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En 1871 Charles Darwin desarrolló el concepto de selección sexual (ya propuesto desde 1859 en El origen de las especies), para explicar la presencia de ciertos atributos que no ayudan a la supervivencia de los individuos —e incluso pueden ir en detrimento de ésta—, pero resultan de gran ayuda en la lucha por lograr la cópula y beneficiosos para el éxito reproductivo de los organismos. Tal es el caso de la cola de los pavorreales, cuya función es cortejar a las hembras, pero que pueden ponerlos en riesgo frente a depredadores. Esto parece contradecir el postulado fundamental del darwinismo acerca del papel de la selección natural en la adaptación. En teoría este mecanismo no podría favorecer una característica que tenga como uno de sus resultados poner en riesgo la sobrevivencia del individuo. No obstante, recientemente se comprobó que en el caso de las plumas del pavo real, los machos con el plumaje más llamativo son los más aptos; es decir, las hembras los prefieren porque sus brillantes coloridos son indicadores de mejor adecuación.
Hoy, la selección sexual es un mecanismo ampliamente aceptado por los evolucionistas. A partir de la década de 1960 se comenzó a pensar que la competencia por la reproducción no termina con la copulación, pues muchas hembras se aparean con más de un macho. Actualmente se sabe que, en efecto, los espermatozoides también compiten por fecundar al óvulo, lo que explica el porqué los machos comúnmente buscan evitar con diversas estrategias que las hembras se apareen con otros machos después de haber copulado con ellos.
En las especies polígamas como el murciélago Carollia perspicillata, los machos dominantes suelen formar harems de hembras que cuidan celosamente para asegurar la paternidad; no obstante lo anterior, se ha observado que los machos con menor jerarquía en la organización social se aparean con las hembras mientras los machos dominantes se descuidan. En el laboratorio se ha visto que el esperma de los machos oportunistas es de mayor calidad que el de los dominantes, lo que se interpretó como evidencia de que los machos jerárquicamente inferiores cuentan con algún tipo de adaptación que les da ventaja en la competencia espermática por fecundar al óvulo.
En mayo se publicó un estudio en el Journal of Experimental Biology a cargo de Charlotte Wesseling (Universidad de Neuchâtel) y Nicolas Fasel (Universidad de Bern), en el que se hace evidente que la mejora en la calidad del esperma de los machos oportunistas de estos murciélagos no es producto de una adaptación, sino que es el resultado de los periodos de abstinencia sexual que enfrentan. De acuerdo con Wesseling y Fasel, un periodo de abstinencia sexual de tres días sirve para producir un esperma de la mayor calidad posible, por lo que aislaron de la colonia a los machos dominantes con harems propios y a los oportunistas durante tres días con fines experimentales para probar si esto ocurre en el caso de los murciélagos referidos. Al final de este periodo se analizó el esperma de ambos y se encontró que la velocidad de los espermatozoides de ambos grupos era similar, lo que indica que la calidad inferior del esperma de los dominantes, antes observado, se debe a su elevada actividad sexual. Como se ve, la ventaja con que cuentan los machos oportunistas es consecuencia fortuita del comportamiento de los machos que forman harems, y no una adaptación.
Lo anterior nos muestra, por un lado, que si bien la competencia entre los machos es fundamental en el proceso evolutivo —en la medida en la que significa que unos tendrán mayor éxito reproductivo que otros—, esto no siempre es el resultado de una adaptación. Por otro lado, y aquí algo de enorme importancia, se evidencia que aún nos falta mucho por comprender acerca de la sexualidad y reproducción en los mamíferos.
Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM