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Las semanas pasadas hablé sobre el libro más reciente del periodista argentino radicado en Estados Unidos Andrés Oppenheimer, que lleva por título Crecer o Morir, que explica el insuficiente desarrollo de los países latinoamericanos repitiendo lo que dijo una escuela de pensamiento que considera a la cultura como responsable de los obstáculos para el desarrollo de nuestros países. Y expliqué a grandes rasgos en qué consiste ese pensamiento.
Ahora quiero hablar de la propuesta del autor para solucionar dicho retraso.
Según Oppenheimer la innovación es la clave. Para él ese es el camino, no sólo el mejor, sino el único.
Esto tampoco es original, es algo que han dicho muchos, como se puede ver en discursos empresariales, en foros académicos y en libros muy conocidos de Malcolm Gladwell y Walter Isaacson en Estados Unidos y de Frederic Martel en Francia, por sólo mencionar algunos.
Oppenhemer construye su propuesta de manera idéntica a la de estos autores: visita universidades y sitios en los que hay innovación tecnológica y entrevista a aquellos que se han convertido en riquísimos y exitosísimos. La admiración es total y su conclusión es la misma que la de ellos: “Hay que venerar a los innovadores”.
El resultado de la combinación de las dos escuelas de pensamiento que sigue el autor, la de los culturalistas y la de los que veneran la innovación, es la siguiente: la afirmación de que aunque la innovación sea el camino, eso no se puede conseguir en America Latina porque no se tiene un aparato mental que lo permita.
Y a partir de esta conclusión, viene el regaño: es necesario que cambiemos. Como si fuera por decreto, el autor nos ordena tirar por la borda lo que somos (sin tomar en cuenta que eso es producto de nuestra historia y condición particular) y volvernos como él (y aquellos a quienes sigue) consideran que debemos ser.
Su ejemplo es terrorífico: profesa admiración a los chinos que “prefieren formar ingenieros y técnicos que científicos sociales y humanistas” y se burla de que en Argentina haya mas sicólogos que ingenieros. Es como si olvidara que la tecnología sirve de poco sin la guía de las ciencias sociales, pues la innovación tiene que ir hacia algún lado, que no sea nada más la riqueza material. Como si una sociedad pudiera desarrollarse sin filosofía, sin arte.
¿A qué hora se hizo estadounidense en su modo de ver el mundo y en su pensamiento este periodista al que durante tantos años los latinoamericanos hemos seguido con admiración?
Porque es un hecho que lo que propone, el modo como lo propone y el convencimiento que tiene de que el camino que señala no sólo es el correcto, sino el único, es algo que se corresponde exactamente con lo que nos han hecho siempre los países desarrollados, que un día aseguran que debemos ir por acá y otro por allá (llámese sustitución de importaciones, apertura total, austeridad, o lo que sea que se les ocurra) y en cada ocasión afirman que esa es la vía correcta, sin tomar en cuenta si ella tiene que ver con nuestra historia y cultura, con nuestras posibilidades reales y con nuestras necesidades.
Pero por lo visto, es la tendencia. Uno de quienes recomiendan el libro dice que: “Leer un libro como este es un bálsamo. Sacude nuestro provincialismo sin desanimarnos”. Se trata nada menos que del ex presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso, uno de los creadores de la teoría de la dependencia que se opuso radicalmente a las teorías culturalistas. Las vueltas que da la vida.
Agradezco a los lectores que me hayan seguido en los tres artículos que dediqué a este tema. Lo hice porque lo que se pone sobre la mesa tiene que ver con la manera como se están interpretando las cosas y redunda en las decisiones y políticas públicas, desde las relativas a la educación hasta las que tienen que ver con la seguridad.
Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com