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En México armamos un escándalo cuando Enrique Peña Nieto fue a la Feria del Libro de Guadalajara y evidenció que la lectura no es su fuerte. Hasta el día de hoy siguen las críticas y bromas al respecto.
Sin embargo, en España, la reina Letizia se permite dar un discurso en la inauguración de la reunión de los centros del Instituto Cervantes, en el que les agradece “por dotar de vigor a la lengua española”. Y nadie se burla de semejante barbaridad.
Porque si bien esos centros son importantes para difundir la cultura, nada, absolutamente nada tienen que ver con el vigor de la lengua española, como tampoco tienen nada que ver con dicho vigor la Academia de la Lengua.
El vigor del español está en su uso diario por más de quinientos millones de hablantes. Cada ley que se promulga, cada poema que se escribe, cada transacción comercial, declaración de amor, partido de futbol, clase en una escuela, texto en un periódico, anuncio en la televisión, cada amenaza que se profiere y cada pleito que sucede son en los que día a día renace y se vigoriza el español. Porque es allí donde vive la lengua, en las personas que la usan en cualquier rincón de Argentina, de México, de Perú, de Chile, de Colombia, del sur de Estados Unidos.
Por eso es distinto el español de cada región, de cada generación: porque está vivo, porque cambia minuto a minuto, porque se va creando en su uso diario, en su relación con las necesidades de la comunicación y en su mezcla con el entorno: los chicanos lo revuelven con el inglés y los paraguayos con el guaraní y los inmigrantes de otros países con sus lenguas originales y todos con la cultura norteamericana que bebemos a través de la tecnología.
Por eso cuando un mexicano le dice a alguien en un avión ¿Lo molesto con una almohada? El otro le responde ¿Por qué me quiere molestar con una almohada? ¿Yo qué le hice? O cuando decimos lo espero en la casa de usted es difícil entender que alguien te invite a tu propia casa.
Así que con su discurso que suena muy correcto, la reina está evidenciando ignorancia.
Y no es por supuesto la única. Hace poco el célebre novelista Javier Marías escribió que “una de las mayores locuras del sistema educativo español ha sido la implantación de la enseñanza bilingüe”. Semejante barbaridad la sustentaba en que según él, los maestros que enseñan esa lengua no la conocen bien y la pronuncian mal.
Así le respondieron dos maestras: la que dijo ser docente desde hace más de 30 años afirmó que “una de las respuestas educativas más fructíferas que he tenido la oportunidad de vivir ha sido, sin duda, la enseñanza bilingüe”. Y agregó: no conozco caso alguno de esos profesores de que habla Marías, en cambio sí veo cómo las familias se sienten muy satisfechas porque sus hijos van consiguiendo hacer suya una lengua distinta y van siendo capaces de realizar intercambios con chavales de otros países y enriqueciéndose con otras culturas. La otra fue en el mismo sentido al decirle al escritor que debería escuchar cómo los alumnos de centros públicos y zonas muy pobres manejan la lengua inglesa y lo mucho que eso significa para sus vidas futuras.
A lo que voy es a lo siguiente: si en México nos burlamos despiadadamente de un político porque ni idea tiene de la literatura, ¿por qué tenemos que aceptar lo que dicen personas que no tienen idea de lo que hablan, sólo porque tienen título de rey o de escritor?
Habría que “oponerse radicalmente a ese etnocentrismo de sabios que pretenden saber la verdad de la gente mejor que esa misma gente y hacer su felicidad a pesar de ellos” dijo alguna vez el sociólogo Pierre Bourdieu y agregó: “Habría que tener el coraje de decir que no a todo eso”.
Ese coraje lo tuvieron las maestras que le contestaron a Marías. Pero que yo sepa, nadie lo ha tenido para poner en su lugar a la reina Letizia, algo que en México ya sin duda habríamos hecho.
Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com