La semana pasada hablé en este espacio sobre lo que significan las remesas para las familias: simple y sencillamente son su salvación.

Un lector me escribió preguntándome qué va a pasar el día en que los trabajadores las dejen de mandar. Me parece que, por la forma como funcionan las familias en los países pobres, ese no es por ahora un riesgo. El verdadero riesgo está en que esas remesas dejen de existir.

Y es que están sucediendo cosas muy graves. Por ejemplo, con la caída de los precios del petróleo, países importadores de trabajadores como Arabia Saudita, han entrado en crisis económica y no les pagan a los trabajadores. Desde hace meses, no reciben sus salarios “unos diez millones de personas, principalmente del sur y sureste de Asia y de otras regiones del Oriente Medio, que trabajan en empleos de paga muy baja que los sauditas no quieren hacer, como construcción y servicio doméstico”, escribe un estudioso.

La situación ha llegado a niveles tan graves, que el gobierno filipino ha enviado a un alto ministro para negociar con los sauditas, algo increíble ya que, como dije, ese gobierno (ni ninguno) apoya a sus ciudadanos para que no tengan que irse a buscar empleo a otra parte.

Por eso cuando un lector me preguntó: “Si de ese calibre son las remesas que mandan a sus familias, ¿qué beneficios les dan a ellos los gobiernos?, la respuesta es: ninguno. Al contrario, hacen lo mismo con sus propios ciudadanos.

Por ejemplo, China. Después de dos décadas de crecimiento sostenido, la economía se ha detenido, cierran fábricas y negocios, otros dejan de pagar los salarios, y el propio gobierno ha decidido cortar a la mitad los sueldos de los trabajadores de las empresas estatales de minería, acero y carbón, dejando en pie los turnos de diez horas. Y quien protesta es multado o encarcelado. Todas las huelgas y protestas se declaran ilegales.

Dicho de otro modo: que en todas partes, lo primero que hacen los políticos y los empresarios cuando hay problemas económicos es dejar de pagar a los trabajadores, que son los más pobres.

En México lo vemos a cada rato: se dejan de pagar salarios y aguinaldos a maestros, burócratas, jubilados, trabajadores del gobierno y policías, así como a proveedores de servicios y productos. Hay suspensiones de pagos que duran meses, porque ya va a terminar este gobierno o porque acaba de empezar, porque los políticos están en campaña o porque por estar en campaña se quedaron sin dinero, porque viene el Papa de visita o porque hubo vacaciones. Total que con un pretexto o con otro, se hacen estas cosas que generan cadenas infinitas de problemas por todas las personas que dependen de esos pagos para vivir y para seguir produciendo.

Hace unos meses escribí aquí en EL UNIVERSAL cómo en un excelente estudio sobre la delincuencia y la violencia que hubo en la Rusia postsoviética, la socióloga Svetlana Stephenson demostró que una de las motivaciones fundamentales para el surgimiento de ambas, fue el hecho de que desde el inicio de la crisis que llevaría a la caída del régimen, los trabajadores muchas veces no recibían sus salarios ni los proveedores sus pagos por servicios o productos, por lo que tuvieron que buscar alternativas para ganar dinero para ellos y sus familias. Pero esas alternativas no estuvieron dentro de la legalidad ni fueron tranquilas.

Sin embargo, a los empresarios eso no les importa. Y a los gobernantes no les gusta mirar a la historia y aprender de ella. Repiten estrategias que ya han mostrado ser fallidas. No hay un solo caso en la historia en el cual este tipo de acciones no hayan llevado a la desestabilización social.

Por supuesto, a Arabia Saudita no le importa nada lo que suceda en Filipinas con la falta de remesas, pero por lo visto, a China y a México tampoco les interesa resolver lo que sucede en su propio territorio.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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