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Que el género es un producto cultural socialmente construido es un hecho del que somos conscientes desde hace mucho tiempo. Ya en 1949 la filósofa Simone de Beauvoir resumió este pensamiento al declarar en su libro El segundo sexo “no se nace mujer: se llega a serlo”, una idea que Judith Butler retomó para desarrollar la propuesta de que el género es un acto performativo, es decir una “actuación” que llevan a cabo las personas para construir su identidad más allá de la identidad fisiológica y biológica con la que sí nacieron. Visto así, los roles de género son patrones de conducta socialmente transmitidos, inventados, impuestos e imitados que condicionan a las personas a representar determinado papel. Lo anterior resulta fundamental en tanto que nos permite entender de forma clara que no hay algo así como rasgos inherentes e inapelables a la constitución biológica de las personas, sean del sexo que sean.
Una cuestión que no podemos dejar de señalar al hablar de género es que el problema de sesgo y desigualdad de género en el ámbito científico se rastrea hasta los años más tempranos de la formación de nuestra infancia. Tanto en la casa como en las escuela las niñas y los niños aprenden desde pequeños lo que se espera de ellos y están expuestos a diversos estereotipos, entre los que se encuentra la creencia de que los varones son mejores que las mujeres en ciencias y matemáticas, lo que es falso de acuerdo con diversos estudios que se han llevado a cabo. Por ejemplo, en un estudio realizado por Steven J. Spencer y su equipoen la Universidad de Michigan en 1999, se encontró que al aplicar una prueba de matemáticas, el desempeño de las mujeres era mucho menor que el de los hombres cuando se les decía que éstos sacaban mejores calificaciones. En cambio, cuando se les informaba que hombres y mujeres obtenían iguales calificaciones la diferencia en el desempeño de ambos grupos fue mínima.
Los hallazgos de Spencer se ven reforzados por los resultados de otro estudio realizado en 2008 en la Universidad de Columbia por Catherine Good y sus colaboradores, en el que se aplicó una prueba de matemáticas a un grupo de estudiantes universitarios del área de STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en ingles). Cuando se les dijo que la prueba era para diagnosticar las habilidades de hombres y mujeres no hubo una diferencia significativa en el desempeño de unos y otros, pero al remover la amenaza del diagnóstico las mujeres obtuvieron un mejor resultado que los hombres. Esto sugiere que las habilidades matemáticas de los estudiantes no están ligadas al sexo, ya que de ser así las mujeres mostrarían un desempeño menor al de los hombres aun cuando se retira la presión de los estereotipos.
Queda claro entonces que los estereotipos negativos sobre las habilidades matemáticas de las niñas pueden afectar su desempeño en la escuela y, de acuerdo con el reporte Why so few? Women in Science, Technology, Engineering and Mathematics de la American Association of University Women, publicado en 2010, también influyen negativamente en el deseo de las pequeñas de estudiar una carrera universitaria en el campo de las STEM. El que actualmente las mujeres obtengan menos del 20% de los títulos universitarios en áreas como ciencias de la computación e ingeniería (según datos de la Fundación Nacional para la Ciencia de los Estados Unidos, 2016) es síntoma de un capital humano que está siendo subutilizado.
Para contar con un mayor número de científicas, matemáticas e ingenieras es necesario atajar el problema desde su origen: la educación temprana. Para ello, es imperativo contar con el apoyo de los educadores, ya que los estudios sobre el impacto que las y los maestros tienen en el interés de las jóvenes estudiantes en las áreas científicas y tecnológicas ha revelado que, consiente o inconscientemente, los docentes son también responsables de que en las y los estudiantes se genere, desde muy temprano, la errada convicción de que las ciencias básicas y la tecnología son áreas propias del sexo masculino.
Es importante reconocer que el esquema del lugar de la mujer en nuestra sociedad, y en el ámbito científico en particular, es reforzado y legitimado por la educación tanto en el seno familiar como en la escuela, lo que lleva a que mujeres y niñas —que en conjunto representan la mitad de la población mundial— tiendan a ser excluidas de las actividades de ciencia y tecnología. Acabar con las prácticas que impactan la construcción del género y que guían la elección profesional de las y los jóvenes debe ser un objetivo prioritario si queremos aprovechar el enorme potencial que representan las mujeres para el desarrollo y la innovación científica y tecnológica.
Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM