El concepto de México como Nación Transterritorial es novedoso, como la realidad de la cual se desprende. En principio, puede describirse por su distancia ante la manera tradicional de comprender a nuestra Nación: como un todo contenido por/en un espacio territorial. Lo tradicional es un concepto de Nación acotado por sus fronteras y éstas como límite absoluto: fuera de ahí se encontraría la no Nación, lo ajeno.

Desde esa perspectiva habitual, la Nación tiene una precisión alta, como su geografía: tan claro como hacer un mapa. Estaríamos ante una Nación fácil de comprender y que puede señalarse con el dedo. Pero hay un problema.

Esta manera de comprender a la Nación no trata bien a la migración internacional de los mexicanos: les piensa como simple traslado de personas, de individuos. Peor aún, piensa que estos migrantes, en alguna medida, dejaron de ser parte de la Nación porque ya no están en el territorio.

Los mexicanos en el extranjero —en Estados Unidos, en su abrumadora mayoría— fueron así estigmatizados, clasificados de distintas maneras... pero todas con un tono distante ante la Nación “original”. Desde la perspectiva de la Nación territorio, quienes migraron pasaron a otra clasificación social... pero no son “mexicanos, mexicanos”, no son “Nación, nación”. Surgieron así términos despectivos como pochos y similares. Más aún, porque fueron a radicar al país agresor del siglo XIX, el país que estimuló buena parte de nuestro nacionalismo.

De esta manera, el concepto tradicional de Nación ha tenido un efecto de división entre lo nuestro y lo que no es, entre quienes integran la Nación y quienes no. Dicho de otra manera: el concepto tradicional tiene el efecto de separarnos.

La Nación es el pueblo, el colectivo de las personas, no el espacio. La Nación es un concepto que necesita ser liberado de sus amarres territoriales y límites fronterizos. La Nación es un ejercicio social de identidad, incluyendo sus diversidades internas. Se define a sí misma por medio de la identidad, reconocida social y culturalmente. El territorio puede ser una circunstancia o condición variable, como muestra la historia de las naciones judía o gitana, entre las más conocidas.

Liberada del territorio, la Nación es capaz de reconocer a su pueblo y viceversa. Se produce la identidad nacional con abstracción de los espacios. Con el nuevo concepto, la migración internacional tiene la posibilidad legítima, necesaria, de seguir siendo parte de la Nación con independencia de sus coordenadas. Al igual, los hijos de esta migración y eventualmente los hijos de los hijos, conforme al marco jurídico o parámetros culturales aceptados socialmente.

Para México es de extraordinaria relevancia asumir la nueva composición de la Nación. Una vez liberados del criterio territorial, culturalmente debemos avanzar hacia la Nación Transterritorial: ya sucedió en la práctica. Es una realidad de trascendencia histórica la migración de mexicanos hacia Estados Unidos. Actualmente residen en aquél país casi 12 millones de personas nacidas en México; además, nacieron allá 11.5 millones hijos de éstos mexicanos, jurídicamente también mexicanos (y nacionales de Estados Unidos, al mismo tiempo).

Los números anteriores demuestran el enorme giro de nuestra sociedad y la nueva estructura del pueblo mexicano, nuestra Nación. Así como es diferente la cultura de Mérida, ante Hermosillo o frente a Zacatecas, pero a todas las reconocemos como partes de la cultura nacional, de igual manera ésta existe en Los Ángeles, en Nueva York o en Chicago. Son también expresiones y partes de nuestra Nación, surgidas de nuestro pueblo.

El gran desafío de la Nación mexicana en el siglo XXI no es Trump: es reconocerse a sí misma como una realidad transterritorial. Y no dividirse, menos oponerse. Habrá que trabajar más el significado de compartir desarrollo y futuro, basados en un horizonte que entrelaza a una Nación entre dos países.

El Colegio de la Frontera Norte.
tguillen@ colef.mx

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