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Hay comportamientos en los animales que se presentan sin necesidad de que exista una experiencia previa, es decir, que no son aprendidos. A este tipo de comportamientos los llamamos innatos o instintivos. Para Konrad Lorenz, uno de los padres de la Etología, el comportamiento es divisible en pequeños fragmentos y el instinto es sólo una parte de la secuencia completa, que consiste en patrones motores innatos. Un instinto es diferente de un reflejo, que consiste en una acción rápida y sencilla, como alejar la mano de una superficie caliente; mientras que un instinto es un comportamiento mucho más complejo. Las tortugas, por ejemplo, caminan hacia el agua tan pronto salen del cascarón; los cachorros buscan la teta de la madre; y las arañas tejen telarañas siguiendo los patrones de sus antepasadas, aun sin haberlas conocido. Pero, ¿cómo es que los organismos “saben” lo que deben hacer sin haberse encontrado antes en la misma situación? ¿Cómo se hereda un instinto y qué proceso le dio origen en la historia evolutiva de la especie?
De acuerdo con un artículo publicado en abril de este año en la revista Science (Epigenetics and the evolution of instincts), la respuesta podría estar en los mecanismos epigenéticos que controlan la expresión de determinados genes sin cambiar la secuencia de ADN. Estos mecanismos son críticos para el desarrollo del sistema nervioso y ayudan a generar las condiciones necesarias a nivel neuronal, para que suceda el proceso de aprendizaje. Por ejemplo, cuando un ratón siente miedo, cambios en la metilación de ADN y en la estructura de la cromatina en las neuronas del hipocampo ayudan a la estabilización a largo plazo de los cambios en los circuitos neuronales. En suma, estos cambios ayudan al ratón a recordar lo aprendido y se convierten en la base de nuevos patrones de comportamiento. Aunque la herencia intergeneracional de los cambios epigenéticos sigue siendo controversial, algunos autores plantean que, cuando un comportamiento resulta ventajoso para la supervivencia y la reproducción del individuo, la selección natural favorecerá que éste se manifieste cada vez más temprano o con menos práctica (sin aprendizaje), de manera que este comportamiento podría convertirse en un instinto.
Según Gene Robinson, del Instituto de Biología Genómica Carl R. Woese, de los Estados Unidos y Andrew Barron, de la Universidad Macquarie de Australia (autores del artículo antes mencionado), los cambios evolutivos en los mecanismos epigenéticos, con el tiempo, podrían transformar un comportamiento aprendido en un instinto, al disminuir su dependencia de un estímulo externo a favor de un programa de desarrollo neuronal regulado internamente. En este sentido, el instinto sería la memoria ancestral de la especie.
Si estos autores están en lo correcto, estudiar los instintos podría ayudarnos a comprender mejor el proceso de aprendizaje y entender cómo se forma la memoria, así como los mecanismos biológicos que les dan sustento (como las redes neuronales que codifican memorias específicas, por ejemplo), de los que aún sabemos muy poco.
Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM