El escritor Juan Villoro cuenta que subiendo a un avión, escuchó a un niño preguntarle a su padre por qué había una mujer en la cabina de pilotos. No te preocupes, le respondió el progenitor, es la ayudante del capitán. La mujer era nada menos que la copiloto de un avión que cruzaría el Océano Atlántico, algo que muchos no quieren aceptar y prefieren pensar que las mujeres están allí para servir el café. En días pasados, varios pasajeros se bajaron de un avión de una compañía norteamericana, aduciendo que no querían volar porque piloto y copiloto eran mujeres.

Mujer es quien dirigió la empresa Hewlett Packard, una importante compañía que produce computadoras y que recientemente quiso competir por la candidatura del partido republicano a la presidencia de Estados Unidos. Mujer es quien acaba de ser nombrada directora de la academia militar de West Point, la mas prestigiosa de Estados Unidos, donde aprenden a ser soldados la élite de la élite. Ella es veterana de las guerras de Irak y Afganistán.

Ninguna de ellas, que yo sepa, llegó a ser piloto aviador o directora porque existan cuotas. Llegaron por su talento, esfuerzo y capacidad. Como sucedió en Chile con Michelle Bachelet y en Alemania con Angela Merkel y antes de ellas, con Margaret Tatcher, Golda Meir o Indira Gandhi. Podemos dudar de si lo han hecho bien, pero es la misma duda que podríamos tener con un hombre que hubiera llegado a ese cargo.

Como en todo en la vida, hay personas más y menos capaces, que hacen mejor o peor su trabajo, que son o no corruptas, y eso no tiene que ver con ser hombre o mujer. Que lo digan aquí nuestras lideresas de los ambulantes, que se pueden medir perfectamente con los líderes hombres de los sindicatos corporativos.

Todo esto viene a cuento, porque el presidente Peña Nieto se ha empeñado desde hace rato en hacer realidad la igualdad de las mujeres (sobre lo que tenemos una ley desde hace 10 años y un Instituto encargado de promoverla), y uno de los mecanismos que ha usado para conseguirlo ha sido imponer, en el ámbito de su competencia, las cuotas. La llamada Ley de Paridad de Género llevó en las elecciones más recientes a 223 mujeres a ser elegidas como presidentas municipales o diputadas.

Este modo de obligar a la igualdad significa que así como seguramente hay algunas maravillosas, hay otras incapaces que están allí solo por ser mujeres y no por capacidad o interés en el cargo.

Hace unos días el Presidente volvió sobre el tema, hablando de la necesidad de hacer efectivas oportunidades de trabajo y acciones afirmativas para la inclusión y contra la discriminación y la violencia, “para revertir las condiciones de desventaja histórica de las niñas y mujeres de México”.

No es fácil cambiar una historia y una cultura de siglos. El escritor Carlos Fuentes en su Canon de novelistas latinoamericanos imprescindibles del siglo XX y en sus Apuestas para el siglo XXI, no menciona a una sola mujer, y eso que estamos hablando de uno de los intelectuales más reconocidos, que simplemente “olvidó” la existencia de Elena Poniatowska, Clarice Lispector, Elvira Orphée, Maria Luisa Bombal, por sólo mencionar algunas escritoras enormes.

Por eso, quienes hacen la lucha por estos cambios tienen que acudir a la creación de leyes y decretos para lograrlos, aunque el resultado no siempre sea el mejor, como en el caso de las cuotas para cargos de poder. Pero como bien afirmó Rebeca Grynspan, secretaria general de la Secretaría General Iberoamericana, aunque estas leyes no resuelven la desigualdad, la discriminación y la violencia contra las mujeres, son absolutamente necesarias para empezar los cambios, pues sin ellas no se puede hacer nada. En esta paradoja estamos.

Una en la que es tan estúpido que un pasajero se baje de un avión porque lo maneja una mujer como que se elija para un cargo a alguien por ser mujer.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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