Soy una ciudadana con memoria y sé, porque ya lo he vivido, que la decisión de incrementar el precio de la gasolina va a repercutir en los precios de todos los productos y servicios aunque los políticos digan que eso no va a pasar.

Más todavía, el modo como se va a incrementar a diario el combustible anuncia no solamente inflación, sino hiperinflación. Aunque nos digan que va a ser de 5% para mediados del año, eso no puede ser cierto, porque ni los repartidores de huevo, pan y leche ni los dueños del transporte público van a absorber el nuevo precio. La cadena de aumentos será imparable.

En Argentina aumentó el precio de la gasolina 8% y el cálculo de la inflación apunta a 40%.

Argentina es el modelo de lo que no queremos ser. Hubo momentos en que los precios de los productos variaban varias veces al día, había control de cambios y de la cantidad de efectivo que se podía sacar del banco y los contratos se firmaban anunciando que la cotización del dólar que se tomaba era la que había a tal hora del día según tal medio de comunicación.

¿Por qué suponer que no vamos a llegar a lo mismo?

Mi memoria regresa al sexenio Lopezportillista, con la devaluación del peso y el caos financiero. Al robo de los ahorros de quienes tenían cuentas bancarias en dólares y a los que se los convirtieron en los llamados mexdólares que pagaban menos de la mitad del valor de la divisa en el mercado negro. Al desabasto de productos como harina, aceite, frijol, arroz, azúcar y leche, porque los acaparadores los escondían y especulaban con ellos.

De la Madrid hizo esfuerzos para estabilizar la economía en ruinas que dejó su antecesor. Reducir la inflación fue uno de sus primeros objetivos, para parar la caída del salario que era “del orden de 40% real” según afirmó Héctor Aguilar Camín. Y es que la inflación de tres dígitos a la que llegamos se comía todo.

En el gobierno de Zedillo la devaluación empezó siendo de 50% y a los tres meses había llegado casi a 100%. Solicitó un préstamo de 40 mil millones de dólares a Estados Unidos que el Congreso de ese país le negó, pero el presidente Clinton consiguió los recursos, aunque eso llegó acompañado de un programa duro del Fondo Monetario Internacional, que exigió reducción del gasto público, elevación del IVA y restricciones al crédito. Pero aún así, año y medio más tarde, se habían perdido dos millones de empleos, los bancos tenían problemas porque las personas no podían pagar los créditos que habían sacado a tasas artificialmente bajas y con un peso sobrevaluado, y la inversión, el Producto Interno Bruto y el consumo habían caído estrepitosamente. De nuevo, los esfuerzos se tuvieron que concentrar en controlar la inflación para reactivar el mercado interno. Y eso que se consiguió con tanta dificultad ha sido lo que nos ha dado estabilidad durante casi dos décadas.

¿Por qué entonces volver a iniciar el ciclo de la locura inflacionaria?

La justificación es que ya no pueden seguir subsidiando, pues hacerlo implicaría tener que hacer severos recortes en educación, salud, infraestructura. Y prefieren eso que endeudarse o subir los impuestos. Pero Carlos Ramírez escribió: “El verdadero dilema fiscal es crecer para recaudar o recaudar sin crecimiento. El primer camino implicaría la decisión política de reducir impuestos para aumentar la demanda, estimular la oferta y crecer la recaudación por mayor actividad económica, mientras que el segundo camino se agota en cobrar más impuestos quitándoselos a la demanda y la oferta sólo para tapar hoyos presupuestales y no para estimular la economía”.

Evidentemente este último es el camino que una vez más escogen nuestros funcionarios, a pesar de que ha demostrado una y otra vez fracasar en México y en otros países. Para salir del hoyo hay que estimular la economía, hacer que las personas puedan comprar, y ellos están haciendo exactamente lo contrario.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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