Ni ciegos ni visionarios, se podría también titular este texto. La invitación a Donald Trump para visitar al presidente Enrique Peña Nieto en Los Pinos fue vista en su momento como una afrenta, un error de dimensiones históricas, un acto de injerencia indebido e innecesario que empoderaba al candidato más hostil a México y confrontaba irremediablemente al gobierno con la campaña de la entonces favorita, Hillary Clinton.

Bien concebida pero pésimamente ejecutada, la visita de Trump tuvo un costo diplomático y de imagen enorme que llevó a Los Pinos a intentar correcciones y retracciones inmediatas que, como todo lo que se hace de manera improvisada, sólo empeoraron la situación. Para el martes pasado, los escenarios gubernamentales se centraban en la probable victoria demócrata y el control de daños que sería indispensable para que Hillary perdonara la afrenta.

Más tardó Trump en anunciar su triunfo que algunos voceros oficiosos en propalar la versión del presidente visionario, del enorme acierto de haber invitado a Trump.

La invitación fue una apuesta arriesgada y de muy alto costo que resultó bien tanto por un golpe de suerte o de infortunio. Pero cuenta el resultado final, aunque sea producto de la serendipia, y hoy existe ya un contacto, una relación, entre Trump y Peña y entre el círculo más cercano del magnate y Luis Videgaray. Mal haría el gobierno de México en no buscar aprovechar la circunstancia.

La relación entre México y EU es de una variedad, complejidad e intensidad impresionantes. Seguridad, comercio, migración, movimientos financieros, combate al crimen organizado (que incluye narco, tráfico de armas y personas y se extiende hasta nuestra frontera sur), inversiones, medio ambiente, son sólo algunos de los rubros que comprende, pero su magnitud va más allá del simple listado. Y las contrapartes están no sólo en Washington o la Ciudad de México: la relación se construye, se teje y desteje entre los estados, ciudades y comunidades que interactúan entre sí, sin intervención de los gobiernos federales. Está en la academia, en los movimientos migratorios, en la enorme comunidad de retirados estadounidenses que vive en México, en la sociedad, las ONG, los medios de comunicación…

La candidatura de Donald Trump puso de cabeza al “Establishment” estadounidense, que jamás imaginó que un personaje así pudiera jugar en serio en las grandes ligas de la política. Ahora pagan las consecuencias los que lo menospreciaron, desde los republicanos de cepa y la dinastía Bush, hasta la formidable pareja de Bill y Hillary, Hillary y Bill. Grandes empresarios, prácticamente todos los medios de comunicación, encuestadores y pronosticadores “expertos” tienen ahora que repensar su relación con Trump y sus nuevas formas de hacer política.

A México le pasó de noche no sólo la candidatura de Trump, sino todo el proceso de transformación social que lo llevó a la victoria. Este se empezó a gestar hace una década, dando pie lo mismo al Tea Party que a los “birthers”, que disfrazaban su racismo con cuestionamientos al lugar de nacimiento de Barack Obama. Un movimiento que reforzó a personajes como Jan Brewer y el infame sheriff Arpaio, trajo a escena a impresentables como Sarah Palin y Michelle Bachmann e impulsó el resurgimiento de los más obscuros y retrógradas movimientos racistas, de los cuales el Ku Klux Klan es el más reconocible pero ni de lejos el único. Todo eso sumado a cambios en los medios de comunicación que dieron voz e influencia crecientes a los conservadores primero y a la derecha extrema después, sin que nadie aquí lo advirtiera.

Tantos años, talento, muchísimos millones de dólares invertidos en ganar influencia y mejor entendimiento en EU, tirados a la basura por arrogancia, desconocimiento o desinterés. Hoy, los que mejor conocen la relación con EU no están en los puestos cruciales, estratégicos de la Cancillería, y la memoria histórica se ha ido con ellos. Eso explica en buena parte por qué hoy México está en peores condiciones para entender las nuevas dinámicas estadounidenses y operar la relación. Si no se conoce bien a la contraparte es muy difícil interactuar de manera eficaz e inteligente.

Tras la visita de Trump, que al final no fue ni debacle ni visionaria, y su posterior victoria, México necesita revisar a fondo su relación con EU. Las cosas no pueden ni deben continuar como antes, y el primer paso consistirá en reconocer el enorme déficit de conocimiento e inteligencia con el que entramos a este replanteamiento.

Simplifican al extremo quienes argumentan que nuestro país debe optar entre colaboracionismo y confrontación, servilismo o belicosidad. Es una disyuntiva falsa por lo arriba anotado de lo enorme y diverso de la relación, porque Trump no es EU todo, y porque el magnate/presidente electo está enviando señales de que no todo lo planteado en campaña será forzosamente realidad en su gobierno.

Confiar en la sinceridad de Trump o de cualquier político sería ingenuo, pero demonizar a priori y con ello cerrar las puertas a la interlocución sería suicida. México debe dialogar, negociar, ser claro y firme en la defensa de sus intereses, de sus connacionales, pero también abierto y propositivo a la hora de discutir cambios a cosas que evidentemente no funcionan o están rotas, como la política migratoria estadounidense o el enfoque del combate al narco. Debe también recordar que tiene a muchos aliados al norte del Río Bravo, conocedores de la realidad mexicana y de la importancia de México para EU y dispuestos a retomar los vínculos de antaño.

Mal hace quien vive en el pasado, pero peor hace quien no recurre a la experiencia para saber dibujar mejor su camino al futuro. Hay que voltear a ver a quienes más saben de esto, pues sabrán sugerir qué hacer y sobre todo qué evitar. Todo eso le daría al gobierno mexicano muchas más herramientas para lidiar con el que seguramente será uno de los periodos más difíciles y retadores en la historia de esta inevitable relación.

La hora de los improvisados debe ya terminar.

Analista político y comunicador

@gabrielguerrac

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