Todos viajamos en el mismo buque. Pero no todos sabemos cuál es la ruta. Peor aún, el mar está picado y en el horizonte hay nubes que anuncian tormenta. Los ánimos están crispados, hay pocas brújulas y abundan las ideas sueltas que, sin rigor, ofrecen soluciones mágicas. Tendremos que enfrentar dilemas graves cuando en unas semanas se presente un proyecto de presupuesto que sabemos tendrá recortes importantes. El riesgo de perder el rumbo en medio de las pequeñas disputas por lo inmediato nos debería obligar a mirar el horizonte para concentrarnos en aquello que realmente importa.

Una mirada atenta al presente muestra rápidamente dónde están algunos de los principales retos de la nación: una educación que requiere renovarse profundamente (más allá de la evaluación) para generar un economía basada en el conocimiento; un sistema de salud universal orientado a la prevención y capaz de enfrentar las nuevas epidemias (obesidad, diabetes) y el impacto del cambio demográfico (vejez); un entorno que favorezca la innovación y la creación de empresas con salarios ligados a la productividad; finalmente generar las condiciones básicas de seguridad y acceso a una justicia eficiente e imparcial. Cada una de estas dimensiones, y otras que omito, representan retos enormes y requieren de políticas públicas bien diseñadas, mejor implementadas, periódicamente evaluadas, sostenidas y sustentables en el tiempo. Y todo esto requiere ingentes recursos económicos.

Pero arrastramos un lastre mayor que nos detiene y avergüenza. Los datos recientes de Inegi y Coneval muestran que el desafío principal que debemos enfrentar es vencer la desigualdad y la pobreza que no hemos sido capaces de abatir luego de muchos años de políticas sociales y miles de millones de pesos gastados. “Retrato de un país desfigurado”, reciente documento del Instituto de Estudios para la Transición Democrática que analiza y pone en perspectiva los datos sobre estos problemas (www.ietd.org.mx) lo resume crudamente como sigue: “No hay democracia que resista un empobrecimiento sistemático, soportado ya por toda una generación. Buena parte del ánimo social contra las instituciones, los partidos, lo público y la vida democrática misma proviene de esa reverberación social, de esa contrastación sorda de una riqueza insensible y arrogante frente a una pobreza sin salida, vengativa y, no pocas veces, también violenta.”

El problema reside en que ninguno de los temas que señalamos parece estar en la agenda pública. No lo estuvo en las recientes campañas políticas, ni lo está en los programas de los partidos, la agenda del Congreso (que por cierto está cargada de otros temas extraordinariamente complejos), ni en las prioridades de la gran mayoría de los gobiernos estatales.

La inminente discusión sobre el presupuesto de egresos en una coyuntura económica compleja y poco alentadora abre una oportunidad de diálogo que ojalá sea incluyente y sin prejuicios. Argumentativamente, el presupuesto base cero es una metodología que racionaliza el gasto, pero reconozcamos que no tuvimos el tiempo ni las condiciones para hacerlo con rigor y profundidad. Necesitamos acabar sin ambigüedad con los muchos programas presupuestales que responden a intereses políticos clientelares para poder priorizar y mejorar sustantivamente el gasto social, en educación, en inversión productiva y en infraestructura. Tenemos que atrevernos a encontrar mecanismos que permitan obtener crecimiento y la equidad (ecuación compleja pero posible) en un entorno que permita una auténtica rendición de cuentas.

Tenemos un barco cargado de esperanzas frustradas que gira sobre su propio eje. En esa nave vamos todos, y más vale que seamos capaces de corregir en serio el rumbo.

Director del CIDE

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