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En mayo de este año un grupo de expertos de Canadá, Estados Unidos y Suiza escribió una carta abierta a Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), solicitando que los Juegos Olímpicos de 2016 en Río de Janeiro, Brasil, fueran pospuestos o trasladados a otra locación, en razón de la crisis sanitaria y los riesgos que representa actualmente el virus del Zika. De acuerdo con los autores, los más de 500 mil turistas y deportistas que se espera asistan a los Juegos están en riesgo de contraer el virus del Zika y propagarlo a otras latitudes.
La carta en cuestión, que a la fecha ha sido firmada por otros 234 expertos de 40 países diferentes, ha dado la vuelta al mundo y, aunque la OMS ha respondido afirmando que la realización de los Juegos Olímpicos 2016 en Río de Janeiro y el flujo de turistas no alterará de manera significativa la propagación del virus del Zika, sería imprudente no prestar atención a las preocupaciones de los expertos en Medicina, Inmunología, Ética y salud pública; de manera que es necesario, cuando menos, hacer un ejercicio de reflexión sobre lo que es el virus del Zika y sus implicaciones para la salud pública.
La enfermedad por virus del Zika es causada por un virus del género flavivirus (al que pertenecen los virus causantes de la fiebre amarilla y el dengue) que se propaga mediante la picadura de los mosquitos del género Aedes, por transmisión sexual, probablemente por transmisión perinatal (durante el parto y el alumbramiento) y por transfusiones de sangre. De acuerdo con la OMS, se estima que una de cada cuatro personas infectadas desarrolla síntomas leves (como fiebre y salpullido) de corta duración (alrededor de cinco días), aunque también se ha observado que algunos adultos desarrollan un trastorno neurológico autoinmune como consecuencia de la infección, que se conoce como síndrome de Guillain-Barré.
Sin embargo, quienes parecen encontrarse en mayor riesgo —no en cuanto a la transmisión, sino respecto a las consecuencias de la infección para la salud humana— son las mujeres embarazadas, ya que cada vez hay más evidencia de la posible asociación del virus del Zika con el desarrollo de malformaciones neurológicas en el feto, entre ellas la microcefalia. Tan sólo este año se publicaron tres estudios al respecto (dos en The New England Journal of Medicine y otro en The Lancet), y todos ellos identifican una relación causal entre el virus del Zika y algunos defectos de nacimiento en humanos.
A la fecha no se sabe cuál es la edad gestacional de mayor riesgo para que se desarrollen malformaciones en el feto a causa de la infección de la madre; asimismo, se desconocen los mecanismos específicos mediante los cuales el virus del Zika puede causar microcefalia y otras anomalías congénitas, y, finalmente, no contamos con test confiables de diagnóstico expedito para esta enfermedad, cuyo primer caso en humanos fue documentado en 1952 (en el área boscosa de Zika, Uganda).
En nuestro país, de acuerdo con el informe más reciente de la Secretaría de Salud, publicado esta misma semana, de 2015 a 2016 se han registrado 357 casos confirmados autóctonos de enfermedad por virus del Zika, de los cuales casi un tercio (113) corresponden a mujeres embarazadas, siendo Chiapas y Oaxaca —los dos estados más pobres de la República, según el Coneval— los más afectados. En este sentido, y aunque hasta ahora no se han registrado casos de microcefalia asociada al virus del Zika en nuestro país, ha habido esfuerzos importantes por parte de las autoridades para fomentar una cultura de la prevención. Al mismo tiempo, es urgente promover la investigación científica de esta enfermedad, ya que es imposible tratar adecuadamente un padecimiento que no se conoce a profundidad.
Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM