En el mundo moderno y sobre todo en las grandes ciudades, rodeados de una amplia gama de comodidades, y sintiéndonos seguros en nuestro ambiente artificial, es fácil olvidarnos —si no es que lo ignoramos del todo— de que formamos parte de un sistema natural mucho más grande de lo que sospechamos. Muchas veces no somos conscientes de que esos animales exóticos de los mares profundos, bosques, selvas, sabanas y desiertos que muchos conocemos sólo a través de documentales y fotografías, y que se antojan casi míticos de tan lejanos, habitan en ecosistemas que están conectados con nosotros mismos mediante interminables cadenas de producción, aprovechamiento de recursos y desecho de residuos de todo tipo. Esto es, que todo organismo vivo, incluida la especie humana, componemos el todo de la biodiversidad o diversidad biológica que es, en resumidas cuentas, la variedad de seres vivos que coexistimos en el planeta Tierra.

Desde que se originó la vida en nuestro planeta las especies dependen unas de otras pero en épocas recientes, el delicado equilibrio que guardan entre sí se ha visto amenazado por la actividad humana que, entre otras consecuencias, ha generado una alarmante y gravísima crisis ambiental y una enorme pérdida de la biodiversidad. Lo que nos obliga a actuar sin mayor dilación desde diversos frentes, siendo uno de ellos el de divulgar y explicar este problema al público en general para generar conciencia así como dar con algunas soluciones.

Un esfuerzo reciente en este sentido es el libro Preservar la vida. De cómo nuestra salud depende de la biodiversidad, coordinado por Eric Chivian y Aaron Benstein, y editado por el Fondo de Cultura Económica y la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) en 2015. Una obra colectiva que reúne a expertos internacionales, tanto de la Universidad de Harvard como de diversas agencias de la ONU, para abordar en diez capítulos el tema de la biodiversidad y su importancia para la salud individual y el bienestar de las poblaciones humanas.

En el prólogo, el mismo Kofi Annan señala que una de las causas principales de la crisis ambiental es la creencia generalizada de que los seres humanos estamos apartados del mundo natural, en salvaguarda de dicha crisis y que somos ajenos a las devastaciones que día a día ocurren en todos los rincones del planeta. Sin embargo, esta visión no puede ser más errada, pues la salud y la sobrevivencia humana dependen en gran medida del buen funcionamiento de los ecosistemas.

Desde nuestra arrogancia antropocéntrica no nos damos cuenta que dependemos de las demás especies, incluso más de lo que ellas dependen de nosotros. Basta recordar que la vida en la tierra surgió hace unos 3 mil 900 millones de años y que la especie Homo sapiens tiene tan solo 200 mil años para dimensionar lo diminuto de nuestro papel en el gran esquema de la naturaleza. Es a esto a lo que se refería el célebre entomólogo Edward O. Wilson (colaborador del texto referenciado) al decir que los humanos “necesitamos que sobrevivan (las hormigas), pero ellas no nos necesitan para nada.”

Ante este panorama, no alterar el equilibrio que existe en los diferentes ambientes de manera natural debería ser una de nuestras mayores prioridades y, sin embargo, es en la profunda negligencia de los individuos, las industrias y los gobiernos respecto a los efectos de la actividad humana en el ambiente, que se encuentra la mayor amenaza al futuro de nuestra especie.

Y ya que la información es una de nuestras mejores herramientas para revertir ésta y otras crisis, recomiendo ampliamente a todos los interesados en el tema, sobre todo a los profesores de educación media superior y a los estudiantes universitarios de las áreas de ciencias biológicas y ciencias de la salud, se acerquen a la obra aquí referida y a sus fuentes.

Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM

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