Mi última carta decembrina es para los lectores. También a ellos quiero pedirles regalo de fin de año.

Está de moda descalificar a los políticos, las autoridades, la policía y los periodistas, y hacerlo con epítetos agresivos y palabras insultantes.

Lo curioso de esto es que hay muchas personas que piensan que eso se llama libertad de expresión. Pero lejos está de serlo. No es otra cosa, me parece, que prepotencia, franca grosería y como escribió alguna vez Teresa Priego en estas páginas, precariedad emocional.

Insultar y criticar son dos cosas muy diferentes. La segunda es fundamental para mejorar las cosas, la primera sólo las enturbia y no sirve de nada.

Porque además, cuando hablamos así de esas personas, se nos olvida que no cayeron del cielo sino que surgieron de nuestra sociedad y que, por lo tanto, algo de eso que les achacamos lo tenemos nosotros también.

La violencia, la corrupción, la ineficiencia y la indiferencia son muy altas en nuestro país, pero acostumbramos atribuírselo al otro: el vecino, el jefe, el burócrata, el narco, el delincuente, el soldado, el policía, el gobernador, el presidente. Y no vemos cuánto de esto está en nosotros ni nos preguntamos cómo nos comportaríamos si tuviéramos una placa y una pistola al cinto, si estuviéramos detrás de una ventanilla, si fuéramos responsables del dinero, si tuviéramos poder para decidir, hacer y deshacer.

Lo terrible es que el paso que va de insultar a golpear es pequeño, lo mismo que el que va de destruir un árbol o lastimar a un perro hasta agredir a un humano, de modo que todo es cosa de comenzar y en cualquier momento se habrá dado el salto. Y la suma de ellos genera un ánimo social de permisividad a la violencia.

Entonces, si queremos que “ellos” actúen de otra manera, nosotros debemos actuar de otra manera. Si queremos cambiar las cosas, debemos cambiar nosotros.

Además de la autocrítica, el cambio requiere de la participación activa. No se consigue nada con esperar a que los otros hagan las cosas. Si a uno no le gusta lo que pasa, hay que involucrarse en los esfuerzos para modificarlo.

Es cierto, es difícil. Porque estamos muy ocupados y porque todo conspira en contra de la participación y porque para un pequeño logro se requiere mucho trabajo, tiempo, aguante frente a lo que una y otra vez parece imposible. Pero no hay de otra.

En resumidas cuentas, hay que aprender a criticar al otro sin insultarlo y hay que decidirse a intervenir en la solución de los problemas. Dos excelentes propósitos para el nuevo año.

Saludo a mis lectores y les deseo y nos deseo a todos, que 2016 sea mejor que el año que termina. Les agradezco que me lean y me escriban para comentar mis artículos, para darme sus opiniones y críticas, y para sugerirme algún tema. Esto lo aprecio mucho. En ocasiones sigo los consejos o asumo los retos, en otras no, dependiendo de si son cuestiones que me interesan o de las que conozco.

Hay ocasiones en que me reclaman porque no escribo lo que ellos quisieran que diga sobre cierto asunto o cierta persona o me exigen que tome posición. Supongo que eso es resultado de la desesperación que sienten muchos ciudadanos por no saber qué hacer para enfrentar decisiones gubernamentales con las que no están de acuerdo, o por la indiferencia de las autoridades o la ineptitud o la corrupción. Esto, con todo y que es muy cierto, no significa sin embargo, que yo necesariamente tenga que ver las cosas de la misma manera.

Acostumbro responder a los lectores que me escriben dando sus datos personales y dirigiéndose a mí con amabilidad. No así a quienes se esconden en el anonimato de las redes sociales ni a quienes me insultan y maltratan. Voy a seguir haciéndolo así.

Dicho esto, no me queda sino reiterar mis buenos deseos y agradecer a EL UNIVERSAL por permitirme este espacio, que tan importante es para mí.

Escritora e investigadora en la UNAM
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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