En los últimos 70 años, el uso de antibióticos para inhibir el crecimiento de ciertos microorganismos en el cuerpo humano, generalmente bacterias, ha sido uno de los pilares de la Medicina moderna. De hecho, la percepción que ha predominado tanto entre los médicos como en el público general es que las bacterias en el cuerpo humano son sinónimo de enfermedad —aun cuando en nuestro cuerpo existen, en promedio, 1.3 bacterias por cada célula humana—, y que el uso de antibióticos no representa ningún riesgo.
Sin embargo, todo parece indicar que la microbiota —es decir, los microorganismos que habitan de manera normal en el cuerpo humano— no sólo contribuye a mantener la salud, sino que juega un papel fundamental en el desarrollo del sistema inmune. Así lo sostienen diversos artículos publicados en la edición especial de la revista Science (abril), dedicada a los microbios benignos que habitan en nosotros (microbioma).
Como señala el médico Martin J. Blaser, de la Universidad de Nueva York, poco después de que los antibióticos comenzaran a utilizarse para tratar diversas enfermedades en humanos y otros animales, los granjeros descubrieron que si agregaban pequeñas dosis de antibióticos al agua o la comida del ganado se promovía el crecimiento de los animales, y que el efecto era mayor cuanto antes se empezara el tratamiento; lo que hace evidente que la eliminación de las bacterias causada por la utilización de antibióticos afecta el desarrollo metabólico de los animales.
En años recientes numerosos científicos han trabajado para resolver esta interrogante, obteniendo resultados diversos. De acuerdo con la revisión del inmunólogo Thomas Gensollen, de la Universidad de Harvard, y su equipo, los estudios en ratones libres de gérmenes han demostrado que, durante su desarrollo, estos animales sufren diversos trastornos inmunológicos. Aunque muchos de los cambios pueden revertirse introduciendo una microbiota estándar en el ratón adulto, algunos sólo pueden solucionarse si las bacterias se reintroducen a una edad temprana.
En humanos, Gensollen señala que se ha encontrado que los niños que fueron expuestos a ambientes rurales tienen un menor riesgo de desarrollar alergias, y que la exposición de las mujeres embarazadas a estos entornos modula ciertas respuestas inmunes y protege del asma a su descendencia. Una de las explicaciones plausibles es que los individuos expuestos a ambientes rurales tienen una diversidad microbiana distinta a la de quienes se enfrentaron a entornos diferentes. Además, se ha encontrado una correlación entre el uso de antibióticos en edades tempranas y el desarrollo de ciertas enfermedades. Por ejemplo, los infantes tratados con antibióticos en los primeros seis meses de vida son más susceptibles a desarrollar asma y alergias antes de los seis años, y quienes recibieron estos tratamientos antes de cumplir un año son más propensos a desarrollar obesidad y diabetes tipo 2.
Estos y otros descubrimientos sugieren que un microbioma adecuado es fundamental para el mantenimiento de la salud humana, sobre todo en los primeros años de vida e, incluso, cuando el feto aún se encuentra en el vientre materno.
Los nuevos conocimientos nos invitan a revisar la forma en la que conceptualizamos el cuerpo humano, la salud y la enfermedad, y nos obligan a reflexionar sobre cuáles son los tratamientos adecuados en diferentes momentos del desarrollo, la medicalización generalizada (en particular, el uso de antibióticos), el diseño de mejores políticas de salud pública y otros asuntos que, sin duda, se irán determinando mediante el trabajo continuado de los expertos.
Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM