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La percepción pública de que vivimos tiempos aciagos se profundiza. Todos parecemos atrapados en un círculo vicioso: las noticias alimentan las opiniones de que algo marcha mal, y éstas a su vez se vuelven el marco para interpretar con pesimismo y amargura una realidad extremadamente compleja. No sorprende entonces que casi tres cuartas partes de la población piensen que el país va por mal camino y miren el futuro con resquemor.
Sin duda existen razones de coyuntura que permiten explicar este malestar. Pero creo que encerrarnos en el presente limita nuestro entendimiento de lo que sucede. Necesitamos puntos de observación más amplios, temporal y geográficamente, que permitan una mirada más amplia y con ella una comprensión diferente del momento actual. Existen numerosos asideros para este ejercicio. Retomo uno que me parece especialmente relevante: la confianza.
La confianza es el cemento de las sociedades. Cuando las personas tienen una seguridad razonable sobre la conducta de sus semejantes y creen en las instituciones se generan incentivos importantes para que orienten su comportamiento conforme a las reglas. En buena medida la ciudadanía en el más amplio de los sentidos no es sólo una cualidad individual sino que “depende de una condición relacional surgida a partir del contacto con los otros” (IFE, Informe País sobre la calidad de la ciudadanía en México, 2014).
Los datos que existen muestran un grave deterioro de la confianza entre los mexicanos. Diferentes encuestas (ENCUP, INE) muestran que el 70% de las personas declara que no se puede confiar en los demás. Estos niveles permiten explicar en parte por qué no logramos avanzar en la construcción de un entorno propio del Estado de derecho. Las sociedades que son paradigma de éste muestran niveles de confianza significativamente más altos, y el promedio para los países de la OCDE es de 59 % (OECD, “Trust” en Society at a Glance 2011).
Existen otros tipos de confianza. Me refiero en particular a aquella que se refiere a las conexiones de los ciudadanos con las personas o instituciones que actúan como representantes o intermediarios políticos, es decir los partidos políticos. El lector supondrá —con razón— que la confianza de los mexicanos en sus partidos es extraordinariamente baja. Pero a diferencia de la confianza interpersonal, México no es una excepción. En todas las democracias occidentales existe una condición similar. El Eurobarómetro (2010) muestra que sólo un 15 % de los europeos confía en sus partidos políticos.
Importa destacar este hecho porque lo que estamos experimentado es una modificación muy profunda de las formas de representación política que pone en jaque las instituciones tradicionales a partir de las cuales se construyó el entramado democrático moderno. Existen varios factores que pueden explicar este fenómeno, uno especialmente significativo es el impacto que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que están reconfigurando los valores y las formas de participación política, que son al mismo tiempo más locales pero que se interconectan en redes globales. Ejemplos de ello son el Partido de la Red en Argentina, el Partido Pirata Sueco, Podemos en España y de manera más modesta en México, Wikipolítica.
La “crisis” del México de hoy tiene razones mediatas. Pero también es el resultado de cambios mucho más amplios y profundos. Vivimos un tiempo histórico excepcional que está reconfigurando las relaciones sociales y políticas con consecuencias que apenas sospechamos. Así, no se trata sólo de recomponer un rompecabezas para regresar a su forma original, sino de entender que quizá aquello que fue ya no será igual.
Profesor investigador del CIDE