Hace algunas semanas la embajadora de Estados Unidos en México, publicó un artículo en un diario de circulación nacional en el que se refiere a los asesinatos de periodistas en nuestra nación. Allí asegura que el país se ha convertido en “el lugar más peligroso en el hemisferio para ejercer el periodismo y el tercero en el mundo, sólo rebasado por Siria y Afganistán”.

Después de echarle algunas flores a la sociedad mexicana actual, para cumplir con el expediente como corresponde a un diplomático, dice lo siguiente: “Sin embargo, percibo también un silencio atemorizado; un silencio que crece. Existen zonas de silencio. Zonas de la República en las que los medios no pueden ejercer un periodismo real. Tierra de nadie donde todo puede pasar. Mientras se amplíen las zonas del silencio, también se expande la autocensura. La impunidad empodera al crimen. De acuerdo con organizaciones dedicadas a la protección y a la defensa de los periodistas, el porcentaje de crímenes contra reporteros que se castigan con una sentencia es de 0.25 por ciento. Y envalentonados con este grado de impunidad, los criminales y los agresores sienten que pueden continuar silenciando a periodistas. La impunidad empodera a la censura, expande el silencio”.

Más allá de que la señora Roberta Jacobson tiene razón, el hecho de que lo diga y lo escriba presenta un problema: ¿Puede ella opinar sobre el país en el que está como representante de un gobierno extranjero?

Porque lo que dice es muy serio: acusa a las autoridades mexicanas de no ser capaces de cumplir con su cometido de darle seguridad a los ciudadanos y en particular a los periodistas, y de no ser capaces de hacer justicia. Y si bien de nuevo estamos de acuerdo con eso, la pregunta es: ¿Puede un representante oficial del gobierno de otro país venirle a decir eso al gobierno de México? ¿No es eso “injerencismo”, para usar la palabra de moda?

Yo recuerdo que hace algunos años al embajador de México en Costa Rica lo echaron de ese país por opinar sobre cómo lo veía. Y recuerdo que, hace apenas algunas semanas, al senador John McCain se le fueron encima la Cancillería y un montón de articulistas, por decir que México le preocupaba porque podría resultar electo como próximo presidente un izquierdista. Pero a ella, nadie le dijo ni pío.

La señora Jacobson ha estado hablando en diversos foros, sobre cuestiones que tienen que ver con la relación bilateral, y eso es perfectamente lógico y correcto, pues es su misión. Pero, solo se ha referido a uno de los que llama “desafíos compartidos”, que es el narcotráfico y la violencia que genera en ambos lados de la frontera, y convenientemente ha dejado fuera otros que no son tan fáciles de convocar el acuerdo (pues, ¿quién no quiere combatir al narco y terminar con la violencia?), como son la venta de armas de ese país hacia México, la política de deportaciones, la construcción del muro, el TLC, por mencionar sólo algunos. Y en cambio, en el artículo citado, se mete de lleno contra el gobierno mexicano, al que acusa nada menos que de incapaz.

Que nadie haya reaccionado contra eso ratifica mi idea de que aquí tenemos un doble rasero para medir: a la OEA se la acusa de ingerencia en los asuntos de Venezuela, pero no se acusa de lo mismo a la CIDH cuando viene aquí a acusar al gobierno de México; a un senador se lo regaña por opinar sobre el posible próximo presidente de México, pero aquí no hubo un solo articulista que no opinara sobre el proceso electoral en EU y sobre sus candidatos. Entonces, ¿en qué quedamos?

Parece evidente que el doble rasero es por esto: los que gritan enojados es porque les dicen lo que no quieren escuchar y los que callan complacientes es porque les dicen lo que les conviene.

Pero sobre todo, la verdadera medida está en otra parte: aquí lo que gusta es que se le pegue duro al gobierno, venga de donde venga y de quien venga.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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