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La relación transatlántica empieza un periodo de incertidumbre como no lo había tenido desde los primeros meses de 2003 (1). Con la victoria de Donald Trump, la Unión Europea (UE) podría enfrentar un adelgazamiento de la que ha sido su más constante y estable relación de cooperación en el mundo.
En términos generales, con el nuevo inquilino de la Casa Blanca, tanto la UE como la mayoría de sus Estados miembros tienen un mayor número de puntos de desencuentro: estos surgen de diversos discursos realizados por Trump al criticar el modelo del libre comercio (no sólo el TLCAN), la seguridad colectiva de la OTAN y las políticas y mecanismos internacionales contra el calentamiento global.
Respecto al libre comercio, en palabras del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el acuerdo comercial entre la UE y EU, conocido como TTIP, que estaba en duras fases de negociación, no se concretará en los próximos dos años. Este acuerdo, enmarcado en una lógica económica-comercial similar al acuerdo UE-Canadá (CETA) del lado europeo, y al TPP del lado americano, lleva tiempo de ser duramente criticado en la sociedad europea, especialmente por movimientos sociales de izquierda críticos con el modelo neoliberal.
Por otra parte, la reciente y muy celebrada entrada en vigor del Acuerdo de París podría perder su impulso optimista si es que el candidato republicano decide rechazar las obligaciones estadounidenses. No sería la primera vez, el Protocolo de Kyoto funcionó en la medida de sus capacidades a pesar de haber sido rechazado también. Lo problemático se encuentra en que la UE comparte la función de financiamiento con EU, lo que sería un ejemplo de la amenaza al institucionalismo internacional, además de volver al discurso negacionista del impacto de la actividad humana en este fenómeno.
Respecto al tema de la seguridad, el desafío no es sólo para la UE o los países europeos orientales. Se deriva del aislacionismo propuesto, así como de la afinidad ideológica-personalista entre el próximo mandatario estadounidense y el hombre fuerte de una Rusia autoritaria. Aquí la UE tendrá que hacer uso de su papel de potencia multilateral para contrarrestar las deficiencias que aún tiene como potencia militar, y no quedarse sola frente a la visión mundial compartida entre Trump y Putin.
Ahora bien, dando una vuelta más al análisis, se puede decir que sí existe un punto de encuentro: las políticas migratorias restrictivas propuestas por Donald Trump comparten elementos con el aseguramiento de las fronteras que la UE ha llevado a cabo en diferentes momentos. Y la idea de construir un muro entre Estados Unidos y México sólo se diferencia por la extensión (y por lo tanto el costo) de los “otros muros” que hoy en día existen en Europa: Calais, en Francia, Idomeni, en la frontera greco-macedonia, en la frontera búlgara con Turquía, entre Hungría y Serbia o en la frontera austro-eslovena; sin olvidar las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla o los controles fronterizos en el espacio Schengen decretados por Alemania, Austria, Dinamarca, Suecia y Noruega.
Este punto de encuentro descansa en el discurso populista, xenófobo y racista que se ha instalado en gran parte del mundo como rechazo a los migrantes y respuesta a la crisis estructural del sistema. Y nos lleva al que sería el mayor punto de preocupación: el triunfo de un candidato como Trump da fuerza a los movimientos antisistema nacionalistas de extrema derecha con miras a diferentes elecciones nacionales que se presentarán en Europa. El Frente Nacional en Francia, el partido Alternativa para Alemania, Geert Wilders del partido xenófobo holandés, el Partido por la Libertad de Austria; además del apoyo y felicitaciones expresadas por personajes como Nigel Farage del UKIP, Mateo Salvini de la Liga Norte italiana, los neonazis griegos de Aurora Dorada y el primer ministro húngaro Vicktor Orbán, conocido en el ámbito comunitario por sus posiciones ultraconservadoras.
Para Europa, el reto principal derivado de que Trump sea el nuevo presidente estadounidense es tener la capacidad de contrarrestar la expansión de los discursos nacionalistas excluyentes en todas sus instituciones (locales, nacionales y comunitarias). No soy ni el primero ni el único que lo dice, pero reafirmo que esto sólo se podrá lograr desde una reacción de la izquierda que conecte con los excluidos y los desfavorecidos, no sólo en el ámbito más próximo, también en el global.
Internacionalista por la UNAM y Maestro por la Universidad Autónoma de Barcelona Especialista en Integración Europea agarciag@comunidad.unam.mx
(1) Véase: Esther Barbé (ed.).¿Existe una brecha transatlántica? Estados Unidos y la Unión Europea tras la crisis de Irak, Catarata, Madrid, 2005, 238 pp.