Más allá del probable compromiso entre la Unión Europea (UE) y Grecia, el impacto del referéndum se dejará sentir en el futuro y amenaza con condicionar el devenir de la propia UE. Solamente el hecho de que se haya producido el largo debate y enfrentamiento entre Atenas y los centros de poder europeos es merecedor de meditación. Un país que solamente representa el 2% de la economía de Europa ha mantenido en jaque al resto. Es un aviso para el futuro, cuidosamente observado por el resto de la Unión.

La clave de este litigio es que en el fondo de la preocupación europea reside el convencimiento de tratar, en plena tradición de la UE, de salvar, a todo coste, el proyecto de integración comenzado con la Declaración Schuman de 1950 y la joya de la corona de la aventura, el euro. Pero esta notable paciencia demostrada por Bruselas y las capitales que lideran el proceso (Berlín, sobre todas) tiene y tendrá un precio, teniendo en cuenta que de seguirse la histórica pauta de la UE, no puede haber vencedores ni vencidos al final de toda negociación. Pero no será fácil.

De salvarse el espinoso tema de la permanencia de Grecia tanto en el euro como en la propia UE, los que se oponían al arreglo acusarán a los que se han estado inclinando por la componenda el haber claudicado ante las tozudas exigencias del gobierno griego. Los electores griegos que han hecho posible el resultado del referéndum le pueden recriminar al primer ministro Alexis Tsipras el duro impacto de las condiciones del rescate y la continuación de los efectos del nuevo ajuste mínimamente suavizado.

Fuera del contexto griego, la noticia de la generosidad repetida de la UE no será bien recibida en algunas capitales que en los últimos años han estado cumpliendo los condicionamientos de sus propios rescates. Desde Irlanda, Portugal y España no llegarán voces de protesta pero internamente recriminarán el trato discriminatorio.

En cuanto al propio proceso de la integración europea, el episodio dará argumentos a los que han estado dudando de los propios procedimientos de decisión como de la propia arquitectura del euro.

La necesidad legal de llegar a tomar acuerdos por la regla de la unanimidad hace que el poder interno de algunos miembros se imponga, antes de llegar a una “votación” inexistente. De ahí que la toma de decisiones haya estado precedida de un cónclave reservado entre Alemania y Francia, que en este caso representaban la tendencia hacia la mano madura de Angela Merkel y la inclinación al compromiso de François Hollande.

En Portugal y España, se pueden sentir los efectos retardados del referéndum cuando los mismos sectores que han aplaudido la resistencia del gobierno griego se beneficien en sus respectivas elecciones del próximo otoño. Los partidos socialistas español y portugués se aprestarán a recuperar el poder, con la posible colaboración de las formaciones más a su izquierda, como el caso de Podemos en España.

Finalmente, el apoyo de China y sobre todo Rusia ya han provocado la incomodidad de los poderes europeos, y especialmente al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos. Recuérdese que los BRICS están señalados como la causa geo-estratégica del proyecto de la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones (TTIP), muy cuestionado en ambos bandos. Una Europa dividida hará todavía más difícil el acuerdo.

Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami

jroy@miami.edu

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