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“Los países no tienen amigos permanentes, no tienen enemigos permanentes, tienen intereses permanentes”
Lord Palmerston
Quienes se muestren sorprendidos por el acercamiento entre los Estados Unidos e Irán, en el marco del acuerdo sobre el acuerdo al que han llegado para la suspensión por un plazo de diez años, de cualquier investigación que pueda conducir a la producción de armas nucleares por parte de Irán, a cambio del levantamiento de las sanciones que le han sido impuestas desde 1979, viven seguramente en un mundo exótico. Esto es desconocer que la política exterior de Washington se ha formulado siempre conforme al interés nacional, oscilando del aislacionismo al intervencionismo y del idealismo a la raison d´État enunciada por Richelieu.
Durante dos años de arduas negociaciones, ambos gobiernos lograron superar los obstáculos que interpusieron sus respectivas instituciones y grupos de presión, sobre todo en Irán, donde las autoridades religiosas impusieron algunas condiciones difíciles de aceptar por la parte americana. La desconfianza de Irán respecto a las intenciones de Washington despertó un sentimiento parecido entre el electorado norteamericano, particularmente en los grupos ultra conservadores del Partido Republicano. Obró a favor del acuerdo la accesión al poder en Irán de un presidente moderado, el cambio generacional y la precaria situación económica del país como resultado de las sanciones.
La noticia de la firma del acuerdo y de las garantías que ofrece Irán para permitir las inspecciones de la Comisión de Energía Atómica fue recibida con beneplácito por la comunidad internacional, sin que ello signifique que todos estén contentos con este histórico pacto. Israel, que se hubiera opuesto a cualquier negociación con Irán, considera que la administración del presidente Obama ha cometido un grave error histórico, mientras que la extrema derecha norteamericana sostiene que Washington lleva las de perder en este asunto por confiar en un gobierno que se ha caracterizado por su proclividad al terrorismo y que forma parte del Eje del Mal.
Pero no es Israel el único país que ve con recelo este nuevo capítulo en la relación de los Estados Unidos con Teherán. Arabia Saudita se siente traicionada por su aliado tradicional, al considerar que Irán ha encontrado finalmente el apoyo norteamericano para convertirse en la primera potencia económica y militar de la región. Es este aspecto del acercamiento de Irán y EU el que más preocupa a los sauditas, pues sus temores no residen en que Irán llegue a poseer armas nucleares, sino en sus designios hegemónicos que implican la reducción del liderazgo regional saudí y la supremacía chiíta en detrimento de las comunidades sunitas.
Como lo han señalado multitud de analistas, la importancia del acuerdo no estriba únicamente en impedir que Irán llegue a convertirse en una potencia nuclear que tenga como efecto la proliferación de armas nucleares —Arabia Saudita tiene la capacidad para hacer lo propio e Israel cuenta con un enorme arsenal— sino que su acercamiento a Estados Unidos, sin que ello implique necesariamente la normalización inmediata de relaciones, como en el caso de Cuba, abre la posibilidad de una cooperación militar indispensable para acabar con la expansión del Estado Islámico, lo que fortalecería a Irán.
El presidente Obama ha declarado que no cuenta con una estrategia definida para combatir al EI, pero no cabe duda que las negociaciones con el gobierno iraní en los últimos dos años sobre el proyecto nuclear, han propiciado el establecimiento de los contactos necesarios para involucrar a Teherán en la formulación de un plan militar y político para la región del Medio Oriente ya que, sin la cooperación de Irán, la ofensiva contra el Estado Islámico está condenada al fracaso.
Si como es de esperar los americanos y los iraníes logran llegar a un acuerdo sobre este particular, estaríamos frente a una nueva realidad en el Medio Oriente. Un panorama que podría traer estabilidad y desarrollo en esa zona de conflicto a cambio de la emergencia de Irán como la gran potencia regional. En efecto, el presidente Hassan Rouhani no tardó en declarar que “el acuerdo demuestra que el diálogo constructivo funciona”. Una vez resuelta esta crisis innecesaria, agregó, “emergen nuevos horizontes para centrarnos en desafíos compartidos” . Estas declaraciones revelan el interés iraní por retomar el camino de la cooperación con Occidente después de haber padecido durante varias décadas los efectos del aislamiento y de las sanciones que han obstaculizado su desarrollo económico. Por su parte Obama, con el fin de apaciguar a sus detractores, hizo hincapié en que cualquier violación del acuerdo por parte de Irán traería consigo el retorno de las sanciones. En su discurso, cuando se dieron a conocer los resultados de las negociaciones, Obama dejó claro que el acuerdo con Irán no pretende un cambio de régimen, ni la solución de cualquier problema que pueda endilgarse a Irán, ni eliminar todas sus nefarias actividades alrededor del planeta. El acuerdo, agregó, tiene como objetivo impedir que Irán llegue a poseer armas nucleares.
Irán es una potencia regional que cuenta con inmensos recursos naturales, una situación geográfica privilegiada, una población orgullosa de su pasado histórico, de su ideología y de su destino. El levantamiento progresivo de las sanciones internacionales le permitirá convertirse en un país atractivo para la inversión y el comercio, no sólo con sus vecinos, sino con países de otras regiones. En efecto, su vecindad con países como los Emiratos Árabes Unidos, Omán y la India, con un mercado de más de 1,300 millones de personas, representa el más importante desafío para la economía iraní. El cuarto país del mundo en reservas petroleras y el primero en gas, le confiere una situación de superpotencia energética. Su territorio supera el millón y medio de kilómetros cuadrados, su población supera los 78 millones de habitantes, su PIB se estima en 415,300 millones de dólares y su ingreso per cápita es de 6,800 dólares. La producción petrolera de Irán podría retornar a los niveles anteriores a las sanciones, es decir, unos 4 millones de barriles diarios.
Pero el cambio de mayor importancia que se vislumbra es la proyección de Irán como el líder regional por excelencia, capaz de influir en la toma de decisiones de sus vecinos. La solución de la guerra civil en Siria y el retorno de Irak a la estabilidad requieren de la participación de Irán, sobre todo para vencer al Estado Islámico. En Afganistán, Irán está llamado a negociar con los talibanes la pacificación del país una vez que las tropas norteamericanas se hayan retirado. La paz en Yemen no puede contemplarse sin la intervención iraní. El problema del Kurdistán requiere de la experiencia de Teherán y la guerra civil entre las sectas musulmanas sólo podrá terminar mediante un diálogo interpuesto por Irán.
Ex embajador en Egipto, Arabia Saudita, Siria y Jordania.