En mayo del año pasado, una periodista inglesa escribió horrorizada que si en Estados Unidos ganaba Donald Trump, “una mujer de plástico” ocuparía el mismo sitio que ocuparon Eleanor Roosevelt o las abogadas Hillary Clinton y Michelle Obama.
Evidentemente Rachel Johnson no parece entender que para ser primera dama, hoy lo importante no es ser alguien preocupado por atender problemas, sino exactamente al contrario, alguien sin agenda ni opiniones propias, que no habla casi nunca y si lo hace no dice nada importante, y además, que es joven y bonita.
Y esto por una razón muy simple: las sociedades son tan mojigatas como siempre, pero antes, los presidentes tenían una esposa que cumplía los deberes oficiales y una amante que hacía su felicidad personal. Y aunque todos lo sabían, hacían como que no, cosa imposible en nuestra época de redes sociales.
El marido de Eleanor Roosevelt hasta se fue a morir en brazos de la amante y John F. Kennedy, con todo y Jackie, anduvo, entre otras, con Marilyn Monroe.
En México, Miguel Alemán dejaba en casa a Beatriz Velasco y se iba con sus amigas y Adolfo López Mateos recibía a las visitas oficiales con Eva Sámano, pero hacía de las suyas y hasta terminó por casarse con una joven que boteaba para la Cruz Roja en una esquina de la Ciudad de México.
El ex presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, fue abandonado por su segunda esposa apenas llegar al Elíseo porque no le gustaba el papel que le tocaba desempeñar, pero a los pocos días ya se había liado con una modelo y cantante célebre. Y el hoy presidente de ese país, Francois Hollande, primero abandonó a la madre de sus hijos por una periodista y a ésta, cuando ya era primera dama, la engañó con una joven actriz. Hasta Danielle Mitterand aguantó a un marido, que tuvo otra familia.
Vladimir Putin se divorció de su esposa de treinta años y se metió con una gimnasta olímpica de la mitad de su edad, que está en el parlamento y podría ocupar los zapatos de Raisa Gorbachov.
El hombre que sustituyó a Dilma Rouseff en la presidencia de Brasil está casado con una modelo cuarenta y tres años mas joven que él y ella ocupa el lugar de Ruth Cardoso. Y podría seguir con los ejemplos: Fidel Castro en Cuba, un ex presidente hondureño, el dictador de Corea del Norte y etcétera.
Entre nosotros, quien ocupa el lugar de las creadoras del Instituto Nacional de Protección a la Infancia y el DIF— de mujeres que como las señoras López Mateos, Esther Zuno de Echeverría, Paloma Cordero de De la Madrid y Cecilia Occelli de Salinas hicieron su trabajo en la protección a la infancia y a las mujeres— es una actriz de telenovela muy bonita, pero que como primera dama no ha hecho absolutamente nada.
Y es que hoy la juventud y la belleza de la esposa del gobernante triunfa por sobre cualquier otro valor. Lo que se espera de ellas no es un trabajo social a favor de los desfavorecidos de su país, sino uno de muñecas que luzcan bien como acompañantes.
Tengo más de veinte años estudiando a las primeras damas y veo ahora el predominio de esta tendencia, que es completamente al contraria de lo que se estiló en el siglo XX, cuando se acostumbraba que hicieran labor social, lo cual sucedió en todas partes: desde las esposas de nuestros presidentes después de la Revolución, hasta la esposa del presidente de Egipto en tiempos de Anwar el-Sadat.
¿Vamos patrás o pa’lante?
La respuesta depende de a quién se le pregunte. Muchos creen que es mejor que las esposas no se metan, otros piensan (yo entre ellos), que el lugar que tienen tan cerca del poder podría aprovecharse para hacer algo útil para la sociedad.
Lo importante sin embargo, es que esta tendencia se extiende a los mandatarios, y hoy es menos importante ofrecer un programa de gobierno, que ser carismático y atraer el interés de los medios y las multitudes. Y eso, es más peligroso que el papel desdibujado de una primera dama.
Escritora e investigadora en la UNAM.
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