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Desde 1917 los mexicanos hemos ido diseñando y construyendo un edificio que utiliza como materia prima las más altas aspiraciones democráticas y para el andamiaje, una fuerte normativa reconocida mundialmente; recientemente, incluso, hemos creado instituciones con autonomía para la vigilancia y respeto de la obra.
Los mexicanos y mexicanas, vivimos en ese edificio, pero debemos aceptar que muchos asuntos funcionan mal ahí: no existen los servicios prometidos, ni una administración que rinda cuentas de manera adecuada y además, se castiga al que trata de denunciar estos hechos. Y los habitantes sentimos aparentemente que rentamos el lugar, que podemos dejarlo caer en pedazos porque no nos pertenece. Nada más falso: el edificio es nuestro y exigir y comprometernos en mostrar su esplendor es tarea de todas y todos.
En ese sentido celebro el reciente lanzamiento que el INE ha hecho de la Estrategia Nacional de Cultura Cívica 2017-2023 (Enccívica), la cual, en términos simples, se trata de una política pública que busca atacar la debilidad en la creación de la cultura democrática nacional. No es algo nuevo como intención —el INE ha realizado ejercicios similares anteriormente—, pero quizá es novedoso en sus alcances e indicadores. No es para menos, este problema es un común denominador que enfrentamos las instituciones, la academia, las autoridades, la organizaciones sociales, para acabar pronto, la sociedad en su conjunto.
La cultura cívica debe presuponer la participación ciudadana y el ejercicio de los derechos. Para ello hace falta conciencia y corresponsabilidad, compromiso y voluntad, o para ponerlo en términos de lo que marca la propia Enccívica: verdad, diálogo y exigencia.
La formación de cultura cívica es apremiante. Ese edificio que hemos construido las y los mexicanos presenta ahora incluso grietas en sus cimientos. Para muchos en las generaciones jóvenes ni siquiera tiene sentido haber construido el edificio, ya que asemeja cada día más un laberinto de mentiras, engaños y represiones, que un lugar en donde habitar. A ellos tenemos que darles esperanzas fundadas, mostrarles que con los avances de la tecnología, las mediciones claras de resultados —como las que propone la Métrica de gobierno abierto que recientemente el Inai y el CIDE hicieron pública—, y el trabajo en red de las instituciones —como lo plantean el Sistema Nacional de Transparencia y el Sistema Nacional Anticorrupción—, pueden incidir en la esfera de lo público, señalar los males, exigir sus derechos, demandar la rendición de cuentas. En pocas palabras, que deben y pueden apropiarse de lo que es suyo por derecho, por las luchas pasadas de mexicanas y mexicanos, porque somos una democracia.
En nuestros días, para dar el mantenimiento necesario a la arquitectura normativa y operativa nacional, es un imperativo abatir la desconfianza, la corrupción y la impunidad. Una manera para lograrlo es a través de la accesibilidad de la información, su publicidad, la consecuente auditoría social y, muy pronto, esperamos así demostrarlo, con sanciones contundentes. Para ello, es necesario renovar dinámicas gubernamentales a través de la participación y configurar “nuevos paradigmas culturales”, como apuntó recientemente Lorenzo Córdova, congruentes con la democracia que se señala en el discurso nacional.
El camino no es sencillo ni corto, pero la buena noticia es que no debemos esperar a que nadie nos dé un banderazo de salida. Lo podemos comenzar hoy y transformar el mañana, ya no como una opción, sino como una necesidad y la única forma de hacer que el edificio que habitamos sea lo que aspiramos todos desde su construcción: el mejor lugar para vivir.
Comisionada presidente del Inai
@XimenaPuente