CHICAGO.— Desde el norte de la frontera con certeza afirmo a mis compatriotas en México, no se angustien, que Donald Trump no será presidente de Estados Unidos. No obstante, sí es interesante analizar la reacción pública sobre semejante precandidatura.

“Su único principio —de Trump— es la promoción de su marca personal. Su principal mensaje parece ser que porque es rico no le importa lo que el mundo piense, y que se puede dar el lujo de mandar a todos al infierno”, publicó en su editorial The Wall Street Journal, la publicación conservadora más importante de Estados Unidos.

Es verdad que por ahora encabeza las encuestas en la elección interna del Partido Republicano. No obstante, la tendencia no es real. El fenómeno obedece al “Name ID”, es decir, la distorsión que muestra cuán conocido es el personaje, nada más.

“Trump sólo dice cosas sin corazón, sin cerebro, estupideces,” publicó el diario Sun-Times en su editorial de casa. “Confunde la fama con los logros concretos. Confunde la riqueza personal con cuánto vale una persona. Confunde la exuberancia superficial con la belleza. Confunde los ataques personales con un debate inteligente. Confunde los prejuicios con la verdad”, remató ese diario.

La pregunta es, si todo el mundo sabe que Donald Trump es un idiota, muy rico, pero idiota al fin, ¿por qué seguimos hablando de él?

Porque el sujeto genera reacciones, mueve emociones y con ello arrastra la atención. Así los noticieros hablan de su última atrocidad como parte del repertorio en busca de la audiencia. Lo mismo aplica al resto de medios de comunicación tradicionales, los alternativos y las redes sociales.

Trump lanzó su precandidatura usando a México como piñata política porque sabía que no implicaba consecuencias electorales, al menos no inmediatas.

Recuerden, que los mexicanos en nuestro país no votan en la elección primaria republicana. Y los mexicanos que vivimos en Estados Unidos participamos en números muy bajos en los procesos electorales, especialmente en la elección primaria de un partido con el cual no se identifican la mayoría de los latinos.

Por su parte, la gente que asiste a los eventos de campaña de este señor no debe ser calificada en automático de racista o antimexicana. Quienes le prestan atención demuestran, como en la mayoría de las democracias, su hartazgo con la clase política tradicional. La misma frustración cívica que abre la puerta a los demagogos y populistas.

Pero lo que a mí realmente me molesta es la carencia de estatura moral que algunos medios en inglés han exhibido ante los dichos discriminatorios que Trump hizo sobre los mexicanos.

En una visita al Chicago Tribune, los periodistas no lo cuestionaron al respecto y mucho menos incluyeron el tema en el editorial publicado. Imperdonable falla para el diario más importante en una ciudad donde cerca del 20% de sus habitantes son de origen mexicano.

Otros medios como The Washington Post dicen que es un error no cubrir con seriedad al precandidato Trump, no porque pueda ganar sino porque es un factor en el proceso que decidirá a uno de los contendientes por la Casa Blanca.

Yo prefiero el ángulo tomado por el sitio de blogs Huffington Post al anunciar que la cobertura de la campaña Trump aparecerá en la sección de entretenimiento y no de política. Así lo explicaron: “La campaña de Trump es un circo. No morderemos el anzuelo. Si está interesado en saber lo que Donald tenga que decir, lo podrá encontrar al lado de nuestros reportes sobre los Kardashians”.

Touché, dicen en mi pueblo.

Periodista

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