El extremismo violento es un atentado directo contra la Carta de las Naciones Unidas y una grave amenaza para la paz y la seguridad internacionales. Los grupos terroristas como Daesh, Boko Haram y otros han secuestrado niñas con absoluto descaro, negado sistemáticamente los derechos de la mujer, destruido instituciones culturales, distorsionado los valores pacíficos de las religiones y matado brutalmente a miles de personas inocentes en todo el mundo.
Estos grupos se han convertido en un imán de combatientes terroristas extranjeros, que son presa fácil de los llamamientos simplistas y las consignas atrayentes pero engañosas. La amenaza del extremismo violento no se circunscribe a ninguna religión, nacionalidad ni grupo étnico. Hoy en día, en todo el mundo, la mayoría de las víctimas son musulmanas. Para hacer frente a este desafío hace falta una respuesta unificada, y estamos obligados a actuar de manera tal que se resuelva el problema, y no que se multiplique.
Tras muchos años de experiencia ha quedado claro que las políticas miopes, el liderazgo fallido, las políticas de mano dura, el planteamiento centrado exclusivamente en las medidas de seguridad y el absoluto desprecio por los derechos humanos tienden a empeorar las cosas. No nos olvidemos nunca de que los grupos terroristas no solo buscan desatar la violencia, sino provocar una reacción cruda. Necesitamos templanza y sentido común. No debemos dejar que nos domine el miedo, ni que nos provoquen los que procuran aprovecharse de él. La lucha contra el extremismo violento no debe ser contraproducente. Este mes presenté a la Asamblea General de la ONU un plan de acción para prevenir el extremismo violento, que encara de manera práctica e integral los factores que alimentan esta amenaza. Se centra en el extremismo violento, que puede propiciar el terrorismo. En él se formulan más de 70 recomendaciones para la acción concertada a nivel mundial, regional y nacional a partir de cinco puntos relacionados entre sí:
En primer lugar, debemos dar prioridad a la prevención. La comunidad internacional está en todo su derecho de defenderse de esta amenaza con medios lícitos, pero debemos ocuparnos especialmente de atacar las causas del extremismo violento para resolver el problema a largo plazo. No es uno solo el camino que lleva al extremismo violento. Pero sabemos que el extremismo prospera cuando se vulneran los derechos humanos, se reduce el espacio político, se ignoran las aspiraciones de inclusión y son demasiadas las personas, especialmente los jóvenes, que carecen de perspectivas y no le encuentran sentido a la vida. Como vemos en Siria y Libia y otros lugares, los extremistas violentos hacen que los conflictos prolongados y sin resolver se tornen aún más inextricables. Conocemos también los elementos decisivos para el éxito: buena gobernanza; estado de derecho; participación política; educación de calidad y trabajo decente; absoluto respeto de los derechos humanos. Tenemos que esforzarnos especialmente por llegar a los jóvenes y reconocer su potencial como agentes de consolidación de la paz. La protección y el empoderamiento de las mujeres también deben ser elementos centrales de nuestra respuesta.
En segundo lugar, la autoridad debe guiarse por principios y las instituciones tienen que ser eficaces. Las ideologías perniciosas no surgen de la nada. La opresión, la corrupción y la injusticia son caldo de cultivo para el resentimiento. Los extremistas son expertos en fomentar la alienación. Por eso vengo instando a los dirigentes a que pongan más empeño en desarrollar instituciones inclusivas que respondan verdaderamente al pueblo. Voy a seguir exhortándolos a que escuchen con atención las quejas de su pueblo y a que actúen en consecuencia.
En tercer lugar, la prevención del extremismo y la promoción de los derechos humanos van de la mano. Las estrategias nacionales contra el terrorismo rara vez han incluido los elementos básicos del procedimiento previsto en la ley y el respeto del estado de derecho. Se suele recurrir a definiciones generalizadas del terrorismo o el extremismo violento para criminalizar acciones legítimas de los grupos de la oposición, las organizaciones de la sociedad civil y los defensores de los derechos humanos. Los gobiernos no deberían utilizar estos tipos de definición generalizada como pretexto para agredir o silenciar a quienes los critican. Una vez más, los extremistas violentos procuran deliberadamente incitar a esas reacciones desproporcionadas. No debemos caer en la trampa.
En cuarto lugar, hace falta un planteamiento global. En el plan se propone un planteamiento que comprenda a todo el gobierno. Tenemos que superar la compartimentación entre los agentes que trabajan por la paz y la seguridad, el desarrollo sostenible, los derechos humanos y la asistencia humanitaria en los planos nacional, regional y mundial, incluso en la ONU. En el plan también se reconoce que no existen soluciones universales. Además, debemos implicar a toda la sociedad, es decir, a los líderes religiosos, a las mujeres líderes, a los líderes de grupos juveniles de artes, música y deportes, así como a los medios de comunicación y al sector privado.
En quinto lugar, se necesita la colaboración de la ONU. Tengo la intención de consolidar el planteamiento de que todo el sistema de las Naciones Unidas respalde los esfuerzos de los Estados Miembros por atacar los factores que alimentan el extremismo violento. Sobre todo, el plan es un llamamiento urgente a la unidad y la acción que pretende encarar este flagelo en toda su complejidad. Comprometámonos a forjar juntos una nueva alianza mundial para prevenir el extremismo violento.
Secretario General de las Naciones Unidas