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La cadena CNN concluyó que, en sus primeros seis meses de gobierno, Donald Trump no logró la aprobación de ninguna legislación trascendente, pero en cambio tuiteó 991 veces y jugó golf 40 días. El saldo son promesas incumplidas, incompetencia, improvisaciones, mentiras demagógicas, burdos shows mediáticos, conflictos internos y externos, proliferación de enemigos, abusos de poder, nepotismo, pérdida de influencia y prestigio de EU, etc., etc. Explicablemente su índice de aprobación es el más bajo de la historia para un mandatario en esos primeros meses: 38%.
En la larga lista de egolatrías, irracionalidades, escándalos y conflictos de interés, destaca la escabrosa injerencia rusa en las elecciones del año pasado y la muy posible complicidad de Trump. Los desesperados esfuerzos de la Casa Blanca por sepultar el asunto han fracasado: como aparecen nuevos indicios y el propio imputado atiza el entuerto, el russiangate será inevitable.
Además de las evidencias mencionadas en nuestros artículos del 18 y 25 de mayo pasado, en ese mismo mes la prestigiada revista New Republic detalló los nexos que Trump forjó desde hace tres décadas con organizaciones criminales, la mafia y la oligarquía de Rusia, que se intensificaron con la desaparición de la Unión Soviética en 1991. Merced a esos nexos se lavaron grandes cantidades de dinero sucio invirtiéndolo en edificios, hoteles, campos de golf y casinos de Trump; lo que incluso salvó de la quiebra al inepto empresario. En julio, durante la reunión de G20 en Hamburgo, Trump sorprendentemente conversó con Vladimir Putin durante casi dos horas: posteriormente (ante el asombro de los dignatarios presentes) se fue a sentar junto al Zar al terminar la cena oficial, platicando una hora más con la sola presencia del intérprete ruso. Ningún líder de otra nación mucho más cercana a EU fue merecedor de la atención y adulación que recibió el dictador de un país rival y antagónico (¿?), al que Washington le ha impuesto sanciones de todo tipo y confiscado activos y propiedades. Como se sabe: en política la forma es fondo.
También en julio se reveló que su hijo mayor, el entonces jefe de campaña Paul Manafort (que renunció por ocultar que recibió millones de dólares de ucranianos pro-rusos) y su yerno Jared Kushner (quien es el que mayores contactos ha tenido con los rusos), se reunieron durante la contienda electoral en la Torre Trump de Nueva York con la abogada y lobista rusa Natalia Veselmeskaya, que ofreció proporcionarles información perjudicial sobre Hillary Clinton procedente del Kremlin. El propio Trump junior confirmó el encuentro, pero aclaró que la informante no proveyó nada relevante que pudiera utilizarse contra la candidata demócrata. Frustrado porque el perjudicial asunto no desaparece sino que se magnifica, Trump torpemente vociferó que no debió haber designado a Jeff Sessions (uno de sus más fieles colaboradores) como procurador general porque no asumió personalmente la investigación del embrollo ruso, sino que nombró al ex director del FBI Robert Muller como fiscal especial.
Recordemos que el magnate cesó al anterior director del FBI, James Comey, por estar investigando sus bizarros contactos con los rusos. Sessions hizo lo anterior para evitar un conflicto de intereses, ya que originalmente ocultó haberse reunido durante la campaña con el embajador de Rusia. Pero como también acaba de salir a la luz que en esos encuentros abordaron asuntos oficiales incluyendo la posibilidad de levantar las sanciones contra Moscú, no se descarta que el Procurador corra la misma suerte que el recientemente renunciado portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, y de otros altos funcionarios de la oficina presidencial. Anoche el equipo de Donald Trump ya evaluaba nombres de posibles reemplazos.
En virtud de que las comprometedoras relaciones entre Trump y los rusos son más que evidentes, ello irremediablemente lo conducirá a la renuncia forzada o “voluntaria.” A pesar de los serios peligros que dichos vínculos —o la información que Putin posea sobre los truculentos negocios del presidente o de su alocada vida privada— entrañan para la seguridad nacional, el Congreso dominado por los republicanos prefiere permanecer en su zona de confort, privilegiar sus intereses personales sobre los de la nación, y obviamente no sufrir las consecuencias de perder deshonrosamente la presidencia, aunque la esté ocupando un locuaz inexperto oportunista que no es uno de los suyos. Entre más tiempo pase y se acumulen más pruebas, la catástrofe política será mayor. El Watergate que provocó la renuncia de Richard Nixon fue por un escándalo de espionaje interno, pero como el russiangate se trata de la descarada injerencia de una potencia enemiga coludida con el ocupante de la Casa Blanca, el tsunami será mayúsculo.