peores resultados históricos. Ante tal situación parecerían obligadas una reflexión profunda y una respuesta para definir su futuro. A prácticamente dos meses de lo acontecido, no hay claridad sobre el rumbo a seguir.

A partir de los resultados de la elección 2015 de diputados federales por mayoría relativa, hoy el PRD es la primera fuerza en sólo un estado; la segunda en 5 entidades; la tercera en 7 y en 19 estados ocupa el cuarto lugar o alguno menor, con una votación menor al 10%.

El punto no es sólo la pérdida de las posiciones, es el cambio en la correlación de fuerzas que, de mantenerse, podría hacer del PRD un partido testimonial.

Estos resultados derivan de un proceso, no son un hecho aislado ni espontáneo, provienen de un largo camino de división y desgaste; son la suma de elementos estructurales y coyunturales.

El reconocer que enfrentamos un momento crítico es fundamental para construir una salida. ¿Cómo pensar una estrategia efectiva, si no partimos de la idea de que la actual no funciona? La autocrítica es una herramienta de pensamiento poderosa, pero sólo si es madura y está encaminada a la acción, de otra forma resulta tóxica e inmovilizante. Para retomar la ruta del crecimiento se necesita otro enfoque, otra estrategia y una articulación de visiones que le den mayor potencia y credibilidad al PRD.

Si la respuesta es sólo la alianza con el PAN, sería un acierto en cuanto a la constitución de un polo opositor. Sin embargo, parecieran repetirse los errores del Pacto por México, un acuerdo sin agenda programática propia, sin avanzar en la reconciliación y los acuerdos internos. Esto únicamente profundizaría las contradicciones, crearía una mayor vulnerabilidad y no abonaría a la presencia del partido.

La respuesta debe tocar los temas de fondo: un rediseño institucional que permita una vida interior democrática, funcional y que no genere exclusión; una nueva oferta política que dé identidad y aporte al progreso del país; la renovación de cuadros y una política de alianzas incluyente y congruente.

Esto implica decisiones valientes que serán controvertidas, como el cambio de dirigencias en los estados con el peor desempeño electoral; la inclusión de cláusulas antinepotismo en los procesos de selección interna de candidatos y la obligación de un desempeño ético de gobernantes, legisladores y dirigentes, por decir lo mínimo.

Llegar a un Consejo Nacional sin una ruta mínima consensada como propuesta es un ejercicio de catarsis y sólo puede resultar en una mayor confusión.

Para avanzar en la construcción del futuro del PRD hay diversas alternativas. En todo caso hay que abrir el debate. Una de ellas es la integración de una Comisión para el Futuro de la Izquierda con presencia de los grupos y aliados, académicos y otras personalidades, para que en un término de 60 días presente un proyecto de adecuaciones a los estatutos del partido y por lo tanto un rediseño organizativo y de procesos, una propuesta de línea política y de agenda que sirva como orientación para un debate más amplio.

La oportunidad está ahí. La izquierda creció en el país (Morena y Movimiento Ciudadano), sin embargo la sociedad desea un partido de izquierda sólido, pero no lo estamos ofreciendo.

El PRD tiene una función importante en el sistema político mexicano, ha sido uno de los contrapesos al poder y al autoritarismo más efectivos y ha impulsado las agendas más progresistas. Sería lamentable que el sectarismo, la confusión y la apatía mermen un activo político para el país.

Senador

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