Hace 30 años, en 1986, tomé esta imagen a las puertas de la Parroquia del Purísimo Corazón de María, en la colonia del Valle, de lo que todavía era el Distrito Federal.

Hoy, un Papa jesuita recorre México. Pero, ¿qué tiene este Papa que parece ser tan querido? ¿Su biografía? ¿Su discurso? ¿Su mirada? No. Creo que su fuerza radica en la disposición a escuchar y modernizar a su propia Iglesia.

El Papa no sólo habla con la palabra. Habla con signos y claros símbolos de empatía, que no son habituales en gente poderosa. Por ello, la gente empieza a quererlo.

Todos saben, que en lo personal, no tengo un Dios que oriente mis actos y que no soy especialmente creyente. Más bien dudo, observo, estudio y respeto toda espiritualidad a mi alrededor. Sin embargo, confieso que este Papa, en particular, me atrae al mismo tiempo que me intriga.

Cuando tomé esta foto hace tres décadas, rondaba los 18 años y estaba entrando en la universidad, tiempos de rebeldía y cuestionamientos generales me cobijaban. Por ello, cuando vi al niño postrado en la escalinata de ese templo, me impactó y lo congelé para siempre en el tiempo.

Me conmovía verlo dormido en plena calle, quizá a la espera de que se abrieran esas puertas y me intrigaba que se quedara en la de los pecadores y no en la que conducía al cielo. Me molestaba que las puertas estuvieran cerradas y siempre tengo en mi mente el destino de aquel niño.

Francisco es cercano a la gente, es un Papa que rompe paradigmas, que enfrenta con vigor temas espinosos. Francisco refresca el debate. Busca superar desconfianzas y se asume como peregrino y pecador.

Este es un Papa preocupado por la agenda social, la opción por los pobres y tiene la sabiduría de escuchar. No impone agenda pero tampoco permite que nadie le imponga una agenda local, como muchos quisieran.

Es por ello que coincido con la idea de que un Papa jesuita y latinoamericano es un milagro para una institución tan rígida como la Iglesia misma. Francisco tiene la mirada de quien se sabe finito y por ello empata con millones de otras miradas. Porque todos somos tan mortales como cualquiera y eso nos convierte en iguales. Construye comunidad.

Es a través de la sencillez y la misericordia con la que Francisco construye su propia narrativa. Su propio pontificado.

Esa es la diferencia. La mirada que nos hace iguales como personas. Cuando un viejo colega le preguntó al Papa en las primeras horas de su pontificando: ¿Cómo se sentía y quién creía que era ahora? El Papa Francisco le dijo: “soy un pecador”.

Y es aquí, cuando me detengo a ver esta foto de nuevo, pienso en ese niño, con la esperanza de que alguien lo haya escuchado y que por fin, alguien le haya abierto alguna de esas dos puertas.

Tw @MxUlysses

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