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El Senado eligió nueva y nuevo ministros. Enhorabuena. Con estas designaciones se completa además un ciclo que duró veinte años. Todos los ministros que integraron la Suprema Corte, luego de la reforma de 1994, cumplieron ya sus periodos. Hoy tenemos un tribunal constitucional renovado en su totalidad.
El proceso de selección que recién concluyó dejó a muchos un sabor amargo que no comparto. Como argumentaré adelante, necesitamos un cambio de fondo en el proceso de selección de ministros. Pero también es importante valorar lo que hemos ganado a la largo de las últimas décadas.
Todavía hace pocos años, el proceso de cambio en la Corte apenas suscitaba el interés público. Algunas notas perdidas en los periódicos daban cuenta de las designaciones que pasaba mayormente en la penumbra de los pasillos del Senado: las comparecencias eran privadas, los candidatos pujaban en secreto por obtener los votos de los senadores y el “debate” previo a la votación era mera retórica.
Desde entonces mucho ha cambiado. La elección de ministros es noticia y se dedica mucha tinta a las especulaciones sobre los candidatos. La academia y la sociedad civil se pronuncian, generan corrientes de opinión y hasta juicios sumarios.
Para integrar las ternas, el presidente Peña recabó diversos puntos de vista, escuchó argumentos y optó con sensibilidad por perfiles predominantemente técnicos, sin carrera política, que incluyeron a tres mujeres. El Senado también hizo su parte y mejoró el procedimiento de designación. Los candidatos tuvieron que presentar un conjunto de ensayos cuya elaboración habría puesto en aprietos a juristas avezados (desde los retos de la justicia constitucional hasta opiniones sobre tesis relevantes de la Corte). Las comparecencias fueron públicas y acuciosas. En suma, tuvimos un escrutinio que fue más allá de las formas y entró en materia.
Resulta obvio decirlo, pero todo esto mostró la muy diversa calidad de las y los candidatos (y la raquítica cultura constitucional de algunos Senadores). Para evaluar su conocimiento, juicio y calidad de argumentación bastaba revisar en la página del Senado los documentos que presentaron, tarea que muy pocos completaron. En mi opinión, los presentados por el hoy ministro Laynez son lo que muestran mayor alcance y sentido crítico.
Por diseño constitucional, los ministros de la Suprema Corte tienen el poder de configurar el rostro del país. Por eso importan la manera y las razones por las que son seleccionados. El procedimiento vigente, ternas con posibilidad de una decisión unilateral del presidente en caso de doble rechazo, resulta disfuncional en el entorno plural y diverso que tenemos. Primero, porque mantiene la ilusión que existen candidatos “químicamente puros” en los que las preferencias políticas e ideológicas no importan. Segundo, porque oculta que la elección de los ministros es al final del día una decisión política en la que el presidente tiene un papel privilegiado. Tercero, porque aunque ha mejorado mucho, el procedimiento de escrutinio del Senado puede parecer una farsa cuando los candidatos tienen calidades desiguales.
Creo que el nuevo diseño puede moldearse sobre bases más claras. Facultar al presidente para presentar razonadamente a un candidato(a) quien deberá ser ratificado por mayoría calificada del Senado luego de un escrutinio público y riguroso respecto de su elegibilidad y competencias. El sistema no admitiría en ningún caso una decisión unilateral del presidente. Ello nos daría mejores resultados, obligaría a quienes toman las decisiones a argumentar sus razones y evitaría las ficciones que encubren las ternas. Elegir a un juez constitucional es, en serio, una decisión de Estado.
Profesor investigador del CIDE