Los últimos tiempos son, por decir lo menos, extraños. Hemos vivido acontecimientos no esperados en la lógica del pensamiento políticamente correcto. Los analistas se equivocan en sus proyecciones y tendencias, mientras que lo inesperado se convierte en una realidad que intranquiliza a la clase media y asusta a los miembros más conspicuos del statu quo.

Los dictadores de la moral contemporánea –basada en la relatividad de los valores- se asombran que las ideas sencillas- tal vez falaces- muevan a un mayor número de conciencias y las fuerzas que ellos creían muertas como son el nacionalismo y los movimientos religiosos renacen en plena postmodernidad que había declarado muertas a las ideologías.

El Brexit, la elección de Trump y la negativa del referéndum para la firma de la paz en Colombia se muestran como hechos políticos inconcebibles dentro de la racionalidad del estado del consenso plural dirigido por los equilibristas y pragmáticos de la política, que buscan permanentemente el centro del espectro electoral para “cachar“ más votos y gobernar pendientes de la opinión pública y viendo de soslayo una realidad que pretenden ocultar, pero amenaza el castillo de naipes que han construido con base en un humanitarismo insostenible económicamente.

Las imágenes, que son representaciones superficiales de la realidad, invaden el discurso comunitario. Las falacias más evidentes o los rumores más inverosímiles se convierten en verdades incuestionables con gran rapidez a través de las redes sociales y de los medios de comunicación ansiosos por ganar la nota. La inconsistencia de las afirmaciones y la inconstancia de quien la difunde las convierte en burbujas de jabón que explotan en el aire sin mayor trascendencia.

Sin embargo, la idea de insatisfacción con algo indeterminado queda en el individuo que lo traduce en una animadversión a todo lo que proceda de lo identificado como institucional y se expresa en el cacareado “hartazgo” social, que no es un sentimiento suficiente para movilizar a una sociedad en un sentido determinado. Lo común pasa a un segundo o tercer plano y el escenario es invadido por seres soberbios que pretenden imponer su voluntad con más imágenes que apelan al inconsciente colectivo, que suele ser apasionado y violento.

Las razones pierden fuerza. El discurso prudente y conciliador es desestimado, se piensa que ni siquiera merece ser escuchado porque se asocia con la debilidad, el entreguismo o la traición. Los gritos de guerra se oyen a lo lejos, se avivan los odios ancestrales de raza, nacionalidad, religión y clase. Los grupos se atrincheran a defender sus posiciones, aunque en esa defensa pierdan todo lo que han ganado en los últimos años. Todo es preferible antes que ceder un espacio al otro. La culpa de lo que padezco es de quien es diferente a mí.

El argumento racional cae en el vacío. No importa lo que se diga, si proviene del otro está equivocado y si tuviera algo de sensatez, entonces, no es oportuno o carece de la forma adecuada. El paraíso de los anarquistas, oportunistas y vividores es un collage de imágenes inconexas a su disposición que usan como armas arrojadizas, cuando la realidad es inocultable.

La amenaza del muro fronterizo es un símbolo de agravios supuestos o reales que aflora cada vez que no hay explicación a algo. La muchedumbre, que exige imágenes, deja de pensar y lo festeja, hasta pareciera que conoce todas las consecuencias de tan insensata idea. No, el individuo fusionado en un ser colectivo deja de pensar y puede ser arrastrado a cometer atrocidades inimaginables.

La toma de protesta de Trump indudablemente estará cargada de imágenes y ayuno de ideas. Lo preocupante es que los aludidos le concedan más peso a las imágenes que a las razones, ya que eso suele ser el presagio de malos tiempos. Hace dieciocho meses los analistas políticos no daban un quinto por el ahora presidente electo, hoy estamos a esa distancia temporal de nuestras elecciones y puede surgir una figura pública que desplace a los candidatos punteros con un discurso pletórico de falacias que endulce el oído del electorado. Agravios, odios y cuentas pendientes existen, sólo falta quien las abandere y, entonces, importe más hacernos daño, dividirnos, que cooperar para hacer frente a un entorno internacional cada vez más adverso para México.

Profesor de Posgrado de la Facultad de Derecho de la Universidad Anáhuac del Norte

cmatutegonzalez@yahoo.com.mx

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